PRÓLOGO
KEKUPAI
El destino de los hombres, en muchas culturas, se definía en la infancia.
Grandes figuras de la historia han pasado por el escrutinio de santos, adivinadores y oráculos para determinar si ese infante era el elegido para restaurar viejas glorias, salvar a su pueblo o representar a los Dioses en la tierra.
En Sudamérica, muchos años después de La Gran Unificación, la tecnología regia suprema sobre la superstición, las batallas se ganaban y se perdían en documentos y pantallas de computadoras, los héroes se montaban en un escenario, se volvían leyendas deportivas o se transformaban así mismo en mesías políticos.
Pero las creencias y las costumbres son difíciles de matar, todavía más en la mente de los mayores.
Una abuela se negaba a renunciar a sus convicciones, a su fe, a su forma de interpretar las acciones de Dios, durante su juventud se desligó de la fe de sus padres para adentrarse en prácticas que muchos no entendían, su familia suponía que sería una moda pasajera, no muy diferentes a las modas de tomarse fotos cada cinco minutos o de montar un video en la Interweb, los años pasaron, la adolescente se convirtió en mujer y luego esta se volvió madre.
Cuando tuvo a su bebé lo llevó al Cerro Kekupai, en un Estado donde las montañas terminaban y comenzaban los trópicos, allí los espíritus y aquellos que interpretaban sus deseos se conectaban para traducir los designios del destino, le dijeron que su hijo llegaría más lejos que nadie en su familia.
No se equivocaron, la bonanza llegó pausada pero constantemente, la necesidad se volvió un lejano recuerdo con el paso del tiempo, la pobreza, si es que existió, se convirtió en un tópico del cual nunca más se habló.
Ahora le tocaba el turno al nieto, sin embargo, el padre de la criatura y su madre no permitirían que la abuela del niño lo llevara a “ese campamento de brujos y charlatanes” prohibiendo hablar del asunto.
Pocos sabían los padres que con la vejez viene la paciencia, y la abuela esperó su oportunidad.
Fue en un fin de semana, tenía que llevar al nieto a que le cortaran el cabello para una fiesta infantil de la cual nadie se acuerda, el barbero hizo su trabajo, con su tijera cortó el trozo de cabello que la abuela necesitaba para conocer el futuro de aquel niño.
Días después la abuela se dispuso a viajar al lugar donde el futuro revelaría sus secretos, no era un sitio para los no creyentes ni para los turistas, llegar allí requiere dos autobuses, el primero lo tomó temprano en la mañana, salir de la ciudad siempre ha sido un caos.
270 kilómetros al oeste se encontraba la primera parada de la travesía, la abuela debía montarse en otro autobús, uno más pequeño, más rudimentario, que la llevaría a ella y a otros pasajeros al “El portal” o “La puerta” según como se traduzca en lengua indígena, dos enormes rocas que han estado allí desde siempre al pie del Kekupai, y que se les consideraba la entrada a la montaña, a partir de allí los creyentes comienzan su caminata hacia su centro de prédica.
La abuela conocía ese lugar bien, apenas puso un pie fuera del autobús reconoció que no estaba más en la tierra de su hijo, de su nieto, de la ciencia o de los hombres, caminar por el Cerro significaba estar en un reino gobernado por tres poderosas deidades: Una monarca que regía sobre legiones de espíritus, un bravo cacique que luchó ferozmente contra los conquistadores españoles y por último el único hombre de color con rango oficial en el ejército de uno de los Libertadores de Sudamérica, hombre considerado cruel y magnánimo, egocéntrico y generoso.
Era la Santa Trinidad de esas tierras, venerados, temidos y respetados por todos los creyentes, pero aquella abuela no pensaba únicamente en el poder de esas tres entidades, sino en la autoridad del padre de su nieto, lo conocía bien, ir para esos lugares para preguntar por el infante traería consecuencias si es que ella comentaba algo al respecto al volver.
Se convenció a si misma de que no tenía por qué saberlo, si hace tantos años le dijeron que todo estaría bien y así fue, no había razón para dudar que la historia no se repitiera.
Pero más temprano que tarde descubriría que el futuro puede ser una oportunidad, un sueño inalcanzable, un terreno desconocido o una maldición.
La historia de su nieto, estaba lejos de concluir.
PRIMERA CLASE
Los rayos del sol comenzaron a tocar a los edificios y a los otros titanes de concreto que se erguían orgullosos en la metrópolis, estructuras tan grandes como el ego de sus constructores, de sus dueños, de un territorio orgulloso de haber salido de las sombras para adentrase en el futuro que suponían merecían tener.
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Editado: 12.06.2020