Linaje: Secretos de Sangre

Capítulo XXIII: Balance

• BALANCE

—Pagaría lo que fuera por conocer tus pensamientos —susurró Edward frente a mi rostro mientras dejaba de abrazarme—, pero eso sería algo absurdo en estos momentos.

Sin dejar de mirarlo a los ojos me le quedé mirando sin saber que responder a sus palabras.

Lo que él había dicho me había dejado casi sin habla, él era un vampiro y se suponía que para ellos algo como el amor no existía, él lo había dicho, Edward no tenía un alma o corazón, sin embargo, había dicho que me amaba.

Escuchaba el latir de mi propio corazón en mis oídos y nada más que eso mientras él me miraba. Mis labios se entreabrieron un poco y sin saber cómo una enorme sonrisa se dibujó en ellos.

Estaba feliz.

Él sonrió complacido por mis gestos, luego bajó a la curvatura de mi cuello permaneciendo ahí por unos momentos mientras aspiraba lento. Tomó una de mis manos entre las suyas y la llevó a su nariz. Sentía su frío aliento sobre mi piel expuesta. Cerré los ojos y encantada me dejé seducir por sus caricias hasta que, recordé el por qué yo estaba ahí.

—¿Por favor podrías dejar de pensar? —dijo algo molesto—. Así no es divertido —espetó haciéndose a un lado.

Sus frívolas palabras me devolvieron de nuevo a la tierra. A pesar de estar con él mi mente no dejaba de pensar en Matthew.

—Deja de atormentarte con esos pensamientos —murmuró Edward a mi lado—. No es bueno para ti.

—Lo sé —susurré cabizbaja—, pero es que no puedo dejar de pensar en...

—Sí lo sé. Pero entiende que no fue tu culpa. Fue algo que él decidió hacer por su propia cuenta, nadie lo obligo a hacerlo —espetó mientras colocaba un poco de mi cabello detrás de mi oreja—. En verdad lamento que él se fuera, pero... así como se fue, también regresará. Siempre regresan —aseguró rozando mi mejilla derecha.

Por algunos segundos tomé su mano, sosteniéndola entre la mía, a pesar de que su piel era fría me sentía bien al agarrarlo.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —pregunté mirando su pecho—. Si desde que me peleé con él y con mis abuelos todo anda mal. Itan ya no es el mismo conmigo y Cecil también se ha ido.

Edward suspiró.

—Lea, tú más que nadie sabe que las cosas pasan por algo y si ella también se fue es porque así tenía que ser, igual que él. —En ese momento él hizo una pausa, luego continuó—: Tal vez ahora los dos se hayan ido, pero si en realidad te quieren como dicen regresarán y, aunque no me guste la idea tengo que aceptar que él también te ama. Además, una vez que logres disculparte con tus abuelos todo cambiará. Lo prometo.

—¿De veras lo crees?

Él asintió.

Cuando me llegaba a sentir triste, Edward siempre encontraba la forma de hacerme sonreír; una palabra, una caricia, un abrazo o un beso e incluso una simple mirada eran más que suficientes para lograr que fuera feliz.

—¿Te sientes mejor?

Me preguntó él al cabo de un rato.

—Sí —contesté con una débil sonrisa—. Supongo que tienes razón. Matthew algún día volverá —dije mientras me alejaba del balcón y entraba a mi habitación.

—Lo hará. Ya lo verás.

Prometió caminando detrás de mí.

—Sí, supongo que sí —susurré sin dejar de mirar el medallón—. Solo espero que no tarde demasiado. No quisiera que me convirtieras y tener esto aún en mi cuello colgando.

En esos instantes lo sentí detenerse.

Levanté el rostro y lo miré a través del espejo. Él me estaba observando.

—¿Qué sucede? —pregunté al mirar su gesto.

Él suspiró.

—Tal vez eso último es algo que no podré prometerte —dijo desde su lugar—. Dudo que él pueda llegar a tiempo.

Me giré a verlo.

—¿De qué hablas? —espeté confundida.

—De que es tiempo de irnos —dijo y me tensé.

—¿Tan pronto?

Él se encogió de hombros.

No había pasado ni una semana.

—Pero aún no puedo irme. Edward, ¿qué pasará con mis abuelos y con mi hermano? —cuestioné llena de horror—. No puedo dejarlos.

—Tus abuelos aún son fuertes. Itan estará bien —dijo colocando la palma de su mano sobre mi rostro—. Vendremos a verlos las veces que quieras, lo prometo. No voy a alejarte de ellos.

—Pero ¿por qué tengo que ir yo? No lo entiendo —dije nerviosa—. Se supone que solo irías tú.

—Iré —afirmó serio—, pero si Sebastián acepta tendré que convertirte frente a él.

—¡¿Qué?! —Mi boca se secó—. ¿Por qué? Eso no lo dijiste antes.

—Fue porque no lo sabía.

—¡Pero eso es estúpido! —grité—. Edward, ¿te estás dando cuenta de lo que me estas pidiendo? —Él asintió—. No hay ninguna certeza de que regresemos con vida —dije mientras caminaba de forma histérica por toda la habitación.



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En el texto hay: muerte, dolor, vampiros y romance

Editado: 10.08.2020

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