>>Desde los ojos de Hariel<<
Todo pasa tan rápido, mi mirada viaja de Asmodeus y su cara de pánico a Fiore, veo como se desploma hacia el piso, extiendo mis alas por inercia y me impulso con ellas para detener su caída, siento su peso en mis brazos, puedo sentir su corazón latiendo de forma desvocada, cuando la giro hacia mí está empapada en sudor, de su brazo sale un líquido negro y pegajoso, no es sangre, parece engrudo negro, le quito la chamarra y desgarro su ropa para ver la herida, esta no deja de supurar, hay trazas de sangre roja, de sangre sana, pero se ve opacada por esa podredumbre que sale de su herida.
-No soy médico... pero creo que eso no es normal...- Dice Asmodeus cruzado de brazos, se acomoda la camisa y el saco. -Bueno... si sobrevive y aún quiere hurgar en mi cabeza saben donde encontrarme...- Sonríe de oreja a oreja y se dispone a caminar hacia la ventana.
-Claro... te salva la vida y tu primera acción es dejarla cuando peor está... típico de los demonios...- Le digo con odio, ella hizo todo lo posible por que ese perro no sucumbiera ante el filo de mi hoja, se arriesgó para salvarlo y lo primero que hace es dejarla a su suerte. Voltea lentamente con esa sonrisa petulante, me dan ganas de terminar lo que empecé, pero el esfuerzo de Fiore sería en vano.
-Te equivocas serafín... si estuvieramos solos ten por seguro que buscaría la forma de salvarla... la llevaría al infierno y ahí la curaría... pero no estamos solos... estás tu... y claramente si la arrebato de tus brazos y me atrevo a llevarmela, me matarás... te conozco lo suficiente...- Se cruza de brazos y me ve fijamente divertido. -También sé que te la llevarás al cielo, la curarás y vigilarás que se recupere... te esmerarás en salvarla... por eso no me preocupo...- Me guiña un ojo y me vuelve a dar la espalda.
-¿Estás tan seguro? ¿Crees que por ser un ángel tengo la responsabilidad de salvar almas en desgracia como la suya?- La tomo en brazos, es más liviana de lo que pense, la veo fijamente y veo que unas venas negras se empiezan a pintar en su cuello, caminando hacia su rostro.
-Estoy seguro que lo harás no por que seas un ángel... si no por que eres tú... jajajajajaja- Extiende sus alas negras, tan negras como el carbón, lentamente cada pluma cae al piso volviendose cenizas y liberando un olor a azufre, dejan las alas membranosas al descubierto. -Eres un cabrón... pero tienes consciencia... esa es la diferencia entre tu y yo Hariel... yo la salvaría por pagar mi deuda con ella... tu la salvas por que no soportarías que muriera sabiendo que pudiste hacer algo por evitarlo...- Salta por la ventana y levanta el vuelo desapareciendo de mi vista, en verdad odio a ese tipo, odio a los demonios, pero principalmente odio a los príncipes del infierno, son arrogantes, soberbios y testarudos... como yo.
Regreso la vista a Fiore antes de abrir un portal al cielo, no sé que es lo que le está pasando, pero no pienso permitir que continúe, a parte de que sus padres intentarán arrancarme la cabeza adjudicandome la responsabilidad de protejerla, mi consciencia no podría, ella evitó que Asmodeus encajara esa astilla en mi pecho, por eso resultó herida, supongo que así como él, también tengo una deuda de honor con ella. Atravieso el portal y de un momento a otro pasamos de la tierra mundana al cielo, llego a los altos edificios, torres de cristal y oro, dando una apariencia de paraíso. Vuelo hasta llegar a mi hogar, en cuanto entro todos los ángeles de mi alrededor voltean curiosos y asombrados. Daniel es la primera en acercarse casi corriendo y ver a Fiore consumiendose.
-¿Qué pasó?- La revisa con ansias, sus ojos escrutinan el rostro de Fiore.
-La hirieron... necesito un lugar donde atenderla...- Ella simplemente asiente con la cabeza y me dirige hacia una de las habitaciones del lugar.
La deposito con cuidado en la cama y veo que empieza a fruncir el ceño, el dolor se está haciendo insoportable, Daniel se pierde de mi vista por un momento, le arranco la ropa dejandola solo con su brasier, intento concentrarme en lo que tengo que hacer, aunque admito que no puedo evitar recorrer su piel con mi mirada, tal vez por curiosidad, tal vez por ese instinto de hombre que no se perdona ni siquiera en ángeles. Voy al lavabo, tomo un cuenco y lo lleno de agua, jalo una toalla blanca y regreso a su lado, mojo la toalla y empiezo a limpiar la herida lo mejor que puedo, la sangre negra no deja de salir, la piel de alrededor se empieza a tornar negra y las venas resaltan sobre la piel sana con el mismo color y palpitan, se está envenenando, pero no tiene la astilla clavada, ¿por qué?, me acerco más a la herida y veo que tiene un pequeño fragmento, una astilla aún más pequeña, no es suficiente para controlar su consciencia, pero si para intoxicarla. Con cuidado tomo ese pequeño fragmento y se lo quito, como por arte de mágia la sangre cambia su color, se vuelve roja y me siento un poco aliviado, las venas parecen retraerse y su piel regresa a ese color durazno. Levanto la mirada hacia su rostro y este parece más relajado, aún no abre los ojos, pero ya no está sudando ni haciendo gestos de tortura. Sigo limpiando su herida con cuidado, bajo su tirante para poder limpiar mejor y el hecho de rozar la piel de su hombro al rebalarlo hace que mis yemas cosquilleen, retiro mi mano casi de inmediato, cierro y abro la mano como si quisiera deshacerme de un calambre que está a punto de darme.
Por más que limpio la herida no deja de sangrar, tiene una hemorragia y cada vez la veo más pálida, volteo hacia la puerta y Daniel no llega, supongo que fue por alguien que pudiera curarla, pero no voy a poder esperar más. Saco mi cuchillo y corto la palma de mi mano, dejo caer unas gotas sobre su herida y después la acerco a su boca, veo como mi sangre entra lentamente, pinta sus labios y ella empieza a deglutir, da un suspiro profundo y vuelve la calma a ella, la herida deja de sangrar, tomo unas gasas de un cajón y la cubro con ellas. En cuanto me dispongo a deshacerme del cuenco y la toalla Daniel regresa con uno de los doctores del ejército.
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Editado: 09.05.2020