Lina y Sathor - El inicio del despertar

Capítulo 22

Sathor — Puerto Velome, Ghina

 

 

Traía un pedido de hecatium a Murcio, el guardián de Godo, quien lo estaba entrenando en defensa y ataque mágico. Dada la distancia, y que al día siguiente debería seguir con su entrenamiento, decidió usar la translocación hasta Velome, el puerto más cercano al portal de Godo, donde habían quedado en encontrarse.

 

Velome era un puerto pequeño; muy pocos navíos mercantes llegaban hasta allí. Los objetos que se conseguían en aquel lugar eran raros y requeridos por muy pocas personas.

 

Por esto le llamó la atención un grupo de mujeres de distintas razas, que se hallaban reunidas cerca de donde él había aparecido: brujas en peregrinación, seguramente, y para su sorpresa, entre ellas se encontraba aquella muchacha que conociera en Puerto El Toro siete años atrás.

 

Las otras entraron a una tienda de ropa, mientras la chica observaba un papiro, quedando fuera del lugar, sin pensar se acercó a ella como hipnotizado. Se hubiera acercado aunque las demás permanecieran allí.

 

— Hola — habló causando en ella un respingo sorprendido.

 

Los ojos castaños, preciosos, se perdieron en los suyos. La mujer no respondió.

 

— ¿Me recuerdas? — Continuó. — Nos conocimos en El Toro.

 

— Sí… — Musitó la bruja, su mirada se había vuelto mucho más intensa y profunda.

 

Se veía más pálida y delgada de lo que recordaba. Ella comenzó a guardar el rollo que llevaba en las manos.

 

— ¿Estás de peregrinación? — En verdad, deseaba arrancarle cuanta información fuera preciso, pero sabía que sería una ardua tarea, pues la muchacha parecía muy poco dispuesta a hablar.

 

— Sí… — La voz era como un murmullo en el viento, suave y susurrante.

 

— Mmm… Te estoy incomodando otra vez — declaró.

 

— Yo… — habló dubitativa. — Tengo que irme — y rápidamente se metió a la misma tienda que sus compañeras.

 

En esto, Murcio lo interpeló por detrás.

 

— Sathor — se volvió hacia el guardián de Godo. — Creí que habíamos quedado en la esquina norte del puerto.

 

— Lo siento, me distraje — respondió pensativo.

 

— Vayamos a La Pocilga, te he traído algo — La pocilga era un bar cerca de allí.

 

— Claro — intentó observar hacia adentro de la tienda de ropa, pero solamente vio a las otras brujas.

 

Caminaron algo de cien pasos y se introdujeron en el pequeño lugar. Al entrar había unas pocas mesas, la mayoría vacías. Una barra atendida por un elfo con aspecto de mal viviente, y detrás de él, una gran colección de bebidas de todo tipo.

 

Se sentaron en la primera mesa a la derecha. Murcio era un damoni de rojos cabellos y ojos como aguamarinas. Era un buen guerrero, pero su fuerte, sin dudas, era la magia. Sabía cosas que nadie más sabía, ni en Ghina ni en el Mundo Superior. Era el más antiguo Guardián, luego de Llilh.

 

— ¿Has visto hoy a Abidón?

 

— Sí, entrenamos bastante — respondió distraídamente, sin poder dejar de pensar en la muchacha humana, que ni siquiera sabía su nombre.

 

— Ten — le dijo poniendo sobre la mesa un libro que parecía que se desarmaría si lo tocaba, de tan viejo que era.

 

— ¿Es… sobre magia?

 

— No es cualquier libro de magia. Aquí están todos los secretos de la magia, Sathor. Aquí hay cosas que no se leen desde que fuimos desterrados; este libro es La Magia — al ver que Sathor estaba como aturdido continuó: — Nunca se lo he prestado a nadie, fue escrito mucho antes de la profecía.

 

— Me sorprende, la verdad es que no esperaba… — tragó saliva al imaginar que tal vez allí se hallaran las respuestas a todas sus preguntas.

 

— Léelo y estúdialo tranquilo. La próxima luna llena, tendremos otro entrenamiento y me mostrarás lo que has aprendido con él.

 

— Murcio, ya sabes que yo no sé eso de las lunas, nunca salgo a la superficie.

 

— Tienes razón, será en seis días.

 

Ellos no contaban los días y noches, ya que no tenían, pero habían creado un contador de tiempo que todos tenían en su casa y con esto sabían los días.

 

— Está bien — respondió. — ¡Ah! Aquí tienes el hierro que me pediste — dijo mientras se levantaban sin beber nada.

 

— No es para mí, es para Yelena. ¿Me acompañarías hasta su casa? Ella me pidió que entregase una carta a su padre, pero creo que tú podrás hacerlo más rápido.

 

— Sí, vayamos.

 

En el puerto había dos o tres barcos de remos. Observó atentamente, pero ya no volvió a ver a la chica ni a sus acompañantes. Anduvieron unos trescientos pasos antes de desviarse hacia el pueblo, que también era diminuto y rústico.

 

Las casas estaban bastante separadas y embutidas en la roca. Se hallaban a lo largo de un túnel principal. La tercera era la casa de Yelena, hija de Abidón.

 

Al tocar, la mujer abrió la puerta sin demora y los recibió con una sonrisa. Era bonita, sus ojos iguales a los de su padre, pero el cabello era rubio, como el de Zéphora.

 

— ¡Hola! ¡Qué bueno verlos! — Si bien su voz sonaba alegre, siempre existía un dejo de tristeza en el fondo de su mirada, aunque habían pasado unas centurias, Yelena mantenía el dolor de haber tenido que desprenderse de su hija.

 

— Igualmente, Yelena. — respondió Murcio dándole un abrazo.

 

— ¿Cómo has estado? — Preguntó Sathor mientras ingresaba.

 

La casa era bella, muy femenina, adornada con muchos detalles, igual que el portal de Itzoz; esto, seguramente, lo habría aprendido de su madre.

 

En un rincón de la sala, se lucía una vitrina llena de pociones, lo que delataba su profesión. Yelena se había especializado en pócimas y también en algo a lo que muy pocas brujas se dedicaban, que era el estudio de los sueños. Era sabido que ella era la única que había dominado el arte de entrar en los sueños de otras personas, y nadie era mejor que ella en interpretaciones.




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