Linaje del Mal

11. Me alegra oir eso

 

Andromeda 

 

Después de el encuentro con los primos de Sebastian se detiene un momento frente a un McDonalds y nos compra dos desayunos. Nos pasamos horas hablando de música y películas viejas. Algo que tenemos en común es que somos amantes de Queen y Green Day, admitiré que el Señor Corvus tiene buen gusto. 

 


•••

 


Pasan unas cuantas horas cuando veo un letrero que dice: Bienvenidos a Illinois. Ugh, no tengo buenos recuerdos en Chicago. Aunque seamos honestos, si tuviese la opción de no ir a todos los lugares donde tengo malos recuerdos probablemente viviría en la luna.


—    ¿Te puedo hacer una pregunta?

 

—    Escúpelo Sebastian.

 

—    ¿Cuántos años tienes?

 

—    Trescientos ochenta y siete. ¿Tu?

 

—    Veinte siete, ¿Cuándo cumples?

 

—    ¿A que vienen todas estas preguntas Corvus?

 

—    Prefiero esto que a estar en silencio las otras treinta horas de viaje.—me dice de manera simple.

 

—    Touché, primero de septiembre, o al menos esa es la fecha que Lyudmila me recordaba todos los años.

 

—    ¿Lyudmila es la bruja que te salvó?

 

—    Esa misma, me tomó como si fuera su hija. —de vez en cuando pienso que no le agradecí lo suficiente.

 

—    Diría que es tierno pero era a costas de aniquilar a mi familia.

 

—    De nuevo con ese tema, mira nunca entenderías por lo que pasamos.—le lanzo una mirada de indignación.

 

—    Tienes razón, mejor sigamos con las preguntas. ¿Cuál es tu color favorito?

 

—    Esa es fácil, el rojo. Ahora yo te tengo una pregunta, ¿Con quién estabas hablando mientras que yo dormía? —se queda pasmado unos segundos.

 

—    ¿Cómo me escuchaste?


—    Responde la pregunta tesoro. —resopla molesto y continúa.

 

—    Era Mitch, es mi mejor amigo e infiltrado en el equipo de Graham. Me avisó que nos habían encontrado. 

 

—    Me alegra oír eso. —digo sin siquiera intentar esconder el tono de alivio en mi voz.

 

—    ¿Por qué lo dices? —me pregunta quitando la vista del camino por unos segundos.


—    Pensé que me ibas a vender, o matar, o dejar en la mitad de la nada.

 

—    Tienes serios problemas de confianza Andromeda. —su tono se ha vuelto más serio, le molesto lo que dije. Pero a mi también me molesta lo que él acaba de decir.

 

—    ¿Qué esperas de mi? ¡Lyudmila me metió en la cabeza que no debía confiar en absolutamente nadie por más de tres siglos! Ella no se quedaba en un solo lugar por más de cinco años, yo crié a sus tres últimos hijos porque solía decir que si formaba un lazo con ellos alguien podría usarlos en su contra. ¿Tienes idea lo dañada que tiene que estar una mujer para decir eso sobre sus hijos? —está callado, se que no debí explotar así, pero no pude evitarlo— A veces pienso que ella había perdido la cabeza hace mucho tiempo atrás, siempre hablaba de enemigos y gente malvada que la quería muerta, pero en los trescientos sesenta y nueve años que estuve con ella jamás hubo alguien que le mandara una amenaza o que atentara contra ella. No había ningún monstruo excepto por los que ella tenía en su cabeza.

 

—    La gente se vuelve paranoica cuando tienen mucho poder Andromeda, es imposible no perder la cabeza.

 

—    Supongo que es cierto, ahora en otra nota más importante, ¿qué tiene de especial ese anillo? —está pensando si decirme la verdad o una mentira, Sebastian es muy fácil de leer.

 

—    ¿Recuerdas que te dije que mi madre era una bruja?

 

—    Como olvidarlo. —ya tengo una idea hacia donde va esto.


—    Bueno nunca hubo indicios de que alguno de nosotros hubiese heredado sus poderes hasta que prendí la casa del árbol en fuego. —interesante— sin siquiera tocarlo. El anillo me ayuda a controlar eso.


Sebastian tiene piroquinesis.




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