"Bang Chan"
Hyunjin salió del instituto bajo la atenta y extrañada mirada de algunas personas que lo veían llevar a la chica. Se acercó al auto y rápidamente abrió la puerta bajando las piernas de ella para poder ocupar su mano.
La recostó sobre el asiento y la cubrió con su propio saco, luego cerró la puerta y se subió a su lugar.
Por unos segundos pensó en las pertenencias de la chica, pero desistió de ir a buscarlas y decidió venir mañana.
Se colocó el cinturón y estuvo a punto de hacer arrancar el motor, pero su vista captó a ese trabajador desconocido. Éste se estaba subiendo a un auto, y todavía llevaba puesto el uniforme de auxiliar.
Sin dudar, encendió el vehículo y esperó a que el sujeto saliera.
Hyunjin avanzó despacio y comenzó a seguirlo mientras cuidaba la distancia y miraba de a ratos a Suni a través del espejo retrovisor, todavía inconsciente.
Después de varios minutos siguiendo al tipo, llegaron a una instalación abandonada, parecía una fábrica o algo así; era enorme y se notaba el deterioro, ni hablar de lo desértico que estaba todo.
Se detuvo a cierta distancia sin entrar del todo y miró desde su lugar al desconocido bajar, caminar hasta el maletero y ahí quitarse el mono de trabajo, dejando ropa formal.
Lo vio acomodarse la chaqueta de cuero negro y cerrar la parte trasera del vehículo para luego caminar y adentrarse al enorme establecimiento.
Miró a Suni todavía dormida y dudó en lo que tenía pensado hacer. Si Suni despertaba, no lo veía a él y encima notaba el lugar desconocido, entraría en pánico y no quería eso, así que no tuvo mejor idea que escribir una breve nota diciéndole que no se moviera del vehículo hasta que él volviera. La depositó sobre ella y salió del coche, colocándole seguro desde afuera para asegurarse que nadie entre... ni ella salga. Sólo por seguridad.
Caminó a paso rápido y seguro, sin importarle encontrarse con más hombres puesto que ahora mismo volvía a sentir rabia, tanta como para matar a cualquiera sin medidas.
Se adentró al desértico lugar. Sus pasos eran silenciosos y su vista estaba fija en todo, cada detalle y posible amenaza inminente.
Al instante, se detuvo y pegó su cuerpo contra la pared, pues estaba oyendo la voz del sujeto hablar y, al no oír otra, dedujo que estaba hablando por teléfono.
Se asomó apenas, sólo para ver que éste estaba de espaldas con la guardia baja, mientras parloteaba por el móvil.
Hyunjin sin pensarlo, agarró un pedazo de hierro parte de un escombro y se acercó lentamente, cuando lo tuvo cerca, corrió suavemente y le dio con todo el hierro en la espalda, tirándolo al suelo inconsciente.
Tiró el arma improvisada a un lado y agarró el aparato telefónico, oyendo la voz del otro lado:
— ¿Chan? Demonios, responde —los ojos del morocho se abrieron de sobremanera, incluso temblaron en su lugar a causa de la impresión del momento.
Jiso exigía la voz del tal Chan, pero era claro que no iba a oírlo... no otra vez.
Hyunjin abrió la boca para hablar, pero la cerró de inmediato y se decidió por cortar la llamada, tirar el aparato al suelo y pisarlo con fuerza. Ahora mismo estaba que hervía; él no era alguien que se dejara llevar por los sentimientos porqué realmente ya no los tomaba en cuenta, pero en ese momento se sentía traicionado por la única persona en la que confiaba ciegamente.
El padre de Suni había enviado a alguien a secuestrarla, ¿por qué? ¿Acaso no la amaba? ¿No le importaba su hija?
— ¿Qué demonios haces, Jiso? —musitó viendo al tipo tirado en el suelo con algo de sangre en la cabeza.
Se agachó y revisó sus bolsillos para asegurarse que no haya ninguna sorpresa; no encontró nada raro, ni siquiera tenía algo en los bolsillos.
Miró a un costado y vio un pedazo de cable, así que lo tomó y lo utilizó para atar al sujeto.
Lo dejó sentado contra un pilar y él se alejó un poco, pues su móvil había comenzado a sonar.
Frunció el ceño con rabia cuando vio el nombre de aquel hombre que lo había traicionado, incluso había traicionado a su propia hija. Estaba dispuesto a poner en peligro la vida de Suni, y eso lo hacía sentirse enfermo. Ahora mismo sentía que ya no tenía a nadie en quien confiar, pero al instante esa idea se esfumó cuando Suni apareció en su cabeza. Fue cuando se hizo la promesa de que, aunque fuera el mismo Jiso, él no iba a dejar que nadie le hiciera daño a la castaña.
— ¿Señor? —atendió normal, guardando su rabia y dejando paso a la tranquilidad que lo caracterizaba.
— ¿Todo va bien, Hyunjin? —preguntó.
Él enseguida miró su reloj de muñeca; las nueve y media, a esa hora Suni está en clases.
— Sí, ningún problema.
¿Acaso Jiso ya se había dado cuenta de la situación?
— Muy bien hijo, recuerda que luego Suni tiene sus clases de tenis —recordó.
— Lo recuerdo, señor, no se preocupe.
— Bien. Hasta entonces —la llamada terminó y el morocho no se molestó en colgar. Dejó caer su mano con el móvil y miró la nada. Repentinamente, la preocupación lo invadía.
¿Y ahora qué pasaría? Si Jiso realmente quería hacerle daño a su propia hija, la casa ya no era segura, y él mucho menos podía dejar todo así. ¿Qué iba a pasar con Suni? La cabeza comenzaba a dolerle, nunca le tocó meditar tanto algo pues él sólo actuaba por impulso.
Se le estaba yendo de las manos.
— Oye tú, ¿te divierte jugar? Quítame esto y te daré diversión, imbécil —la voz del otro sujeto resonó por todo el lugar, causando el típico eco de los lugares desérticos.
Hyunjin lo ignoró los primeros segundos, pero luego volteó a verlo con la mirada ensombrecida.
— Tengo pensado algo mejor —avisó acercándose con pasos firmes —, tú me dices lo que trama Jiso, y yo no te arranco los ojos con mis propias manos, ¿te parece?
Chan sonrió de lado; sí que era feroz.
Soltó un suspiro y echó su cabeza hacia atrás totalmente despreocupado.