ALZAMIENTO
Anthony Meredos era un adolescente afortunado, de porte elegante y modales refinados, además de tener un rostro que el acné pareció olvidar tocar, un cabello ondulante y ojos color miel. Era muy querido y respetado por la mayoría. En el liceo era conocido por ser muy sociable, entraba en cada obra o acto que se presentara y era amigo de los maestros, excepto del profesor de Educación Física Hugo Sandoval, el cual no era amigo de nadie.
Indudablemente con los atributos anteriores no es muy difícil para él encontrar chicas, tienen varias amigas y muchas conocidas desde 1ero hasta 5to año, condición que disfruta dando por hecho que su simpatía, carisma y físico lo hacían una persona más cercana al estado de adultez que sus compañeros.
Como es normal en los seres humanos que creen haber encontrado la felicidad, Anthony no puede o no quiere ver el sufrimiento de los demás que lo rodean. Ni siquiera se da cuenta que mientras hace la cola para comprar en la cantina su desayuno en el 1er recreo se encontraba detrás de él su antítesis, Christian Siller que lo miraba con su mirada lógica casi sin demostrar algún tipo de enojo o envidia, más en su interior la cólera por no tener esa felicidad, esa aceptación de los demás lo revuelve por dentro haciendo un hoyo en su alma.
«Estúpido —piensa Christian—. ¡Aun no entiendo! ¿Por qué están con él y no conmigo? Yo que sí los necesité y no estuvieron».
Al terminar de hacer la cola para comprar el desayuno Anthony sale al encuentro con Circe, en el camino saluda a cuanta chica se le atraviesa. Christian ve como Anthony y Circe se saludan en el momento que come su empanada y toma su jugo, es más que clara la diferencia de cómo se saludan entre ellos y como ella saludó a Christian el día sábado. «Es como más fraternal, más alegre. No creo poder llegar a ese nivel de confianza».
Al dúo se le unió Romina, que caminaba con su larga cabellera castaña, cintillo de colores y sus lentes, preparada para contar los últimos chismes. Christian se acercó un poco más para escuchar de qué hablaban, pero los temas resultaron de poca importancia para él. Romina se da cuenta que Christian los observa de forma despectiva (según su opinión), y en tono bajo le dice a sus compañeros:
—¿Y ese tan extraño? No te dije, Circe, es un pesado.
—No seas así con él —dijo Anthony—. Es un buen hombre, sólo que es un poco… un poco…
—¿Un poco qué? —preguntó Circe, con mucha curiosidad.
—Un poco triste, según sé por lo que me ha dicho Lázaro y por las veces que he hablado con Christian el divorcio de sus padres no fue un proceso muy diplomático que digamos.
—Los divorcios suelen ser muy duros —dijo Circe—. Se nota algo en su mirada que es como de melancolía.
—¡Ah! —Exclamó Romina, con escepticismo—. No se den mala vida por ese tipo, total ya está traumatizado. No es para tanto, la gente se divorcia todos los días, y lo de él pasó hace mucho.
—No seas mala con él —acotó la chica rubia. Acto seguido, lo llamó para que se uniera al grupo. Christian, a regañadientes, aceptó.
En ese instante, Lázaro Ximénez, vistiendo su inseparable chaqueta negra, termina de comprar en la cantina su desayuno, se da cuenta al comer, lo extraño que es el jamón de su empanada. «Esto parece más bien empanada de hámster recién nacido. No sé por qué compro esta chatarra».
En eso escucha la voz de Circe que moviendo la mano y sonriendo quiere que se acerque, él sin ningún problema va, pero a medida que se aproxima algo en la mente de Christian aparece para atormentarlo. «¡Maldición! No le dije», pensó Christian. Se separó del grupo sin decir nada para informarle a Lázaro en voz baja.
—A todo lo que Circe te pregunte, dile que sí o inventa algo.
—¿Cómo es la cosa? —preguntó Lázaro, extrañado.
—Sigue el juego. Te explico después.
Se aproximan al grupo. Circe quedaba encantada al ver a ese joven que era Lázaro, prestando menos atención a su amigo que la quería en secreto. Lázaro saludó al grupo, luego Circe con entusiasmo dijo:
—¡Estábamos a punto de comentar sobre el concierto!
—Sí, parece que su desempeño fue admirable, hermoso, digno del mismo Stradivarius — dijo Anthony. «La palabra “chupamedias” está cruzando por mi mente», pensó Christian.
—Eso es muy lindo —agradeció Circe—. Todo salió bien y nadie se equivocó, las canciones ya me las sabía de antes y parece que el sonido fue de lo mejor, ¿cierto? — preguntó dirigiéndose a Lázaro.
—Tienes razón, todo sonó estupendo, fantástico.
—Pero qué malo que no te quedaste hasta el final. Hubieras visto cómo la gente reaccionó. Todos nos felicitaron.
—¿No te quedaste hasta el final, Lázaro? —dijo Romina, en forma regañona—. Es de muy mala educación ir al concierto de una compañera y no quedarse hasta que termine.
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Editado: 12.06.2020