Lina y Sathor - El inicio del despertar

Capítulo 2

Lina — Al sur de Vintown, Libben

 

 

En una cálida tarde de verano, la niña caminaba unos pasos por detrás de su madre, observándola con admiración.

 

Ilbana era una mujer delgada, llevaba sus largos cabellos color castaño, recogidos en un rodete alto, del cual se le escapaban algunas mechas que acariciaban su rostro. Su piel era delicada, salpicada de diminutas pecas a los costados de su nariz. Se volvió hacia la pequeña con una sonrisa, su mirada dulce y amorosa hizo que su hija respondiera sonriendo de la misma manera.

 

— Ven, mira — dijo la madre acuclillándose.

 

Lina se apresuró colocándose junto a ella, inclinando su torso y apoyando las manitos en sus rodillas.

 

— ¿Qué planta es esa, mamá? — preguntó con la curiosidad natural que se tiene a los seis años.

 

— Adhirum — tocó entre sus dedos la flor cuyos pétalos eran de color naranja y el centro marrón oscuro. — Estas flores sirven para sanar las heridas, calman el dolor, evitan las infecciones y hacen que cures más rápido — explicó a la pequeña. — ¿La quieres cortar tú? — inquirió Ilbana, sabiendo cuánto le gustaba a su hija ayudarla. — Recuerda que debes pedir permiso.

 

— Sí — tomó unas tijeras pequeñas que llevaba en el delantal de su vestido y habló: — Querida Aidiríu — dijo intentando replicar el difícil nombre. — ¿Me permites cortar una de tus flores, para que mami y yo preparemos remedio? — colocó su manita bajo la flor, la cual en un movimiento casi imperceptible se recostó sobre esta, permitiendo ser cortada.

 

Lina lo hizo suavemente y diciendo “gracias”, tal como le habían enseñado. Su madre decía que tenía un don, que a ella le había llevado mucho más tiempo comunicarse con otros seres y entender que todo tiene un alma. Se sentía muy orgullosa de ser hija de sus padres. Esperaba ser, cuando fuera adulta, una bruja y guardiana del portal, igual que ellos.

 

— ¡Muy bien! — Oyó detrás de sí, la voz maternal. — Ahora volvamos. Ya tenemos todo lo necesario para el ungüento que nos pidió la mamá de tu amiga Clara.

 

Se hallaban tan solo a unos metros de la cueva que las conducía a su hogar, en el centro de la montaña. Su padre no se encontraba con ellas, ya que estaba atendiendo asuntos en Ghina, el lugar donde habitan los damoni y otras criaturas intraterrenas.

 

La niña sentía mucha curiosidad por aquel lugar, del cual había oído hablar tanto a su padre, Karonte. Sin embargo, no podría ir allí hasta que llegara el tiempo de hacer su peregrinación iniciática como bruja. Y para su decepción, para eso faltaba mucho, pues debía ser adulta.

 

 

 

***

 

 

 

Sathor — Ciudad de Urd, Ghina

 

 

Las luminarias mágicas flotantes, que se habían colocado estratégicamente por encima de sus cabezas, no permitían ver las luces de la gran ciudad, que en otras circunstancias se habrían asomado por detrás de las gradas.

 

El tumulto de gente gritaba alentando a uno u otro participante de las lides.

 

Esta era la forma en que los damoni pudieron deshacerse de la guerra. La ira en su interior se volvió algo constante desde la caída, y por mucho tiempo habían luchado entre ellos: por tierra, por minerales o por el simple hecho de descargar su violencia. Y esto fue lo que prevaleció, y dio vida a las arenas.

 

Ahora Sathor, se debatía, no solo con su contrincante en aquella pelea, sino también por dentro. Conocía el camino de la redención hacía tiempo, ya que su mejor amigo había dejado las lides para convertirse en guardián de un portal y llevar una existencia diferente, tal como deseaban él y muchos otros. Pero, aunque tenía la misma opción, no se sentía en condiciones de hacerlo. ¿Era real la redención? No lo sabía. La verdad era que nadie podía decirlo con certeza, habían presenciado la profecía de las hadas y la creación de los portales, pero no podía saber si todo esto se cumpliría algún día. Pero lo que sí sabía era que estaba agotado de esta vida.

 

Con un simple movimiento de su brazo, frenó el golpe de la espada de su oponente con la suya, y con gran velocidad golpeó su pecho con el pie, lanzándolo a casi cinco pasos. Se veía el cansancio del sorprendido damoni, por su lentitud al levantarse tras el impacto sufrido. Aprovechando este momento de debilidad y confusión, cuando aún estaba aquel damoni de rodillas, le azotó con la empuñadura de su arma, golpeándolo en la sien y dejándolo, instantáneamente, fuera de combate.

 

El público vitoreaba y él caminaba despreocupadamente a recoger el oro, que se había acumulado de las apuestas. Las pocas heridas que había recibido, iban cerrando hasta desaparecer, mientras se marchaba de allí.




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