Linaje: Secretos de Sangre

Capítulo XXXVI: Traición

• TRAICIÓN •

Lo primero que hice al despertar fue revisarme. No estaba alterada, asustada o emocionada, no sentía nada más que una inmensa tranquilidad que se mezclaba con lo peor de mi arrogancia. Menos aún me sentía rara o distinta, al contrario, me sentía igual que antes, como si nada hubiera pasado, aunque tampoco me sentía del todo humana.

Instintivamente me pellizqué, creyendo que estaba soñando y debía de estarlo porque al igual que con mis sentimientos no pude llegar a sentir nada, no había más dolor, sin embargo, sí podía sentir un ligero sentimiento negativo que comenzaba a crecer en mi interior.

Sonreí para mis adentros, dichosa y perversa igual que Amelia.

Cerré una vez más los ojos y luego los abrí, despacio, acoplándome a la luz que existía en estos momentos; me puse de pie y caminé hacia la ventana, extrañamente sentía la necesidad de correr las cortinas para sentir sobre mi rostro la calidez de los rayos del sol así que, lo hice, las abrí y me entregué a su calor.

Yo era una nueva clase de vampiro que gozaba de ese exótico y único placer.

Aspiré profundo, emocionada, embelesada; aquellas caricias que aquel círculo amarillo me proporcionaban eran indescriptibles. Sonreí aún más. Recordaba que Edward me había dicho los riesgos del sol, sin embargo, no me estaba afectando y no sabía el porqué, supuse que debía de ser por mi sangre, aunque no estaba segura.

Llevé una de mis manos a mi nariz tratando de identificar mi aroma, inhalé profundo y me concentré. Yo olía igual que él, que Edward, aunque mi olor era más sutil y embriagante; era como oler las flores frescas en primavera, como la mezcla de las lilas y las grosellas, como el sabor fresco de la sangre y el vino.

De pronto, miré a mí alrededor, me encontraba en una habitación, una en donde no había estado nunca. Era una alcoba sencilla y cómoda cubierta de madera, cedro, pino y abedul, con ladrillos barnizados en una de las paredes. No me fue difícil identificar sus aromas. El cuarto poseía detalles y accesorios lujosos, era algo sorprendente aún para ser el interior de una cabaña.

Sonreí un poco más, por como yo lo veía, creía estar en la habitación de Arlus.

Me deslicé fuera de ahí y fui directo hacia el pasillo, todo se veía diferente; las cosas parecían tener vida aunque no era como si se movieran, más bien me refería a su esencia, como si todo lo que me rodeaba supiera que yo estaba viva.

Supuse que una vez que me convirtiera iba a poder entenderlo todo, pero estaba equivocada, aún había muchas cosas que no entendía.

Mi cuerpo se sentía de lo más liviano y los sonidos eran tan claros que podía distinguirlos a la perfección aun cuando estuviera tan lejos. Dejé de prestar atención a ellos y continué caminando hasta que al llegar al final del pasillo pude notar un débil olor, apenas era perceptible, pero estaba ahí.

Arrugué la nariz al reconocerlo, no había ninguna duda, era él.

Hice mis manos puño. No entendía qué diablos hacía él aquí.

Caminé más a prisa y sin detenerme hasta que por fin pude verlo, tuve deseos de abalanzarme sobre él al mirarlo.

¡Maldición!

Era tan irritante.

Lo miraba desde el otro lado del pasillo con aberración, Matthew aún no se había dado cuenta de mi presencia, él estaba dándome la espalda mirando una enorme pintura abstracta. Podía escuchar los latidos de su corazón, eran tan claros y perfectos como su aliento. Él olía demasiado bien, sin embargo, por más extraño que me pareciera no sentía la necesidad de alimentarme, al menos, no en este momento.

Dejé escapar un suave gruñido, era más mi coraje y, aunque traté de averiguar lo que él estaba pensando no pude hacerlo y maldición, eso era frustrante.

—Eso es porque aún necesitas desarrollar tus sentidos.

De pronto la voz de Arlus a uno de mis costados me hizo girar a verlo.

Se miraba distinto aunque seguía siendo él mismo, había recuperado su color y la abertura en su garganta había sanado casi por completo, aunque la marca aún estaba latente, no parecía haberse borrado.

—Las heridas hechas entre nosotros son difíciles de borrar.

Me dijo cuándo se dio cuenta de lo que estaba mirando.

—¿Acaso sigues leyendo mis pensamientos?

Le pregunté con los ojos entrecerrados.

Comenzaba a molestarme.

Él solo sonrió en respuesta mientras negaba.

—No, Lea. —Me dijo momentos luego—. Ya no puedo hacer eso. De hecho, hasta donde yo sé, ningún vampiro puede leer los pensamientos de otro vampiro.

Por unos segundos me torné pensativa.

—Entonces ¿cómo sabías lo que estaba pensando?

—Por tu mirada —espetó haciendo una seña con la cabeza—, es tan obvia. Siempre lo ha sido —murmuró mirando al frente en donde dos ojos azules nos estaban mirando.



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En el texto hay: muerte, dolor, vampiros y romance

Editado: 10.08.2020

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