EL ROBO
Lázaro Ximénez se preparaba para asistir a clases, en uno de sus bolsillos introdujo el disco de su padre para que Christian pueda examinarlo. Una vez en el tren se llevó una grata sorpresa, pues se encontró en el mismo vagón a Circe, que llevaba su mochila y el estuche con su violín.
—¡Qué sorpresa! —Dijo Circe—. Tuve la sensación de que estabas acá, pero de verdad que no nos encontramos de casualidad.
—¿La sensación? —Preguntó Lázaro, en broma—. Yo también sentía algo parecido, pero creo que es porque estoy al borde de la paranoia. ¡Ja, ja, ja! —«¿Sintió algo parecido? —Pensó Circe—. ¿Será en serio o sólo una broma?».
Ambos llegaron a la estación de destino. Al salir del subterráneo, hablaron de asuntos del colegio y, una vez en la superficie, en la soledad de las calles matutinas, Lázaro decidió preguntarle por qué llevaba su violín a clase.
—No lo estoy llevando a clase exactamente —contestó ella—. Es que hoy tengo práctica extraordinaria y no me da tiempo de regresar a mi casa a buscarlo.
—¿Sabes? Me gusta que te tomes el violín tan en serio. Tal vez hasta un día te escuche tocarlo.
—Pero tú ya me escuchaste tocarlo —acotó, extrañada.
—¿Yo? Debes estar equivocada—recordó entonces que Christian le mintió al decirle que él fue a verla al pueblo, cuando en verdad se encontraba descansando de la celebración por su victoria en las carreras—. ¡Ah!, yo me acuerdo, lo que pasa es que las cosas como están…
—No tienes que disculparte —dijo Circe colocando su mano en el hombro de Lázaro—. Sé que con lo de tu papá debes de tener la mente en otra parte.
Lázaro se sintió bien al ver la consideración de Circe, aunque sabía que respaldaba una mentira.
—¿Te conté que una vez yo también practiqué un instrumento?
—¿En serio? ¿Con cuál? —preguntó Circe.
—La flauta, pero era malísimo. Creo que cuando la tocaba debía hacer unos sonidos de baja frecuencia porque los perros de los vecinos aullaban como locos. —Circe rió por el comentario.
—¡Que coincidencia!, yo tengo una amiga que…
Lázaro se detuvo y levantó su mano en señal de esperar a Circe, la cual preguntó qué ocurría. Fijó sus ojos azules para percatarse que detrás de un árbol apareció un chico con rostro perverso. Voltearon para atrás, otros dos jóvenes hicieron su aparición, Circe inmediatamente asumió que eran ladrones y abrazó con toda su fuerza su violín.
—Creo que nos van a robar —dijo Circe, con temor al observar que Lázaro miraba con rencor a dos sujetos que se le aproximaban por una calle al costado. El joven piloto suponía que tarde o temprano aparecerían para saldar cuentas.
—Bueno, esto es lo mejor para comenzar la semana —dijo Lázaro irónicamente, mientras los chicos los rodeaban a los dos—. ¡La visita de los hermanos Inútiles!
—No te hagas el cómico conmigo maldito —dijo Ícaro—. ¡Tuve el sabor a basura durante todo el fin de semana por tu culpa!
—¡Oye!, no me culpes de que tu pasta de dientes sea de cuarta categoría.
Circe intervino. Apelando a la razón, pidió que los dejaran en paz, que no tenían nada de valor, únicamente libros. Se notaba el miedo en su mirada.
—Pero qué linda —dijo burlón Damián —. ¿Quién es esta, Lázaro? ¿Tu nueva novia?, ahora sabrás lo que es que se metan contigo cuando estas con una mujer! —Quiso aproximar su mano a sus rubios cabellos, pero Lázaro se lo impidió.
—¡Ni se te ocurra tocarla, Damián!, si es por lo de Sienna ella no tiene nada que ver
—¿Qué me vas a hacer? —preguntó el hermano mayor acercándose a Lázaro.
—Sabía que eras una gallina, ZigZag, ¿pero mandar a tu hermano y a los demás cretinos de la banda para arreglar nuestras diferencias? No cabe duda de que eres un infeliz.
—Lázaro, ¿tú conoces a estos tipos? —preguntó preocupada Circe, pero nadie les prestaba atención.
—Conoces las reglas, Peregrino, si te metes con el piloto te metes con todos nosotros, y adivina que, ¡soy piloto! —dijo Ícaro.
—Deberías saberlo no Lázaro — Comentó Damián — Es la misma regla que me echaste en cara cuando fuiste a fastidiar a Las Gitanas, sólo que tienes un problema, ahora nadie te respalda, ¡Mientras que a nosotros sí!
La cosa iba en serio. A Lázaro no le importaba tanto estar solo, pero la presencia de Circe cambiaba mucho su precaria situación.
—Deja que la chica se vaya —dijo Lázaro, preparado para la pelea—. Ella no tiene nada qué ver en este asunto.
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Editado: 12.06.2020