Linda

Capitulo 1

  Estaba cerrando el pequeño cansado de su bolso de lona cuando una ensordecedora explisión lo hizo levantar la cabeza con rapidez. Escuchó con cuidado, con su acostumbrada práctica, convencido de que oiría explotar otra bomba. Pero no hubo nada. Sólo silencio.

 Aidan Miller, jefe de corresponsales extranjeros de la CNS, la cadena norteamericana de noticias, se puso el chaleco antibalas y salió corriendo de la habitación.

 Bajó a toda velocidad la escalera hasta llegar a un amplio patio interior, lo cruzó y salió del Holliday Inn por una puerta trasera. La puerta principal, que daba a lo que llamaban el Callejón de los Francotiradores, no se usaba desde el principio de la guerra. Era demasiado peligroso.

 Aidan levantó la mirada y estudió el cielo. Era de un celeste suave, tachonado de nubes blancas pero, aparte de eso, vació. No había aviones de combate a la vista.

 Un Land Rover blindado entró a gran velocidad a la calle donde él estaba parado y frenó a su lado.

 El que lo conducía era Harry Ferguson, u n periodista británico y antiguo amigo suyo, que trabajaba para el Daily Mail.

 —La explosión vino desde allá —dijo Harry—. Desde aquella dirección. —señaló hacia delante y preguntó— ¿Quieres que te lleve?

 —¡Por supuesto! Gracias Harry —contestó Aidan, saltando al Land Rover.

 Mientras avanzaban a gran velocidad por la calle, Aidn seguía intrigado por la causa de esa explosión y enseguida le preguntó a Harry:

 —Lo más probable es que haya sido una bomba colocada en Sarajevo por los serbios de las colinas, ¿no crees?

 —Estoy completamente de acuerdo —respondió Harry—. Allá arriba están bien amurallados y, debemos enfrentarlo, nunca dejan de atacar la ciudad. Te confieso que la manera en que matan civiles me está destrozando. No quiero morir a causa de una bala perdida mientras cubro esta horrible guerra.

 —Yo tampoco.

 —¿Dónde está tu equipo de colaboradores? —preguntó Harry mientras seguía manejando sin dejar de mirar con cuidado por el parabrisas en busca de señales de posibles problemas y orando por poder evitarlos.

 —Salieron más temprano a hacer un reconocimiento, mientras yo empacaba mis valijas. Se supone que hoy debemos abandonar Sarajevo. Para relajarnos y descansar una semana en Italia.

 —¡Qué suerte tienen! —exclamó Harry con una carcajada— ¿No te gustaría nombrarme tu asistente, que lleve tus valijas?

 Aidan se unió a la risa de su amigo.

 —¡Por supuesto! Ven con nosotros. ¿Por qué no lo haces?

 —Si sólo pudiera, compañero. ¡Si pudiera!

 Instantes después Harry detenía el Land Rover cerca de un mercado al aire libre.

 —Aquí fue donde cayó esa maldita cosa—comentó el periodista inglés cuyo rostro alegre de repente se tornó sombrío—. ¡Serbios cretinos! ¿Nunca dejarán de matar civiles bosnios? No son más que unos pistoleros de porquería, eso es lo que son.

 —Lo sabes tú. Lo sé yo. Lo saben todos los periodistas de los Balcanes. ¿Pero está enterada la alianza occidental?

 —Si me lo preguntas, te diré que son un puñado de imbéciles—contestó Harry, mientras estacionaba el Land Rover. Él y Aidan bajaron del jeep.

 —Gracias por haberme traído—dijo Aidan—. Nos veremos más tarde. Ahora debo encontrar a mi gente.

 —sI, nos veremos, Aidan —dijo Harry, desapareciendo entre la muchedumbre.

 Aidan lo siguió.

 Reinaba el caos.

 Las mujeres y niños corrían de un lado a otro, había fuego por todas partes. A Aidan  lo asaltó una cacofonía de sonidos… el fuerte estruendo de varios edificios que se desintegraban hasta convertirse en una pila de escombros; los gritos de mujeres y niños aterrorizados; los gemidos heridos y los moribundos; el llanto de las madres inclinadas sobre sus hijos que yacían tendidos y muertos en el mercado.

 Aidan trepó la pared semiderruida de un edificio y saltó a otra zona del mercado. Al mirar a su alrededor, se le apretó el corazón, era una verdadera carnicería humana. Algo horrendo.

 Hacía mucho tiempo que cubría la guerra de los Balcanes, casi tres años con algunas interrupciones; era una guerra brutal, salvaje, y no conseguía comprender la actitud de Norteamérica de presentar la otra mejilla y comportarse como si nada sucediera. Le resultaba realmente incomprensible.

 Lo recorrió un escalofrío y vaciló al pasar junto a una mujer joven que sollozaba mientras acunaba en sus brazos a su hijo sin vida, cuya sangre empapaba la tierra oscura.

 Durante la fracción de un segundo, Aidab cerró los ojos y tomó fuerzas antes de seguir caminando. Era corresponsal extranjero y corresponsal de guerra, su deber consistía en hacer llegar las noticias al público. No podía permitir que las emociones interfirieran en sus reportajes si en su juicio; no podía dejarse involucrar en los acontecimientos que cubría. Debía ser imparcial. Pero a veces no podía menos que involucrarse. De vez en cuando le impacta el dolor, el sufrimiento humano. Y siempre eran los inocentes los que recibían el daño mayor.

 Mientras recorría el perímetro del mercado, su mirada lo percibía todo: los edificios incendiados, la destrucción, la gente cansada y vencida, los heridos. Se estremeció, luego tosió. El aire estaba viciado, lleno de humo espeso y negro, del olor a goma quemada, del hedor a muerte. Se detuvo y volvió a estudiar la zona con cuidado, en busca de su equipo de colaboradores. Estaba convencido de que debían haber oído la explosión y que en ese momento estaban allí. Debían encontrarse en alguna parte, entre la multitud.

 Por fin los vio.

 Su camarógrafo, Mike Williams, y su sonidista Joe Alonzo, se encontraban en medio de todo, filmando afiebradamente junto con otros equipos de televisión y fotógrafos que habían llegado de inmediato a la escena del horror.

 Aidan corrió a reunirse con los, mientras gritaba para que lo oyeran por sobre el estruendo.




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