Balbuceo como pez, me siento pequeña frente a semejante lujo. —Cierra la boca o se te meterán moscas.
—¡Ah! Maldita sea, ¡me has asustado! —Martín ríe de mi desgracia, su risa es ronca y sonora, mi corazón late desbocado aún asustado—. Jesús, estoy segura que antes de morir de algún accidente me muero de un infarto por tu culpa.
—Bueno, bueno, no es para tanto. Acompáñame. —Toma mi brazo y me guía a una recepción muy bonita, llena de decoraciones florales. Él saluda a la chica recepcionista, los dos subimos al elevador, presiona el botón y subimos a la planta número diecisiete. El lugar esta pintado de azul marino, también hay fotografías de paisajes colgadas en los pasillos, fotos que supongo son de su autoría.
Mi estómago se siente vacío, mis nervios se están manifestando. Siento mis manos temblar, puede que Martín me esté haciendo un gran favor, pero no creo tener tanta suerte como para pasar la entrevista.
Entramos a su oficina, el lugar está pintado de negro y blanco, los adornos son simples y elegantes. Me siento en un sueño, tengo miedo, no me pueden pasar tantas cosas buenas ¿o sí..?
¿Adivinen qué? ¡Me aceptaron!, lo mejor de todo es que mi lengua no se quedo trabada hablando estupideces. Si no fuera porque estoy en mi nuevo lugar de trabajo estaría bailando al ritmo de Shake it off de Taylor Swift, aunque hubo una condición para quedar oficialmente contratada. Seguro quieren saber que pasó…
—¡¿Entonces pasé la entrevista?!
—Sí, pero no. —Suspire confundida.
—No te entiendo…
—Hay una condición. —Comencé a arrugar mi entrecejo, yo decía que esto era plan con maña—. Mañana deberás traer un trabajo inédito, una fotografía, un óleo, una escultura, lo que sea. Si me gusta, la expondré en mi próximo evento.
Tal como prometí lleve una escultura mía, se trata de una mujer tallada en piedra, por razones obvias no es tan grande. Su altura es de treinta centímetros, muy práctica para llevar. En cuanto me instalé en mi escritorio Martín corrió a pedirme (casi exigirme) ver mi arte. Yo creo que le gusto, porque en cuanto la vio fue arrebatada de mis manos, la examinó. Hizo algo genial por mí, publico unas fotos de mi escultura a su Instagram oficial (con permiso mío, claro). ¡A qué no saben cuantos me gusta lleva? ¡Lleva casi cien mil acumulados! No creí llegar a tener el gusto de tantas personas.
Todo la semana estuve aprendiendo el ritmo de trabajo de Martín, no tuvo que explicarme mucho, pues con mi experiencia ya tenía una idea de lo que debía hacer. La verdad no extrañaba usar tacones todo el día (santa tortura), así que en cuanto llegué a mi departamento los arroje a no sé donde. Corro a mi habitación, ya quiero acostarme. El viernes llegó tan rápido, como una estrella fugaz. Mi trabajo no es aburrido, todo el día me la paso contenta aprendiendo sobre la industria artística, lo único que me mata es usar zapatos altos, mis pies no aguantan semejante presión.
—¡Por fin una cama! —Escucho el timbre de mi puerta—. Maldita sea, ¿ahora qué? —Camino perezosa a abrir la puerta, el que es responsable de interrumpir mi descanso es Martín.
—¡Hola!
—Hola… ¿Pasó algo?
—No ha pasado nada pero… ¡Adivina quien viene a invitarte a cenar!
—Pues el presidente no es. —Mi broma le da gracia y comenzó a reír a pulmón.
—Tienes razón, porque yo te llevaré a un restaurante-bar ¿Qué dices? —Mete sus manos a sus bolsillos y se balancea sobre sus talones.
—Mmm… no quiero. —Su cara es un poema, la decepción se le nota.
—Tsk. Entonces me voy…
—¡Espera!, ¿te lo tomaste enserio? Deja que me cambio a algo más casual. —Una sonrisa adorna su rostro junto a sus hoyuelos.
—Sabía que bromeabas.
—Sí, como no. —Lo invito a sentarse en el sillón y yo salgo disparada a mi habitación. ¡¿Qué me pongo?! No creo que los bares sean igual que en Parras, como no quiero hacerlo esperar solo uso unos jeans y un suéter rojo. Busco mi cepillo y comienzo a desenredar mi cabello, lavo mi cara y me desmaquillo.
—Creí que esperaría más tiempo, ya hasta me iba a dormir.
—No, como crees. Yo odio esperar a las personas, ¿porqué haría algo que no quiero que me hagan a mí?
—Me gusta como piensas, Elena. —Subí a su auto, uno lujoso pero no extravagante y exagerado. La noche es cálida y silenciosa por las calles, pero cuando llegamos a la zona de bares se nota toda la vida nocturna, las luces neones iluminan las fachadas.
—¿A dónde vamos?
—Vamos a un bar donde tocan Jazz en vivo, no soy de ir a antros llenos de jóvenes. Me siento un anciano entre niños de tal vez diecisiete años.
