Leyendas de cristal: Los dos mundos

CAPÍTULO XIV: La noche de los cristales rotos

 

La multitud de estudiantes había salido al campus y se había encontrado con tres grupos de personas que estaban cortando el paso en las tres vías de acceso de los alrededores. Ninguno tenía arma alguna en sus manos, pero por alguna razón estaban ahí, esperándolos. La multitud se detuvo, indecisa entre continuar y retroceder, hasta que un movimiento en el suelo atrajo su atención hacia atrás: una alta pared había rodeado todo el saloncillo.

Selene llegó al lado de Luna y el viento a su alrededor se reunió, estirándose, ondulándose, y formando remolinos frente a cada uno de los grupos. Por un instante, nadie se movió, mirándolos girar y girar.

—¿Quiénes son? —preguntó Miguel, llegando con los demás.

—Buena pregunta —dijo Santiago, colocándose su máscara.

—Son jóvenes —indicó Aarón con el ceño fruncido.

—Igual que nosotros —canturreó Yami.

Una de los jóvenes se adelantó. Envolvió sus brazos en sí mismo y los remolinos fueron envueltos en fuego, y crepitaron y crecieron hasta convertirse en grandes llamaradas. La multitud retrocedió, tropezando unas con otras, hasta que Aarón levantó una mano y con un fluido movimiento el fuego se extinguió por completo. Inmediatamente, Santiago hizo que de sus manos brotaran seis ondas de agua para sustituir los remolinos.

—Eso explica por qué no tienen armas de fuego —dijo Yami con inquietud.

—Si son gente que ha traído Görtarez, no habrá manera fácil de hacer esto —dijo Santiago, recorriéndolos con la mirada.

—Adiós a nuestro plan de evitar una gran confrontación para sacarlos del Valle —dijo Emiliano.

—Lo mejor que podemos hacer ahora es ir al castillo e intentar sacar esas llaves —indicó Fernando.

—Y para eso vamos a tener que pelear contra ellos —afirmó Selene—, al menos hasta llegar ahí.

Luna asintió a pesar de que no estaba lista. Sin embargo, ¿qué otra opción tenían? Si no llegaban al castillo, podían ser capturados, y si eran capturados, ya no habría esperanza alguna para los hijos de la luna, ni para nadie. Sólo ellos podían abrir los doce caminos; sólo ellos podían traer de regreso a terra-luna.

—Ni Aarón ni Ilargi deberían de usar su poder —dijo Dianira, rápidamente—. El fuego es el más peligroso de los elementos y puede salírseles de las manos muy fácilmente.

Ilargi asintió, pero...

—¿Estás escuchando lo que estás diciendo? —preguntó Miguel, pausadamente—. ¿Quieres que nos contengamos al pelear contra personas que siguen a un demente que quiere desaparecer a medio mundo de la faz de la tierra? —No la dejó contestar—. Aquellos que deciden lastimar a otros no merecen tu compasión, y aquellos a quienes has decidido proteger no merecen tu cobardía —espetó.

Dianira no replicó, pero tampoco apartó la mirada hasta que una fuerte explosión vino desde atrás, haciéndolos voltearse. El ejército de las FAM estaba tratando de salir del saloncillo. ¿Por eso no habían vuelto a atacarlos?, ¿estaban esperando el tenerlos rodeados? Entre los militares también debía de haber gente con talentos que podían usar para atacar. Luna escuchó algunos murmullos y bajó la mirada. La multitud ahora estaba más alerta; los vio mirar hacia el saloncillo y luego hacia ellos, y los escuchó darse palabras de aliento.

Luna respiró hondo y miró de nuevo hacia el frente.

—¿Cuál es la mejor manera de detenerlos lo suficiente para avanzar? —le preguntó Fernando a Miguel.

Miguel frunció el ceño.

—Lo único que se me viene a la mente es aprovechar la misma debilidad que tienen ustedes —contestó tras unos segundos, cruzándose de brazos—. Se debilitarán si usan continuamente sus talentos; tenemos que atacarlos y contratacarlos con rapidez. Aislarlos de sus elementos también ayudaría, ya que algunos talentos necesitan estar cerca de ellos para poder funcionar.

Yami se estrujó las manos y Emiliano no dejaba de acomodarse la máscara. Otra explosión los hizo volver a mirar hacia atrás; esta vez una parte de la pared que cercaba el saloncillo se vino abajo. La multitud empezó a moverse, tratando de alejarse más.

—Nosotros podemos intentar aislarlos de sus elementos —dijo Emiliano, mirando a Selene—, junto con Santiago y Dianira. Lo más probable es que Görtarez no esté trabajando con ningún hijo de la luna. Todos los ataques serán de fuego o tierra. Y si las cosas van mal, Fernando nos podría ayudar; sea lo que sea que nos lancen, él sólo tiene que deshacerlo o apagarlo.




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