Aquellos rayos de sol evitaban que pudiera seguir con mi tan cómodo sueño. Traté moviéndome un poco, pero la rústica piel de las hojas secas se clavaba en mi piel desnuda.
No me quedó de otra más que abrir los ojos y ser encandilada por los rayos de un sol mañanero.
—Mmgh– me quejé poniendo mi mano sobre mis ojos a la vez que me incorporaba en el, aún frío, suelo.
No tenía ropa, estaba sucia, llena de los restos del bosque y de algún inocente, nada que me disgustára tanto.
Me puse de pie y miré a mi alrededor. A pesar de ser otoño, y de que la mayoría de las hojas de los árboles estuvieran secas en el suelo, el bosque se veía más vivo que nunca.
El bosque ya era mi hogar, lo conocía mejor que a mi misma, sabía hasta la más mínima diferencia de olores entre cada árbol y arbusto... Sabía dónde encontrar el río, al cual convenientemente nadie se acercaba por estar tan dentro en el bosque.
Caminé y caminé por varios minutos sintiendo la pureza del bosque bajo mis pies descalzos, la frescura del viento en mi piel. Lo único que arruinaba esa increíble sensación era el terrible olor a sangre que se intensificaba a cada paso que daba.
El río estaba frente a mi, junto con los cadáveres de tres chicos, campistas importunados con muy mala suerte. Sabía que había sido yo, no era tonta, así que reía para mí misma.
»Fue una noche violenta.
No se confundan, por lo general yo no soy así de... Agresiva. Pero al día siguiente de luna llena siempre me pasaba eso. Me importaba muy poco la muerte. Además, así es esto, cuando la naturaleza llama, hay que escucharla.