DIVAS
Durante aquellos minutos de plática Henry supo que no serían las últimas palabras de ese tipo que le tocaría escuchar.
Cualquiera que pudiese escucharlos creería que Lázaro estaba diciendo cosas sin sentido, producto de un vigor juvenil aún por domesticar, pero cada frase dicha era una estocada a la mente del Alcalde Mayor.
Un incómodo comentario de una futura «tormenta» estuvo a punto de quitarle la compostura a Henry. «No queda duda, ¡Este mocoso sabe algo!»
Tenía que apartarlo de Laura, Violeta y de su familia, la excusa perfecta la encontró en su bolsillo.
—Lázaro, ¿sabes?, tengo un problema con mi G-Com, al parecer lo configuré mal el otro día, quisiera saber si puedes ayudarme.
—Con gusto Alcalde Mayor, debe ser una tontería—Le dijo Lázaro con una actuada amabilidad.
—Ojalá mi hijo fuera tan habilidoso con las matemáticas que con esos juguetes tecnológicos—Acotó Laura.
—¡Mamá, déjame en paz! —Expresó el adolescente.
Henry pidió permiso para retirarse con Lázaro a un lugar donde hubiera «mejor transmisión de datos» para el G-Com, mientras caminaba para alejarse de la gente, el Alcalde Mayor se atrevió a realizar una pregunta.
—¿Eras muy unido a tu padre muchacho?
—La verdad no tanto como la gente cree, tenía intenciones de estar más tiempo con él, hasta que lo mandaste a matar—Pronunció en voz baja.
Ambos detuvieron su marcha, la mirada de Henry lo decía todo.
—Vamos a donde están los árboles—Dijo el hombre de barba controlándose.
Caminaron hacia unos árboles que rodeaban al Auditorio Metropolitano, alejándose de oídos curiosos, teniendo como únicos testigos hojas verdes, hormigas laboriosas y ramas que se dejaban acariciar por el viento.
—Esto no era exactamente lo que tenía en mente viejo—Dijo Lázaro ocultando su temor, delante de él no estaba otro joven con ganas de quitarle Créditos, arrebatarle la novia o esperarlo a la salida de clases, era el Alcalde Mayor, un hombre poderoso que logró atraer con un plan tan improvisado que hasta él mismo se sorprendió de que funcionara.
—No puedes estar diciendo esas cosas por allí muchacho.
—Si te digo la verdad no se lo he dicho a nadie, ¿Quién va a creerme?, además no tengo pruebas.
—Mmmm, está bien, dime, ¿Qué crees que sabes?
—Sé que sobre tu cabeza tienes cargos de corrupción, sin contar esos proyectos públicos ridículos que no terminaste, aunque me imagino que también tuvieron que ver los sobornos que has tenido que pagar para hacer lo que te da la gana, y ni hablemos de extorsión, pensaste que el dinero te alcanzaría para todo y no fue así. Pero necesitabas algo para llamar la atención, algo que sirviera para alegrar a los votantes, así que manipulas a las pandillas para que ataquen blancos importantes, luego los metes presos, y todos felices. Te ofreces como un mesías ante los aterrados ciudadanos, sobre todo a los que tienen más dinero para que inviertan en tu campaña. A cambio, les quitas las bandas de encima. Pero eso no es todo; tienes en una base de datos los nombres verdaderos de todos los pilotos y los integrantes de las pandillas que participan en La Liga Del Asfalto, seguro que para encontrarlos más rápido y apresarlos cuando ya no te sean útiles, eso lo harás con la Operación «Tormenta Urbana». Por supuesto, el alcalde heroico que se deshace de los pandilleros cae muy bien en la opinión pública en tiempos de elecciones. Si a eso le sumamos que mi padre sabía la verdad y podía comprobarla me hace pensar que no llegarías muy lejos en estas elecciones si todo sale a la luz.
Oberon quedó desconcertado. El chico conocía por completo su plan. «Si sabe todo eso, si llegó hasta aquí, significa que es el muchacho más inteligente de Ciudad Victoria, un digno hijo de tu padre, o es el imbécil con más suerte que haya visto».
—Bueno, viejo, ¡di algo!
—¡Ja! De verdad tienes una extraña percepción de las cosas. Seguro has visto muchas películas de conspiraciones.
—Percepción, imaginación, películas, puedes llamarlo como te dé la gana, pero las cosas que dije cuando estaba con mi madre y mi tía fueron lo suficientemente fuertes como para traerte hasta aquí, así que hoy vamos a hablar.
—¿Hablar de qué? —preguntó Oberon, haciéndose el desentendido.
—Tranquilo, tú tienes rabo de paja y yo también. No negarás que sabes que soy piloto de carreras clandestinas, además como dije, no tengo pruebas y solo quiero hablar.
El Alcalde Mayor cambió su expresión. Parecía ser que ese joven no era tan tonto como los demás. Era mejor tratarlo con cuidado.