—¿Anciano?, yo no te veo anciano.
—Gracias…
—Te veo como una momia.
—Ja, ja. Muy graciosa. —Nos echamos a reír cubriendo nuestras sonrisas con el dorso de la mano, como si hubiéramos hecho una travesura.
—Martín, ¿puedo preguntarte tu edad? —Digo con fingida inocencia.
—¡No!, estoy seguro de que te vas a burlar.
—No lo haré, lo prometo. —Mueve su nariz pensando en si contestarme o no. Finalmente habla.
—Tengo treinta y tres.
—¿En serio? —Abro mi boca sorprendida, no creí que tuviera treinta años—. ¿Y desde cuando eres fotógrafo?
—Creo que desde los quince, mi madre me compro una cámara Polaroid cuando tenía diez. Ya sabes, de esas viejitas que ahora todo el mundo quiere. No la usaba mucho, no tenia idea de como usarla. —Seguimos haciendo preguntas el uno al otro—. Ya que andamos de preguntones, quisiera saber que fue tu primer cuadro. —Una sonrisita se dibuja sin querer en mi rostro, de solo recordar me siento feliz.
—Fueron unas líneas azules.
—¿Líneas de color azul?
—Así es, las pinte cuando tenía doce. No tenía ni idea de que pintar, y como papá me había regalado con mucho esfuerzo mis pinturas acrílicas y el óleo (un poco caro) trate de hacer algo simple. Ese cuadro esta colgado en casa de mis padres, no pude traerlo, es algo grande y podría arruinarse si lo trajera conmigo en el autobús. —Él balbucea un poco y habla.
—Supongo que es difícil. —Dice dudando.
—¿Qué?
—Vivir aquí, sola. Y no poder ver a tus padres. —Lo dice como si yo fuera a asesinarlo por hablar.
—Sí… es un poco difícil regresar a casa y que todo esté igual. Pero sé que valdrá la pena. —Un cómodo silencio se forma. Cuando llegamos al bar quedo impresionada con su fachada, un cartel neón anuncia su nombre. La pared es negra (muy común) pero tiene grafitis hermosos decorando la pared, rió por un pequeño grafiti adicional que dice “Bésame el cul*". Quién lo haya hecho tiene un gran pulso, no hay fallos, incluso siendo grosero se ve lindo, esta pintado con pintura fosforescente. La música se escucha ahogada, sin aturdir.
No hay guardias filtrando la entrada, en cuanto cruzamos el umbral escucho a la banda de Jazz y su vocalista. Martín tiene razón, la música te hace sentir cómodo y con ganas de tomar un chupito. Nos sentamos en una mesa, un mesero llega a atendernos. El lugar aún no está lleno de personas y me permite escuchar la música sin murmullos ni voces molestas.
Poco después el lugar no tiene mesas vacías y solo hay lugares en la barra y balcón. Comenzamos comiendo unas hamburguesas de doble queso, las dejan en nuestro lugar junto a nuestras cervezas. Abro los ojos impresionada por el sabor del queso, ¡sabe realmente bien! Y la cerveza no se queda atrás, hasta hoy es la mejor que he probado.
—¡Esto es realmente delicioso! —Junto a la hamburguesa hay papas fritas, y también saben rico. Lo malo es que no tienen ningún aderezo.
—Te dije que es bueno. —Escucho el piano y cierro mis ojos permitiendo disfrutar la música, sigo la melodía con mi tararear. Un mesero retira las sobras de nuestra comida, alguien toca mi hombro. Abro mis ojos y veo a Martín, el me pregunta si ya quiero irme—. Quiero quedarme un poco más, ¿y si pedimos otro trago?
¡Definitivamente quedarnos otro rato fue una mala idea! Dios, ¿por qué me pasan estas cosas a mí? Ahora tengo a un Martín borracho vomitando en mi baño, lamentándose por sus fallidos romances.
—Y lo peor de t-ttodo es que… ah mierda como se llamaba, ¡Lisa! Sí, Lisa, ¿o era Luisa? Como sea, ella, me dijo que nunca me quiso. ¿Acaso separan a las chicas en el colegio para darles una clase de “como ser una reina malvada sin corazón”? —Muchas, en serio muchas quejas después él se quedo dormido encima de la taza del baño. Es un caso perdido, no tengo mas opción que limpiar su desastre y también limpiarlo a él.
Arrugo la nariz cuando huelo su ropa, ¡huele asqueroso!, lo llevó (arrastro) a mi cama. Primero le quito sus zapatos y sus calcetines, lo dejo en ropa interior e inmediatamente lo cubro con una colcha, ni quien quiera verlo. Lo ruedo al otro lado de la cama haciendo un espacio para mí, abro la ventana para que el viento pueda refrescar la habitación. Él duerme como un tronco, lo que me alivia es que no ronca. Me cubro con mi manta y trato de dormir, cuando ya casi estoy dormida siento una mano sobre mi muslo.
La aparto con brusquedad de mí. —No me toques —. Murmuro, me doy la vuelta dándole la espalda a Martín. Ésta va a ser una noche muy larga, ¿lograré dormir en paz?
Editado: 18.07.2020