La biblioteca, a pesar de su grandeza, era sofocante. La presión que circulaba por ella se hizo cada vez más pesada, cada vez más opresiva. Las paredes de las obras, una multitud de libros de todo tipo, estremecían bajo el golpe de las emociones impetuosas que resonaban en medio de la sala.
Dos hombres, no, dos vampiros estaban allí, cara a cara, en el más tranquilo y profundo de los silencios. Sus ardientes miradas se estremecieron mientras el silencio bailaba, temblaba, tomándose el gusto sin estorbos. Los segundos parecían una eternidad, el tiempo se había congelado. Una corriente de aire ligera y sin embargo glacial atravesaba la habitación. Sin embargo, ninguno de ellos flaqueaba, se devoraban con la mirada cada vez más intensa, llena de determinación.
Assdan avanzó de un paso hacia su joven amo sentado en su asiento, sin quitarle los ojos de encima, rompiendo así el reino del silencio infernal por el ruido de su paso. Sin embargo, el aire seguía siendo pesado. Los dos vampiros no soltaban la presión asfixiante que se había instalado en la habitación.
— Joven maestro, ¿necesita algo? — preguntó el mayordomo, fingiendo ignorancia con su cortesía habitual, una cortesía muy hipócrita en el momento.
Aidan no le respondió, permanecía inmóvil, con los ojos puestos sobre su interlocutor, ojos perturbadores. El joven señor observaba largamente, atentamente a su amigo, a su siervo desde hace años que estaba un poco trastornado por los recientes acontecimientos y los recientes descubrimientos durante aquella noche agitada. Su calma era sospechosa e intrigante al mismo tiempo. Luego el silencio intentaba, de nuevo, colarse entre los dos individuos.
Momentos más tarde, apenas unos segundos parecidos a horas, Aidan dejó sus ojos de Assdan, dirigiéndolos hacia el libro que estaba delante de él sobre el escritorio. Las crónicas de Liamdaard. Una obra que arrastraba al mayordomo a un torrente de nostalgia. Se acordó de todos los momentos preciosos que había pasado leyendo, contando historias, las leyendas contenidas en estas páginas al niño que era el joven vampiro sentado frente a él, hace años.
Entonces la duda le asaltó. Una pregunta impertinente y desenfadada le destrozó la mente. << ¿Es realmente el joven maestro que siempre he conocido? ¿Al que he acompañado en estos últimos años? >> se preguntó. Tendría la respuesta, muy pronto, por cierto.
Sin embargo, de este torrente de nostalgia y de duda surgió una evidencia, una verdad inquietante, su joven amo estaba al corriente, sabía que el mayordomo le había seguido y oído su conversación, descubriendo así la verdad sobre su vida anterior. Eso lo explicaba todo a Assdan. No fue una coincidencia que Aidan hubiera sacado ese libro esperando la llegada del intendente. Y comprendiendo esto, una pizca de confusión abyecta se apoderó de Assdan, dispuesto a hacer frente a todas las eventualidades, incluso las peores.
Un ruido, el del estremecimiento de las páginas del libro, de los folios en cilindrada, resonaba en la habitación. Débil, pero suficiente para sacar al mayordomo de sus pensamientos; y este último observaba, sin decir una palabra, el paso de las páginas que se detuvo repentinamente. Aidan había llegado a su destino y con un tono oratorio, comenzó su funesta lectura:
"LA LEYENDA DE LOS DOS MUNDOS.
Hace mucho, mucho tiempo, los hombres vivían en paz, en serenidad, en un mundo fantástico lleno de criaturas míticas, criaturas legendarias, tales como: dragones, hadas, elfos, brownies, duendes también, dahus, entre otros... A pesar de la discordia entre ciertas especies, la vida era agradable. La paz, aunque frágil, se movía, giraba y bailaba en este mundo fantástico.
Los hombres, algunos hombres, movidos por su avaricia, su sed de poder, atacaban a las especies más débiles que ellos mismos, saqueaban los tesoros y destruían las guaridas de dragones, elfos, hadas y muchas otras criaturas. Estas personas insensatas desafiaban fuerzas demasiado grandes para ellos. Sin embargo, la paz subsistió. Las otras razas, a pesar de la voracidad de los humanos, rechazaban atacar a estos últimos. Algunas por su debilidad, otras por modestia, por humildad.
Así era como el orden, aunque frágil, había vivido hasta el día en que, criaturas pesadillas, que se decía salir directamente del inframundo, habían hecho su aparición, abominaciones, seres infames de la sombra cuyo único objetivo era destruir todo. Masacraban a los humanos por miles sin excepción: hombres, mujeres y niños. No perdonaban a nadie, no por puro placer, sino para saciar su funesto apetito. Eran bebedores de sangre, antropófagos, muertos vivientes.
Su número aumentaba rápidamente cuando se dedicaban a crear otros monstruos como ellos transformando a los humanos. Incapaces de controlarse, estos últimos diezmaban familias, regiones enteras, sembrando únicamente desolación y caos sobre sus pasos.
Los humanos estaban indefensos. Sus armas, las armas de las cuales estaban tan orgullosos, que utilizaban para cazar duendes, matar brownies, no podían hacer nada contra estas criaturas infernales, criaturas capaces de esconderse entre los hombres tomando apariencias humanas. La especie humana corría a su perdición...literalmente, y la paz había desaparecido.
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Editado: 06.09.2021