NOAH:
Desde que tenía memoria la música había tomado gran protagonismo en mi vida, de hecho, teniendo apenas tres años de edad mi mamá ya veía indicios en mi de que sería un gran músico, y es que de alguna manera me las arreglaba para tomar cualquier envase o recipiente de la cocina y comenzar a golpearlo eufóricamente con mi cucharita especial de bebé.
Fue ahí cuando mis padres decidieron comprarme una pequeña batería con motivo de que dejara al fin en paz los utensilios de la casa y obsequiármela por navidad, un regalo que, por cierto, aún conservaba en algún sitio de mi desordenado departamento.
El hecho era que desde siempre había sabido que quería la música cómo parte de mi futuro, me encantaba cantar frente a docenas de personas en actos escolares mientras hacía un intento de tocar la guitarra. La música siempre había formado parte de mí, por eso siempre trataba en lo máximo de dejar todo en cada composición nueva o en cada concierto o gira que organizaba.
La verdad no tenía nada de qué quejarme, además de que no tuve una infancia trágica cómo muchas de otras figuras públicas, desde niño mis padres estuvieron dándome todo su amor y apoyo incondicional para dedicarme a lo que me gustaba, y gracias al cielo siempre tenía un plato de comida en mi mesa. Realmente no podía estar más agradecido con la vida por ello, pero principalmente, lo que más agradecía era tener la fortuna de poder vivir de lo que amaba.
El cumplir mi sueño había costado bastante trabajo, pero sin duda alguna había valido por completo la pena, no me arrepentía de nada, ni siquiera en ese momento en el que atravesaba un bloqueo monumental y en mi mente no había más que una densa nubosidad blanca cubriéndolo todo.
— Vamos Noah. Algo se te tiene que ocurrir. — Me dije, observando atentamente las hojas desordenadas sobre la mesa frente a mí y sacudiendo exasperado las hebras de mi cabello.
Seguido de un fuerte bufido, tomé de nuevo la guitarra entre mis manos y la acomodé sobre mis rodillas, tratando de alguna manera de encontrar la posición más cómoda para seguir componiendo. Cerré los ojos en busca de inspiración, pero en cuanto mis dedos comenzaron a trastear delicadamente las cuerdas de la guitarra y mi cerebro comenzó a trabajar favorablemente para la canción, el chirrido de la puerta siendo abierta escandalosamente cortó por completo mi concentración.
Mis manos dejaron de moverse instintivamente, mis ojos quedaron cerrados y mi pecho comenzó a moverse al compás de una fuerte exhalación.
— Noah, el curso universitario te está esperando. — La voz de mi asistente embutió el acogedor silencio de mi habitación del hotel, así que soltando un bufido dejé la guitarra a un lado y me aproximé hasta la salida.
— Repíteme de nuevo la razón por la cual me estoy hospedando en un hotel y no en mi departamento. — Le cuestioné a Sophía cuando pasé por su lado. Ella, después de cerrar la puerta y asegurarla con la llave, bufó cansada de estarme repitiendo lo mismo una y otra vez.
— Ya te dije… Tu departamento lo están fumigando, la última vez que tu madre estuvo ahí notó una cantidad bastante considerable de mosquitos en las habitaciones. Tranquilo, mañana podrás volver.
Asintiendo, me adentré al ascensor con Sophía y dos de mis guardaespaldas pisándome los talones. En realidad ya sabía lo que pasaba en mi departamento, lo único que esperaba averiguar era cuándo podría volver a instalarme en el placentero sitio en que vivía, y es que la verdad era eso lo que más me hacía falta mientras estaba de viaje, encerrarme en las cuatro paredes de mi habitación y componer unas que otras canciones, mi departamento era cómo mi refugio, mi zona de confort en el cual no tenía que aparentar nada ni ser aquel chico famoso que los cautivaba a todos con su sonrisa y su música.
Allí tan solo era yo, la música y yo.
Me di cuenta que habíamos llegado a planta baja cuando un molesto sonido parecido a un timbre salió de los parlantes del ascensor, en seguida solté un suspiro con pesadez y salí de allí para dirigirme a la sala de conferencias del hotel, Sophía ya se había adelantado mientras que los corpulentos hombres que hacían de mis guardaespaldas me seguían atentamente.
Volví a bufar inconscientemente.
Aún seguía habiendo momentos en los que en realidad me cansaba todo el tema de la fama y eso, pese a todo el tiempo que llevaba en el medio, todavía no lograba acostumbrarme a ser el centro de atención en muchos lugares, y serlo me incomodaba bastante a decir verdad. Y con esto no quería decir que me hubiese gustado otra profesión, para nada. Yo solo quería algo más de privacidad, pasear por ahí sin necesidad de guardaespaldas y sin estarme escondiendo, sin embargo, también entendía que todo eso venía adjunto al momento en que decidí que la música era lo que quería en mi vida, si quería lo bueno entonces también tenía que aceptar lo demás.