Lina y Sathor - El inicio del despertar

Capítulo 18

Sathor — Nacimiento del río Badán, Ghina

 

 

Al llegar a las minas de hecatium, al norte de las aguas de la inmortalidad, lo recibió Orgut, el encargado de turno. Era un gnomo algo intratable, o mejor dicho, más intratable que el resto, ya que tal cual era su fama, los mineros, eran todos de mal talante.

 

— ¡Orgut! ¡Qué bueno verte! — Saludó intentando entablar una conversación amable con aquel hosco ser.

 

— Nada de bueno, Sathor. No mientas — gruñó desconfiado.

 

Orgut mediría no más de cinco pies, lo que era mucho para alguien de su especie. Tenía la piel oscura y cabello castaño muy abundante, que se esparcía por algunas partes de su cuerpo fornido y ancho. Sus ojos negros eran grandes y por momentos se veían como linternas.

 

— Por qué me lo haces difícil, Orgut, intento ser amable — declaró.

 

— Estoy ocupado, no puedo distraerme contigo ahora — le dijo con su voz gutural, mientras trataba de alejarse.

 

— Por favor, te haré una compra grande — exclamó a sabiendas de que el oro era el bien más preciado para los mineros, haciendo que el malhumorado gnomo se detuviera, y que se volviera a mirarlo con recelo.

 

— ¿Más que de costumbre?

 

— El doble — sonrió el damoni.

 

Orgut frunció el rostro, enfurecido.

 

— Está bien — gruñó. — Dame el dinero, haré que te lo envíen al puerto — extendía la palma abierta hacia Sathor mientras hablaba. Este, de inmediato, hizo aparecer un saquito lleno de monedas y lo depositó en la mano del codicioso gnomo.

 

— Falta un cuarto — dijo la criatura, sabiéndolo con solo sentir el peso del oro.

 

— Lo tendrás cuando reciba el cargamento — explicó ya marchándose de allí.

 

 

***

 

 

Lina — Puerto Grameshmid, Ghina

 

 

A la verdad, Lina no sabía cuánto tiempo había pasado, pero le parecían meses, aunque Bilma siempre decía que solo eran días y que estaba confundida por el diferente paso del tiempo.

 

Frustrada, se fue a dormir sin cenar, denotando el disgusto que le provocaba estar en aquella situación, no siendo capaz de expresar estos pensamientos a la anciana, por temor a herirla de alguna manera.

 

No podía evitar la sensación de que todo el tiempo la estaban observando. Sintiendo las piernas entumecidas de tanto correr, Lina, desesperada, se desplazaba cada vez más lentamente por aquel oscuro laberinto de piedra. Parecía que los pies se le pegaban al piso, haciendo que no pudiera escapar.

 

De pronto, sintió que algo la tomaba por la espalda. Al darse vuelta, vio claramente que se trataba de una mano huesuda emergiendo de un negro orificio en la roca. Simultáneamente, oyó una carcajada maligna resonar por todo el lugar.

 

Deshaciéndose de aquel horrendo miembro que la atrapaba, se giró solo para encontrarse con más de estas extremidades, que salían de las paredes, intentando detener su marcha. De repente, la puerta del barco se abrió delante de ella. Al penetrarla, la risa volvió a oírse, el timbre de aquella voz le resultaba familiar.

 

Descendió por una escalera en la oscuridad, con su corazón latiendo con fuerza, un gemido ahogado se sumaba a la carcajada que parecía provenir de otra dimensión. Mientras pisaba los escalones, pudo distinguir una luz muy abajo, que alumbraba un bulto, permaneciendo el resto del lugar en penumbras. Al recordar que se trataba de una persona querida, apresuró sus pasos. ¿Quién era? Ella ya lo había vivido, pero sus recuerdos eran confusos.

 

Al llegar, notó que era Bilma quien lloraba en el suelo, atormentada por alguien oculto en la oscuridad. Intentó acercarse a ella para ayudarla, pero una esfera de electricidad la rodeó, lanzando a Lina hacia atrás y provocando dolorosos y convulsivos movimientos en la anciana.

 

¡¿Quién es?! ¡Muéstrate! — Gritó, distinguiendo en las sombras la figura de una mujer.

 

Al volver a observar, descubrió que ya no era Bilma la que se encontraba en el piso, sino su abuela Plinia.

 

¡Abuela!

 

La mujer se contorsionaba de dolor y sus gritos desgarrados aterrorizaban a Lina, que sabía que su abuela moriría.”

 

Despertó gritando, muy asustada.

 

Sin más dilación, comenzó a juntar sus pertenencias, decidida a marcharse, cuando la puerta de su cuarto se abrió. Alzó la mirada para ver a la anciana de rostro compungido. La culpa la embargó, pero sin dejarla hablar, la mujer expresó:

 

— Veo que ha llegado la hora de proseguir tu peregrinación — su tierna voz la hacía sentir peor.

 

— Sí, es que… — murmuró pensando en alguna disculpa válida.

 

— Te pediré, como último favor, que lleves una carta al siguiente puerto.

 

— Lo haré con gusto — sonrió pensando que eso dispensaría su intento de huida.

 

Salieron de la casa y caminaron juntas hasta el puerto. Bilma hablaba de cosas al pasar y de a ratos se detenía con la excusa de dolor en sus huesos. La joven intentó disuadirla de acompañarla para que no se cansara, pero no obtuvo resultados.

 

Al llegar al muelle, había anclado un gran barco de remos de color verde. Era alargado y chato, por primera vez veía este tipo de navío.

 

Luego de una emotiva despedida, se subió a la embarcación, notando que la tripulación no se veía muy amigable, no obstante, pensó que era imposible que la anciana la hubiera puesto en peligro.

 

Una vez que se pusieron en marcha, para su desconcierto y mayor desesperanza, observó a Bilma que la miraba desde la orilla, y entonces pudo presenciar la transformación de aquella vieja en una banshee, la cual se elevó sobre el suelo, volviéndose más alta, muy delgada y huesuda. Sus manos de dedos larguísimos, le recordaron a las de sus sueños. Tenía el cabello color naranja muy largo y una piel mortecina que contrastaba con su vestido negro. A la distancia en la que se encontraba, apenas pudo ver el gesto en aquel rostro demacrado, pero sin duda pudo oír su grito, que aunque simulaba una risa, sonaba como un llanto aterrador.




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