Liga Del Asfalto: Sombras De La Urbe - Libro 3

CAPÍTULO 13

REBELIÓN

 

Era la tarde del día de cierre de campaña, la mano de Oberon pasó suavemente por las hojas de su bonsái. Adoraba la perfección de aquella obra de arte vegetal. Cómo deseaba que Ciudad Victoria y la Unión Federal Latina siguieran tal ejemplo de orden y armonía, mientras disfrutaba de unos momentos de soledad antes de prepararse para el discurso final.  De pronto, las puertas correderas de la oficina se abrieron para dejar pasar al Comandante Vargas, tenía en sus manos un P.A.C y una mirada de preocupación y miedo contenido que no lograba disimular muy bien. 

 

—En la alcaldía me dijeron que andabas por acá.

—Ah, sí, me gusta estar tranquilo antes de los momentos de euforia —dijo relajado. — Tienes una pésima cara, ¿Qué te ocurre?, ¿No dormiste bien?

—Yo… vine para decirte que están preparando todo en la Plaza de la Unión. Mis hombres se encargarán de la seguridad.

—¡Qué bien! —Oberon notó que el hombre en el que más confiaba tenía una mirada triste.—. ¿Sabes por qué voy a ganar Tobías? —preguntó entusiasta para cambiarle el humor.

—No, no tengo idea —respondió con desgano. — Aunque ahora no estoy muy seguro de lo que va a pasar.

—Los empresarios quieren a alguien que los proteja de las turbas y vigile sus intereses. Los pobres, por otra parte, solo quieren el trabajo que dan los mismos empresarios y ricachones que insultan de cuando en cuando. ¿Ves? A cada uno le he dado en estos cuatro años exactamente lo que quieren, junto con otras cosas.

—¿Pero qué hay de nuestros actos?, ¿qué hay de Gregory Blanco y de Juan?, ¿Y los rumores?

—¿Qué rumores?

—La Oficina Federal de Investigaciones Informáticas me mandó un comunicado, han reportado que periodistas de muy bajo rango han comenzado a mandarse documentos entre sí que te conectan con La Liga del Asfalto, con los arrestos y las muertes.

 

La armonía que tanto quería parecía terminarse.

 

—¿Tienes pruebas? —Preguntó el Alcalde Mayor.

 

El Comandante entregó el P.A.C para que Henry pueda ver en la pantalla del dispositivo, era un sitio de noticias en la Interweb sin ningún tipo de credibilidad, pero sabía perfectamente que cada palabra allí escrita era cierta.

 

—Tú familia, nuestras familias supongo que aún no se han enterado, pero me informan que han detectado otros lugares en la Interweb con información similar, incluso me reportan que existe un video de Juan Ximénez, están determinando la veracidad de eso.

 

El Alcalde Mayor guardó silencio por unos segundos.

 

—¿Crees que el video es falso? — Preguntó el político

—Es una posibilidad.

—¿Y si crees eso por qué entraste a mi oficina con esa cara? —Preguntó probando su lealtad.

—Henry, esto está ocurriendo el día de cierre de campaña, no tenemos mucho tiempo de reacción ante esto, si llega a ser verdad.

—¿A cuál verdad te refieres?, Ya tuvimos esta conversación antes Tobías, y hasta los próceres tuvieron que hacer cosas cuestionables para liberar a Sudamérica de los europeos y ahora tienen estatuas de ellos por todo el continente. —Puso sus manos sobre los hombros de Tobías y lo miró a los ojos—. Vamos a ganar Tobías, a estas alturas todos los enemigos que hemos tenido han sido vencidos.

—¿Tanto te importa ganar Henry?, ¿La victoria es más importante que tu alma?

—El bien común es mucho más importante que cualquier persona. Habrá un día en que me recordarán y dirán: «Quiso tanto a su gente que, por ellos, sacrificó lo que más apreciaba».

—¿Eso lo dirán antes o después de que nos hagan estatuas por todo el continente? —Oberon sonrió un poco.

 

Aquellas últimas palabras dejaron al Alcalde un poco descolocado.

 

Pero aún tenía una posición ventajosa, o así lo creyó en esos cruciales segundos, recurrió al más destructivo artilugio político para lidiar con las crisis, la negación

 

—Llamaré a mi director de campaña, tengo un discurso que dar y una elección que ganar.

—Henry, te pido por favor que reconsideres, tenemos que pensar qué hacer si esto es lo que creemos que es.

—Déjame solo, nos veremos en la Plaza de la Unión.

 

El comandante salió en silencio. Henry Oberon quedó solo con sus pensamientos, con sus pecados, ya no quería verse en el espejo una última vez para estar seguro de su apariencia, estaba seguro de que no vería a un candidato, a un empresario, a un hombre de familia, lo que observaría sería un individuo inmerso en la soledad del poder, una soledad que se volvería aun mayor cuando la justicia haga su trabajo.

 

Quería gritar, pero no podía, respiró profundo, caminó por la oficina como si fuese un tigre enjaulado hasta encontrarse con una de las cuatro paredes que parecían contenerlo.




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