TUN-TUN
En el centro nocturno más importante de la urbe la iluminación rozaba las cabeza de los jóvenes que brincaban festejando al unísono a pesar de ser todos desconocidos entre sí, entre ellos se dicen palabras positivas olvidando los problemas que los aquejan los días de semana. El rey indiscutible de la noche era el DJ invitado que mostraba su maestría en las bandejas. Cada uno estaba en lo suyo, sin molestar a los demás, ignorando a la adolescente que llevaba vestido de gala.
—¿Alguna vez viniste a Wonderworld? —Preguntó Lázaro.
—Sí, un par de veces —Contestó su invitada.
—Esta es mi tercera vez, y pensar que papá quería que me quedara en esa fiesta, ¡ni loco!
Una canción conocida por Lázaro comenzó a sonar, el chico invitó a bailar a la joven de cabello púrpura, la música se ponía cada vez mejor y él se descontroló por completo. Ella lo único que tendía a hacer era mirarlo con asombro pero pronto se le unió en la alegría de la noche.
Al amanecer, Lázaro y la chica salieron de la discoteca, cansados, pero felices de haberla pasado bien juntos.
—Oye, ¿tu mamá no va a decir nada? —Preguntó Lázaro.
—No, esa seguro que ni se acuerda que fui con ella a la fiesta, ahora tomo un taxi, me regreso y no se da cuenta de nada. ¿Y tus papás?, ¿qué crees que te dirán?
—Para serte honesto, me van a gritar, pero valió la pena, por la compañía.
La joven sonríe en respuesta al cumplido, con la luz del sol Lázaro vio más claramente a Débora, tenía un cuerpo muy armónico que la hacía lucir mayor de lo que en realidad era.
—Esto es bastante loco, estuve contigo toda la noche y no sé tu nombre —Acotó la chica.
—¡Es cierto! —Expresó Lázaro —¡Creo que debimos comenzar por esa parte primero!
Pero el asunto se tornó serio, llegó el momento de decir nombres, de decir apellidos, Lázaro estaba cansado de todas las chicas que se quedaban con él por ser el hijo de Juan Ximénez, lo que significaba Créditos y algo parecido a un estatus a cambio de demostrar sentimientos vacíos. Un razonamiento similar tuvo la joven, muchas veces, tener la sangre de Julieta D’Gala en las venas ha sido, directa o indirectamente, fuente de desafecto.
Pero aunque había cosas de las cuales no se pueden escapar, existían formas de hacer trampa a la realidad.
—Mi nombre es Lázaro Ximénez.
—Soy Débora Seijas — Se presentó la joven sonriente. — ¿Eres el hijo de Juan Ximénez?
—Hasta donde sé, ¿y tú eres hija de quién?
—De una mujer que está loca.
Los dos rieron, por coincidencia, destino u otra fuerza incontrolable, hicieron un pacto para jugar a ser otros, ninguno de los dos estaba en el círculo social del otro, por lo que era una oportunidad de simplemente ser ellos mismos.
Al despedirse se dieron sus números de G-com, instintivamente sabían que era lo único que necesitaban, nada de redes sociales, nada de fotos del pasado, nada recuerdos en digital. Lázaro se dirigió a su hogar, la noche no pudo haber sido mejor, terminó saliendo con la mejor chica que había visto en mucho tiempo. No obstante, al entrar a su casa descubrió que sus padres, sobre todo Juan, no compartían su entusiasmo.
—¿¡Dónde estuviste metido!? —Preguntó Juan con el ceño fruncido y bastante molesto. Fue el principio de otra discusión entre padre e hijo donde se dijeron cosas irreproducibles, la madre de Lázaro en un momento trato de detener el conflicto entre ambos.
—¡No lo defiendas, Laura! ¡Siempre se aprovecha y no asume sus responsabilidades!, si al menos trajera mejores notas para cambiarlo de colegio posiblemente le perdonaría muchas cosas, ¡pero no!, tiene notas tan patéticas que tengo que inscribirlo en un colegio de tercera categoría. Mi heredero, qué chiste. ¡Preferiría heredarle todo a un poste de luz!
—¡Un momento, papá! —Intervino Lázaro—. No creas que soy un vago. El año pasado, en el último lapso, estudiaba todo el día para subir mi promedio.
—¡Y no funcionó! —Lo interrumpió Juan—. No importa cuánto te esfuerces, si no alcanzas los objetivos esperados es como si no hicieras nada y al final siempre alguien tomará tu lugar.
«¡Hago lo mejor que puedo viejo!», pensó Lázaro escuchando el castigo que le imponían, nada de salidas por dos semanas. Lázaro se sintió mal, todas las discusiones con su padre terminaban en un repaso de lo que su hijo no podía hacer o no podía alcanzar, al segundo día de castigo no tenía consuelo ni siquiera de sus amigos, por lo que llamó al número de G-com de Débora.
Cuando hablaban lo hacían para conversar de cualquier cosa que hiciera olvidar el hecho de que Lázaro estaba castigado y debía verle la cara a su padre todos los días, al adolescente le gustaba ser escuchado sin que el apellido Ximénez importara, a ella le gustaba oírlo incondicionalmente y lo entendía, era la primera vez que un chico era tan abierto con su persona, posiblemente era porque Lázaro desconocía su historia, pero a Débora eso no le molestaba, todo lo contrario.
Editado: 11.06.2021