Domingo 31 de diciembre del 2023
El aire aquella tarde del último año se tornó calmo y extraño, tal cual anunció de muerte dentro de una novela. Aquel día aún sin arreglarme y en la soledad de mi balcón observaba como los últimos rayos del sol se escondían entre los edificios.
El último día del año.
Ese último día donde era imposible para muchos centrarse en un solo sentimiento cuando eran millones que albergan en nuestro ser.
Nunca he tenido palabras para describir este momento, este sentimiento. Es una presión en el pecho que no te permite ni reír o llorar, te conviertes en un ser rebosante de emociones esperando las cero horas del nuevo día para ver qué sentimiento gana en salir.
Aquella tarde era diferente, era un aviso de la vida, me decía; aprende a soltar, aprende a vivir, pero sobre todo aprende a aceptar. Aceptar lo que vino y lo que vendrá, agradecer después de todo porque a pesar de muchas cosas seguimos aquí, sigo aquí y pocas veces reflexiono sobre aquello.
A pesar de los malos ratos, de los problemas, de las risas y dolores sigo aquí un poco más y no hay mayor satisfacción que entender eso en la soledad y en el silencio.
Marco pasará esta noche con su familia como en años anteriores, se marchó con una sonrisa en el rostro deseándome que tenga una linda noche y un feliz año nuevo. Paula me había invitado a compartir con ella y su pequeña familia, pero aún no me decidía en acudir o no. Al cabo de unos minutos decidí por no ir, así que denegué su invitación en este preciso momento y me puse un pijama para continuar en el balcón, era más entretenido que las cuatro paredes de la sala o de mi habitación.
Javier se había marchado a compartir con su padre en esta fecha y fingiendo estar bien rechacé su invitación excusándome de que iría donde Paula. Les había mentido a todos en beneficio propio y esto no me hacía sentir mal, después de todo, peores mentiras hemos de guardar cada uno y peores reacciones hemos de conseguir. De igual manera, no creo que se enteren después de unos meses hasta que pueda contarles o que ellos lo descubran.
Este no sería el primer año que lo paso sola, pero sé que es diferente, se sentía diferente. El frío calándome los huesos me lo decía una y otra vez. Recordaba que por muchos años nos limitamos a realizar diversas cosas por la sociedad, por quienes nos rodean e incluso por uno mismo. Pero ¿De qué nos servía limitarnos si no nos hacía felices a nosotros, pero a ellos sí? ¿Era su felicidad más importante que la mía? Claro que no, nunca lo será y nunca lo ha sido.
El ponerse como prioridad debe ser siempre la finalidad de esta existencia, el disfrutar el vivir por y para nosotros, nada más. El día que entendamos el valor que nos tenemos y saber que no hay amor más grande que le puedas dar a otro ser que no seas tú mismo, ese día empezaremos a valorarnos y a valorar la vida.
De todas mis cartas solo unas pocas no tendrían un destino, porque, aunque lo deseara con todo mi corazón estas no podrían llegar al cielo o hacia aquel lugar donde están los que se nos adelantaron ¿Cómo le haces llegar las palabras hacia allá? ¿Aún nos escucharán?.
Aquel cielo inmenso que entre tantas estrellas que existen se esconden quienes amamos y que por circunstancias de la vida ya no nos acompañan. Cómo pedir que se asomen un poco y verlos sonreí y reír a nuestro lado por unos pocos minutos más. Y aunque crecí con mi abuela sigo extrañando a mis padres, que por circunstancias de la vida no tuve la suerte de conocer teniendo conciencia, y me reconfortaba de cierta manera, de que ellos si me vieron antes de marcharse y se llevaron consigo la imagen de su hija.
Quiero creer que si ambos estuvieran aquí todo sería diferente, desde la vida hasta las risas serían diferentes.
Pero si ellos estuvieran vivos, no hubiera conocido a aquellos que son mi familia ahora, no estuviera escribiendo esto y ustedes no hubieran podido leerlo. Mi vida tendría otro rumbo, tal vez arquitecta en vez de artista, y tal vez en números y no en letras, quién sabe cómo sería la vida si ellos estuvieran aquí.
Sonreí tristemente creyendo que la muerte se había enamorado de esta familia y se ha llevado a todos de a poco, tomándose su tiempo para disfrutarlos y que cuando extrañaban a alguno de nosotros aquí en la tierra les pedían que nos llevara consigo para estar más felices allá, y la muerte sin poderse negar les cumplía aquel deseo.
Siempre he creído que me llevará a temprana edad, de eso estaba segura. A veces pienso que me extrañan en el cielo, pero si me voy he de dejar con dolor a los de la tierra.
Miraba las calles mientras las personas avanzaban y desaparecían por ahí mismo con un paso apresurado deseando llegar a sus hogares antes de que el reloj haga sonar las doce campanadas que anuncian el año nuevo, entre risas, felicidad y tristeza se abrazarán deseándose unos mejores días aún sin conocerlos, pero con esperanzas de que serán mejores.
De eso trataba la vida, de esperanza por seguir, por continuar, de creer que las cosas mejorarán y aunque se pongan peor sabes en el fondo, que en algún momento van a mejorar.
Hay un dicho que me ha fascinado desde siempre “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”
Las personas seguimos vivas simplemente porque nunca perdíamos esperanzas hasta en las peores circunstancias, eso era lo que nos mantenía a flote en la vida de nosotros, yo guardaba esperanzas de muchas cosas, y sé que todos guardan algunas en su remota alma.
Las cábalas de año nuevo generarán risas entre aquellos que compartían esta noche, muchos intentaban no atragantarse con las doce uvas puestas en la mesa individualmente, otros deseando correr con la maleta por toda la ciudad si era necesario. Porque su único deseo en su corazón es el de escapar de este lugar, pero muchos de ellos no sabían que lo único que deseaban era escapar de ellos mismos y no de la ciudad.
Editado: 09.10.2024