Enfermedad
No sé en qué punto de mi vida descubrí que estaba muriendo. Ha de ser aquella tarde cuando comenzaron los desmayos. Aquella fue la primera vez que me encontré con Alice y sus ojos inundados. Los ojos de Alice son de un morado vivaz, me observan afligidos desde el otro lado de la habitación y sus ensimismadas lagrimas mojan sus mejillas, no ha parado de llorar desde que llegamos a la clínica, así ha sido el resto de nuestras vidas, desde que mi enfermedad aprecio.
La mujer, que está a mi lado, sujeta mi brazo; levemente. Cuando te acostumbras a vivir, merced de la muerte; descubres que vivir es simple. Un buen baso de chocolate burbujeante por la mañana, la sonrisa de Alice que te despierta, las espinacas de Alan, la medicina de todos las mañanas y el rutinario pasaje a la clínica, luego, esa enfermera que entra y te sonríe ignorando que se te escapa la vida, te sujeta el brazo y la helada aguja penetra con su punta de hielo. Odio las agujas. Alan también las detesta, por eso, este ademán cuando la aguja perfora mi piel.
Cuando sus ojos azules se agarrotan, comprendo que el cuerpo de la jeringa está cargado.
La mujer le entrega la muestra a Jhors Connan, que está en su escritorio, y abandona la habitación. Jhors, el especialista que tiene mi caso explica que mi sangre es lo más extraño que ha visto en sus treinta años de servicio; que ha encontrado una proteína especial en ella, en cantidades mínimas, y que actúa como anticongelante para ayudarme a sobrevivir a las temperaturas muy frías.
-Ha de ser porque si soy un humano estoy muriendo-, interrumpo, con un tono de despotismo en mi voz; ¿no es lo que cualquiera diría si hacen estos comentarios sobre su sangre?, Jhors, con su mirada voraz, me sonríe y baja la mirada al documento que yace sobre su escritorio. En letras resaltadas hay algo que me llama la atención, lo leo, SANGRE DE REPTIL, esta es la síntesis perfecta en lo que a mi caso respecta. Todo se ha mantenido en secreto porque Jhors Connan es un gran amigo de Alan, y él mismo Alan con toda su suspicacia le ha pedido a Jhors mucha cautela por las desapariciones.
Alan ha sido un gran padre, aún no se ha borrado de mi mente la mañana cuando Alan y su esposa Violet nos recogieron a Alice y a mí del orfanato. Éramos unos pequeños aun, con los mismos zapatitos rotos y los mismos harapos con los que llegamos al orfanato. Lo que más recuerdo es la expresión de pasmo de Alice cuando vio el auto lujoso. Rojo y gallardo, como los de la TV. El bus del orfanato estaba lejos de ser algo parecido, y gracias a dios ya no tendríamos que escuchar su motor ensordecedor.
El recorrido del condado de Long Dawng donde estaba el orfanato, hacia la ciudad de New Beginning donde vivía Alan y Violet fue una sensación distinta a todas mis experiencias automovilísticas, si se le puede considerar así al recorrido que dábamos en el viejo autobús al zoológico del condado durante el día de naturaleza, esto era distinto, era un BMW M4 convertible, como recién salido del concesionario. Alice y yo, nos sentamos, con Violet entre nosotros, en las sillas traseras, eran espumosas y cómodas, no se comparaban a las viejas sillas chirriantes del tosco autobús parroquial. Alan baja la cubierta y lo único que se me ocurre es imaginarme al viejo autobús hacer lo mismo, sonrió.
Todos mis recuerdos de infancia estaban en el viejo orfanato, de alguna forma me pesaba partir y dejar mi antigua vida, mi estrepitoso catre de metal, el pequeño dormitorio donde dormíamos tan pegados que casi soñábamos por igual, la vieja cancha de básquetbol y la anticuada TV. Ahora había que mirar al frente, la vasta pradera parecía borrarse con la velocidad, el ruido fino del motor me distrae...
…Jhors aparece en su escritorio, la iluminada habitación se hace difusa, el silencio de la clínica se pierde bajo el sonido de un motor, es como soñar despierto, como estar en dos realidades simultaneas. Jhors me cruza la vista, parece decirme algo, no lo comprendo.
–has sentido alguna mejoría Sebastián–, asiento con la cabeza aun sin comprender y luego pierdo la imagen…
Vuelvo al auto.
Lo único bueno de dejar el orfanato, era que Alice estaba conmigo en esta nueva vida con Alan y Violet. Alice me hace gestos al otro lado del auto, me pierdo en sus ojos cárdenos, ¿que está pensando? Tal vez, se resiste a la idea de habernos perdido. Entonces, Alan voltea, su cabello castaño, parece haberse desajustado un poco con la brisa que se cuela por encima del parabrisas, sus ojos se posan en Violet, luego en Alice y por último en mí, tal vez, esta es la familia con la que ha soñado siempre. Vuelve al frente con la carretera mientras esboza una risa. Violet nos sonríe en todo momento y suele preguntarnos por todo lo que nos gustaría tener, cosa fácil después de una vida privada de todo. Suelo mirarla fijamente, me atrae el prendedor que cuelga en su pecho, es un prendedor que he visto antes, estoy seguro de ello, es la imagen de San Pantaleón, el santo de los enfermos, pero ella parece alguien normal, una mejer sana y llena de vida, su alegría mana de su mirada y no se contiene.
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Editado: 10.05.2018