Lina y Sathor - El inicio del despertar

Capítulo 11

Lina (Cont.)

 

 

De una de sus manos la sostenía Karonte, y en la otra, llevaba un bolso y su báculo. Ambos aparecieron a la orilla de un puerto. Lina se tambaleó un poco, algo aturdida.

 

Nunca se había translocado antes. Era diferente que atravesar un naloy; en estos, se abría como una puerta de agua o un fluido intermedio entre agua y vapor, el cual debía ser traspasado dando un paso hacia adelante. El cuerpo se sentía gelatinoso por unos instantes y se llegaba al lugar hacia el que se había convocado el portal. La translocación era diferente: el cuerpo se desintegraba para aparecer en otro sitio. La sensación era de comprimirse hasta hacerse muy pequeño y volverse a agrandar, provocando un vuelco en el estómago.

 

— ¿Estás bien? — Preguntó Karonte volviéndose hacia ella.

 

— Sí — respondió componiéndose. — ¡Qué calor! — Comentó mientras observaba a su padre, cuyos ojos azules habían cambiado por causa de la luz del lugar, para la cual estaban hechos los ojos de los damoni, cuya pupila era más grande que la de los humanos, además, irradiaban un reflejo iridiscente.

 

— Sí, yo me he desacostumbrado — dijo. — ¿Me esperas un momento aquí? No tardaré.

 

— Claro... — Al ver que su padre dudaba, continuó: — Estaré bien. Miraré esos escaparates de allí — señaló unos negocios a diez pasos frente a ellos.

 

El hombre sonrió y se alejó, y ella hizo lo que le había dicho y se acercó a las vidrieras. La primera de ellas era de comidas, bocadillos más bien, que se podían comprar para llevar. Pero no era una taberna; nunca había visto esta clase de comercios, aunque sabía que los había en lugares como Zahar o Paidan, que eran grandes urbes.

 

El lugar estaba poblado de gente de distintas especies: los bellos damoni sin duda, y también había elfos, hadas, pequeños duendes, y algunos otros que no reconocía a simple vista.

 

Dio unos pasos más y la siguiente tienda era de ropa. Unas prendas jamás vistas en el Mundo Superior. La muñeca en la vidriera denotaba que eran atuendos para cuerpos femeninos, pero eran muy extraños: pequeñas braguitas con volantes que apenas cubrirían la ingle, corsés de cuero…

 

— Disculpe... — Una voz masculina, suave y aterciopelada, se dirigía a ella. Al voltear y ver al damoni parado frente a sí, sintió de repente que el corazón se le saldría del pecho. — ¿Está perdida?

 

Era un hombre alto como su padre, su cabello oscuro estaba cortado a navaja y dejaba caer sobre su cara unos mechones que le daban un aspecto algo salvaje. Era de rostro armonioso y perfectamente cincelado. Tenía la piel muy blanca y verdes ojos fulgurantes.

 

— No — musitó. Tratando de recuperar rápidamente la compostura. Habló con más fuerza: — No estoy perdida.

 

Al principio, creyó que lo que la impactaba era su belleza, pero luego recordó que conocía otros damoni igualmente bellos. Fue algo que sintió en su pecho al encontrarse con su mirada, no podía describirlo, ya que no lo había sentido nunca antes, pero sin duda era algo atípico.

 

— Perdón, es que puedo notar que no es de aquí — aclaró el damoni con una sonrisa perturbadoramente sensual.— Alguien podría robarle.

 

— ¿Y cómo sé que no es usted quien quiere robarme?— Respondió Lina, colocando su bolso y cayado delante de su cuerpo, tratando de poner distancia, sobreponiéndose a aquella intensidad que la embargaba.

 

Afortunadamente, no podía sonrojarse más de lo que ya estaba por causa del calor, pero si no fuera por ello seguramente estaría igual de ruborizada.

 

— Si le quisiera robar, ya lo habría hecho — él no dejaba de sonreír.

 

— Le agradezco su preocupación, pero no estoy perdida y nadie me robará — replicó sin saber qué decir y sin entender por qué él sonreía. Tal vez se veía muy tonta. Era la primera vez que hablaba con un hombre que le atraía.

 

— Entonces, me iré. Fue un placer… — Hizo un cordial gesto de saludo.

 

— Igualmente — Ella respondió con una reverencia torpe y le dio la espalda completamente conmocionada.

 

Para recuperarse del impacto que le había causado el damoni, ingresó a la tienda de alimentos y decidió probar algo de lo que había allí.

 

- Señorita – le habló una mujer muy bonita de cabello rojo y ojos oscuros. - ¿Es su primera vez en Ghina?

 

- ¿Es tan evidente? - Preguntó con una sonrisa sin poder quitar de su mente al damoni de ojos verdes.

 

- No realmente, pero es extraño ver humanos por aquí – respondió la chica, de manera cortes. - ¿Le gustaría probar una de nuestras especialidades?

 

- Por favor… - asintió.

 

La mujer le mostró varias confituras y se terminó decantando por unos bollitos de masa cubiertos de miel con una crema en el centro que se derramaba en la boca al morderlos, los cuales se volvieron sus favoritos.

 

Salió de la tienda y se quedó allí a esperar que su padre apareciera, lo que por suerte, no fue mucho después.

 




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