Sathor — Ghina, Puerto Perdido
Su casa se encontraba entre el Puerto Perdido y las Aguas de la Inmortalidad, era una cueva tallada en la roca acondicionada a las necesarias comodidades de una vivienda, delante de la cual se erigía una plataforma amplia que se extendía sobre el río Vindur.
En este lugar se encontraban Sathor y Abidón, realizando prácticas de lucha, motivo por el cual, esta era la décima vez que Sathor caía al suelo.
— Estás distraído — declaró Abidón, quien era un damoni fuerte, alto y musculoso, de cabellos negros hasta los hombros y profundos ojos azules.
— Si… — respondió, vacilante — es que… hay una muchacha que conocí hace algún tiempo y no puedo quitarla de mi cabeza. Soñé con ella anoche, la veía en un puerto del norte, desvalida y con una anciana de rostro macabro... — dijo algo avergonzado.
— ¡No puedes darte el lujo de pensar en eso si quieres ser un guardián! — Lo reprendió su instructor con expresión severa.
— Lo sé, pero el sueño fue tan vívido…
— Cuando ganes el Igret, no existirá otra mujer que la que te asigne el destino, así que no te turbes más en algo que no tiene futuro.
— Tienes razón — respondió y trató de concentrarse.
El guardián de Itzoz giró entre sus dedos la lanza que llevaba, en un movimiento elegante y ágil, y la pasó a su otra mano, con la cual, dibujando un arco desde arriba, lo atacó; ante esto el aprendiz contestó cruzando las espadas, para interceptar el largo elemento y desviar el golpe, poniéndose luego de pie de un salto.
Pasaron luchando varias horas. Abidón era, sin dudas, de los mejores guerreros que había conocido, y aunque no pudo vencerlo, ni derribarlo, ni una vez, al menos logró, no solo dejar de caer, sino desviar todos sus embates. Ellos no eran particularmente amigos, ya que se conocían poco, pero el compartir el deseo de la redención, los hacía más cercanos.
— Bien — le dijo al terminar, — mañana vendrá Murcio para ayudarte con los combates mágicos.
— Sí, gracias — dijo secándose la transpiración del rostro.
— Sabes que hay ya muchos preparándose, ¿verdad? — Inquirió Abidón, que naturalmente, se veía muy serio.
— No, pero lo imaginaba.
— Falta bastante, pero hay aprendices en todos los portales. Al día de hoy, se cree que algunos de ellos se postularán, pero a ciencia cierta, solo hay una que ha manifestado su deseo de postularse — hizo silencio un momento. — No sé por qué no te presentaste nunca antes al Igret.
— No lo sé, supongo que la carnalidad me ganó — respondió bromeando de manera evasiva.
La verdad era que jamás había tenido tanta certeza como los demás, de que la redención fuera real. Era una profecía de las hadas, sin embargo, ellos, los damoni, eran más antiguos y los Ilhin los habían desterrado a Ghina sin posibilidades de nada, sin volver a comunicarse para aseverar si efectivamente alguna vez saldrían de allí. Pero no quiso conversar esto con Abidón, porque sabía que él no tenía esas dudas y no entendería.
— No me engañas, Sathor — replicó. — Aunque pienses lo contrario, todos tenemos las mismas dudas que tú, pero preferimos la esperanza.
— Mmm. ¿Cómo está todo en Itzoz? — Cambió de tema. — He sabido que han sucedido cosas no tan buenas en el Mundo Superior.
— Sí, el vampiro ha tomado el lugar de los reyes legítimos hace tiempo, eso ya lo sabes. Últimamente, corren rumores de que apresa a cuanta hada o elfo encuentra, incluso dicen que envía por ellos al continente... No es lo mejor para el reino, pero no nos corresponde a los guardianes meternos en los asuntos de aquellos.
***
Lina — Puerto Grameshmid, Ghina
La anciana con la que se hospedaba se llamaba Bilma. Era muy agradable y decía ser una bruja consagrada. Le contó a Lina que a ella también le había tocado hacer la misma peregrinación en el sendero del norte, que no era tan terrible como decían, y que lo más difícil de soportar era el paso del tiempo tan cambiante en estos lares intraterrenos.
Luego de lo que parecían varios días, Lina recobró su confianza en el “camino de lo desconocido”. Bilma, desde el primer día, había comenzado a enseñarle a preparar pócimas avanzadas. Aunque, en realidad, sentía que ninguna de estas le servirían nunca para nada, si se ponía a analizarlo: pociones para causar insomnio, infartos, falsos embarazos, e incluso para cambiar el color del cabello. Pero dada la buena voluntad de la pobre mujer, no se detuvo demasiado en ello.
A cambio de estos conocimientos, el alojamiento y la comida, la joven bruja debería realizar las más pesadas tareas hogareñas y hacerle sus diligencias.
En una oportunidad, tuvo que llevar un recado muy bien amarrado, con instrucciones de no abrirlo bajo ningún concepto. El sitio donde debía hacer la entrega, se encontraba al otro lado del puerto, en una barca añeja amarrada allí. Al subir, tocó en la única puerta hacia el interior, y abriéndose solo una rendija, una mano huesuda le quitó el paquete de las manos, dejando caer a sus pies una bolsita con monedas de oro. La puerta se cerró sin que Lina pudiera ver quién había recibido aquel envío. Situaciones como esta eran bastante frecuentes, pero considerando el lugar en el que se encontraban, justificaba la clase de clientes de la anciana.
Una cosa que la inquietaba un poco, eran las pesadillas que habían comenzado en la misma noche que llegara a la casa. Aunque en la mañana no recordaba detalles, se despertaba muchas veces sobresaltada durante la madrugada. En alguno de estos momentos, había creído ver a la mujer insuflar un humo oscuro hacia su habitación, pero al abrir los ojos notaba la puerta cerrada. Era algo imposible.
Editado: 02.04.2023