A todos nos motivan los juegos. Los desafíos.
Enero, 20.
2:58PM.
— ¡Esto es tan emocionante! —Chilló mi mejor amiga en cuanto me terminé de acomodarme en mi nuevo piso en una de las residencias de la universidad de St. Hools.
Puse los ojos en blanco tumbándome en el cómodo sillón para quedar al frente de Kendall.
— No es emocionante, Kendall —respondí, cortante—. Ser de niñera de un maldito niño rico que se involucró y metió la pata en uno de los negocios de Nikolay y de Alexey no es divertido —recosté mi cabeza en el borde del sillón y cerré mis ojos. Me estaba a empezando a doler mi cabeza y eso no era bueno.
Kendall hizo un raro sonido con su boca.
— Por lo menos es un maldito niño rico ardiente —sentí como se encogía de hombros—. ¿Bells? ¿Te sientes bien? —Preguntó preocupada. Ella sabía que yo sufría de migrañas horribles y eso a veces obstruía y nublaba mi visión.
— Estoy bien —suspiré sin abrir los ojos—. No todo en esta vida es comerse con los ojos a los chicos con hormonas altas, Kends —obvié.
— No todo en la vida es cometer asesinatos a tiempo completo, Bells —murmuró, inocente.
— ¿Tienes que recordarme eso todo el tiempo? —Gruñí haciéndola reír.
— Tus dolores de cabeza hacen que tu ingenio sea una patada en mi culo.
Resoplé.
— Ésta es la misión más indignante que he tenido —refunfuñé.
— Amiga, éste es el trabajo más sencillo y lejos de tu suicidio que has podido tener —corrigió—. Además, en serio, aquí hay tantos chicos ardientes que me sorprende que yo no haya salido de tu habitación y coqueteado con uno.
No respondí. No podía seguir con la conversación. Me daba asco y sobretodo me estaba humillando a mí misma por haber aceptado el estúpido trabajo.
Harrison me lo había explicado todo. Zacharias Anderson era uno de los hijos del magnate de Daniel Anderson y por ende, estaba en problemas más grandes que su ridícula fortuna.
— ¿Te suena el apellido? —Me preguntó él por la línea telefónica.
Hurgué por momentos mi cerebro exprimiendo cualquier tipo de información que diera con ese apellido hasta que por fin, un recuerdo vino a mí.
— ¿No es ese a quién casi meten preso por encontrar pruebas de fraude y robo de su compañía a sus clientes? —Cuestioné, insegura.
Había escuchado hablar del tipo.
— El mismo —contestó.
Resulta que Daniel Anderson había cometido fraude por estafar a varios de sus clientes potenciales y lo mandaron a la cárcel. El hecho de ser rico y tener unos buenos abogados le salvaron el culo por poco de quedar preso más de diez años y sin derecho a libertad condicional.
Ahí entra su hijo; Zacharias Anderson quién estaba desesperado por limpiar el nombre de su familia entró al mundo al cual yo pertenecía y metió la pata hasta el fondo. El pequeño idiota les robó una gran cantidad de cocaína a los dos mafiosos más poderosos de Rusia e hizo como si nada hubiese pasado, caminando por la calle como un ángel.
Ahora el inepto estaba siendo el blanco de mi padre y su amigo porque querían su dinero de vuelta y su padre no sabía ya que hacer con el idiota que se negaba a ser ayudado.
— ¿Tierra a Bells? —Kendall chasqueó dos de sus dedos en mi cara, haciéndome abrir mis ojos y trayéndome de vuelta a la pesadilla que estaba viviendo.
Enfoqué mi mirada en ella.
— ¿Qué?
— Oye, tranquila amiga —alzó sus manos en son de paz—. Solo quiero avisarte que ya son las tres de la tarde y vas tarde a tu primera clase —informó disimulando una sonrisa
Abrí mis ojos como platos. Rápidamente correteé por toda la habitación dejando a un lado mi dolor de cabeza, buscando un jodido bolso y metiendo cantidades innecesarias de libretas y bolígrafos en él además de mi arma por si acaso. Kendall estalló en carcajadas al ver mis acciones. Le saqué el dedo del medio, tomé mi horario el cual ella tenía en sus manos y salí como un rayo veloz de mi habitación dejando a Kendall con sus risas de maniática.
Sabía que me tocaba cursar administración de empresas al igual que el gran idiota que tenía como responsabilidad. Harrison se había encargado de hacerme cursar la misma carrera que Zacharias estaba cursando en el mismo año que él estaba.
Oh, Dios, esto va a ser un infierno, pensé.
Caminando barra corriendo hacia el auditorio número nueve choqué con alguien y menos mal que no caí de culo.
— ¡Lo siento tan...! —Empezó a disculparse una voz masculina pero se calló en cuanto me vio—. Oh, ¿nueva? —Preguntó él. De inmediato supe quién era. Drake Anderson, el hermano mayor de Zacharias, estaba delante de mis narices ofreciéndome una sonrisa.
— ¿Te incumbe? —Contesté, mordaz.
Ok Arabella, no se supone que dabas actuar así, me regañó mi otra yo. Para mi suerte, Drake rio.
— Nueva y con un temperamento fuerte. Me gusta —señaló. Mentalmente resoplé. Estúpidos niños ricos con hormonas alborotadas—. ¿Qué carrera cursas?
— Administración de empresas —contesté automáticamente.
— ¿Qué materia? Porque para que estés tan apurada o estás llegando tarde o la materia es importante.
Rodé los ojos.
— Estadística para negocios II, pequeño policía —expuse.
— Mmm, con el profesor Bane —miró por más allá de mí e inexplicablemente sonrió—. Por suerte tengo a la persona indicada para que te acompañe.
Drake hizo varias señas a quién sabe quién. No me volteé para ver de quien se trataba ya que no quería mostrar curiosidad aunque ésta picaba. En eso, un chico rubio estaba pasando a mi lado, deteniéndose al lado de él si apartar la vista de un libro.
— Voy malditamente atrasado, Drake. Espero que sea bueno lo que me tengas que decir —se quejó el chico con Drake aun sin quitar su vista del libro que sostenía.
Editado: 07.11.2020