26/09/15
Hora: 22:10
Cementerio.
Cuando era pequeña tenía un tierno perro. Su nombre era Onaldo, jugaba y me divertía con él. Pero un triste día, al cruzar la calle fue atropellado. Lloré, lo hacía todos los días. Mamá solo me decía que me compraría otro. Como si eso fuera a remediar algo.
A la siguiente semana, por la ventana vi a mi papá enterrándolo. Esperé a que se fuera y me quede sentada junto a él. Luego, como la tierra estaba aún fresca, lo desenterré con la pala que papá había usado, se me hacía difícil porque era muy pesada, pero cuando por fin pude y lo tuve en mis brazos lo abracé. Olía mal, terriblemente mal, y las marcas de su accidente eran notorias, pero de igual forma solo quería jugar con él por última vez.
Fui interrumpida por un espantoso grito que venía de la casa, volteé y encontré a mamá en la puerta viéndome con horror, con miedo. Yo dejé a un lado a Onaldo y me acerqué a mamá con las manos manchadas de tierra y sangre seca.
-Aléjate.- gritó ella, y me apartó con las manos.
Yo empecé a llorar a gritos hasta que llegó papá. Él se dio cuenta de toda la escena y me lanzó una mirada seria.
-Ya hablaré contigo.- me dijo y se llevó a mamá a la habitación de al lado. Escuchaba sus gritos, estaban peleando por mí. Pero nada de eso me importaba, yo solo quería seguir jugando con mi mascota, como en los viejos tiempos.
Cuando por fin se calmaron, mamá cogió el auto y se fue, me quedé sola con papá. Él se arrodilló hasta donde yo estaba y me abrazó.
-¿Por qué lo has hecho?- me preguntó, pero no sentía miedo en él, era todo lo contrario, por eso le confiaba todo, porque él me entendía.
-Yo… le extrañaba.- pude decir en sollozos.
-Lo sé, cariño. Pero él ya se ha ido, no puedes traerlo de vuelta.
-Yo… No quiero que él me olvide.- miré a sus fugaces ojos y encontré lágrimas en ellos, papá me regaló una triste sonrisa.
-Entonces, ¿por qué no le haces una carta? Las palabras pueden inmortalizar.
Se fue a la sala y sacó una hoja de papel con unos crayones y un lápiz. Se sentó a mi lado en el piso, e iba escribiendo mientras yo le iba dictando.
Al terminar la carta me tendió la hoja y los crayones para que yo dibujara a Onaldo y a mí, juntos jugando.
“Onaldo, no sabes la falta que me harás. Espero que allá en el cielo puedas seguir persiguiendo la pelota. Y estoy segura de que seguirás comiendo tus croquetas favoritas. No debes de preocuparte por mí, aquí estaré bien con papá y mamá. Aunque ella ahora me odie, pero apuesto a que todo estará bien.
Has muchos amigos, y sigue persiguiendo tu cola cada vez que quieras buscar mí atención.
Pero hazme un solo favor, no me dejes en el olvido sin importar qué tan feliz sea yo, o llegues a ser tú.
Recuérdame, yo lo haré.”
Enterramos la carta con él, e intentamos olvidar el tema.
¿A qué viene todo esto?
Bueno, esa fue la primera vez que me mandaron con un psicólogo. No duró mucho, solo estuve con él unas cuatro secciones.
Nunca más volví a tener un perro, mamá desde ese suceso siempre ha pensado que estoy loca y me ha temido, y papá… Bueno, mi mejor amigo, confidente y padre falleció dos semanas después.
Si no ha quedado muy claro, papá fue el que me enseñó que las cartas no permiten el olvido.
Aunque, eso ya lo sabías. Hoy he leído algo muy parecido.
¡No! Espera, creo que me estoy adelantando…
Empecemos desde el comienzo:
Como era de esperar le he contado a Nate, él se ha quedado blanco del pánico, no me creía para nada, así que tuve que sacar el cofre de la mochila y se lo mostré.
Luego de unos momentos de silencio, ha reaccionado y me ha dicho que ya lo había visto en algún lado, que se le hacía familiar.
Sonó la campana y quedamos en hablar a finales de clase. Las horas se me hicieron eternas, lo único que podía hacer era pensar en ti, y en ese cofre, en lo que podría haber allí.
Cuando por fin pude ver a Nate, me pidió que le acompañara a recoger unos cuadernos que había dejado en tu casa. Tenía obviamente miedo de que tu abuela pudiera estar allí otra vez, y que nos echara a patadas, me negué, pero luego el mencionó que tal vez tu hermana pudiera saber algo. Así que finalmente, con un poco de reniegos, acepté.
Por suerte Nate ya tiene licencia y nos llevó en el carro de su abuelo. Es un vejestorio, como según él dice, también lo es su abuelo, realmente tenía miedo de que en alguna curva el carro se desarmara de lo antiguo y arruinado que estaba. Pero al llegar a tu casa se detuvieron todas las emociones, simplemente no sé cómo describirte lo que sentí, en realidad… no podía sentir nada.
Nate me cogió de la mano,- lo cual me estremeció y se me hizo totalmente extraño- y juntos entramos a tu casa.