• TERCIA •
Una vez que regresé con los Easley, lo primero que quise hacer fue advertirles sobre Lawrence, aunque ya suponía que ellos ya deberían de saberlo, aun así, nerviosa me permití entrar en su casa, temerosa por lo que ellos pudieran pensar de mí una vez que me vieran, sobre todo él.
Había escapado, le había mentido y lo había traicionado. Edward debía de odiarme. Se suponía que él y yo debíamos haber viajado hacia el otro lado del mundo y encontrarnos con Sebastián para que ahí, él me convirtiera, pero no había sido así, sino que había sido Arlus el que me había transformado. Me había entregado estúpidamente a otro vampiro y él me había dado lo que Edward tenía que haberme dado desde un principio, vida eterna.
Suspiré.
Ahora que pensaba mejor las cosas había sido tonto hacerlo, sin embargo, ya estaba hecho.
Yo era una nueva clase de vampiro que recién había despertado y eso lo tenía que tomar a mi favor, solo esperaba que los demás lo comprendieran.
Luego de unos minutos frente a su puerta levanté la vista y entre en aquella casa sin permitirme sentir miedo o nerviosismo, lo cual fue muy sencillo, no obstante, todo valor se vino abajo cuando mis ojos chocaron con los suyos. Tragué duro al mirarlo. Edward estaba a unos cuantos pasos delante de mí, observándome con una mirada perturbadora.
Mis labios apenas si se movieron al llamarlo.
Se veía tan serio, apuesto y elegante.
Mi corazón latió con desenfreno dentro de mi pecho, creí que no iba poder volver a sentirlo latir de esta manera, pero lo estaba sintiendo; mi corazón palpitaba con una tremenda fuerza igual o peor que la primera vez que lo vi, aunque él no se movió, simplemente permaneció ahí, de pie, con los ojos clavados en mí.
Su forma de mirarme me dolía, era como si no me conociera, como si él no supiera quién era.
Quise moverme, acercarme a él, pero mis pies parecieron negarse.
Lo escuché expresar un mohín, luego pasó por mi lado sin volver a mirarme.
—Hay que darnos prisa. —Me dijo cuándo se detuvo tan solo por unos momentos a uno de mis costados. Su voz había sido seca y fría como al principio—. Solo tenemos un par de horas para encontrarla —añadió y yo no supe porque sus palabras me dolieron tanto.
Lo seguí con la mirada, Edward tomó la puerta y eso fue todo.
Lentamente cerré los ojos y suspiré. No era el momento para llorar, mucho menos para sufrir por su cruel indiferencia.
A pesar de que era una nueva especie de vampiro no pude evitar que algunos de mis sentimientos humanos prevalecieran, supuse que con el tiempo se irían, sin embargo, estaba equivocada, mi naturaleza al igual que la de él eran distintas.
Mi corazón se estrujo. Sentía deseos de llorar, pero no lo haría. Chasqueé los dientes y apretando los puños y los labios me contuve; si ese era el precio que tenía que pagar por recuperar a Itan lo aceptaría.
Aceptaba mi condena.
—¡Demonios! ¿Por qué duele tanto? —susurré aún con la vista fija en la puerta.
—Porque lo que hay entre tú y él es verdadero. —De pronto la voz de Leonard a mi derecha me hizo girar a verlo. Él no parecía molesto o decepcionado de mí como Edward, aunque si se miraba algo sorprendido—. Te dije que hacer eso sería algo estúpido.
Instintivamente baje la cabeza, me sentía de lo peor.
Leonard ya me lo había advertido aquel día en el hospital y, aunque aún desconocía la naturaleza de Arlus no le hice caso.
—Aunque pudo haber sido lo mejor. —Me dijo y yo lo miré—. Solo dale un poco de tiempo. Edward está algo confundido consigo mismo, pero ya se le pasará. No fue fácil para él saber que alguien más te convirtió.
Suspiré.
—¿Qué pasará ahora? ¿A quién le pertenezco?
Le pregunté con miedo al imaginar su respuesta.
Él me miró un poco.
Yo lo miré confundida.
—Por ley... le perteneces a Arlus, sin embargo, eso no importa porque en realidad no le perteneces a nadie más que a ti misma —murmuró alejándose de mí—. Lea, Arlus pudo haberte dado vida eterna, pero él jamás te dará lo que Edward. Lo que mi hermano siente por ti jamás cambiará y eso es algo que yo mismo te puedo asegurar.
Sus palabras llenas de confianza me aliviaron tan solo por un momento, guardé un poco de silencio y por fin reaccioné.
¿Cómo diablos sabía Leonard que había sido Arlus quien me había convertido?
Lo miré con estupor, él sonreía, a su clásica manera, pero lo hacía.
—Si te estás preguntando, ¿cómo es que lo sé? Es porque Arlus vino a vernos —dijo—. Fue algo arriesgado de su parte hacerte lo que te hizo, pero gracias a él estás aquí.
—Aunque no todos parecen conformes con ello —dije volviendo la vista hacia la puerta por la que momentos antes Edward había salido.
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Editado: 10.08.2020