Litneters Ya Somos 300!!!

ARWEN MCLANE

Un lejano pitido me despierta de mi sueño. Noto el cuerpo totalmente entumecido, apenas puedo moverlo. Me cuesta mucho abrir los ojos, los noto pesados, como si tuviera un peso impidiendo que los pudiera abrir. Unas voces susurran palabras inteligibles cerca de mí, no entiendo lo que hablan. Intento moverme nuevamente, y el esfuerzo hace que me dé un tirón en la base de la columna. Gimo al notar ese dolor y noto como las voces se callan.

—Señora Rogers, ¿me escucha?

Giro levemente la cabeza en la dirección que creo que está quien me habla. Asiento ligeramente, dándole a entender que le he oído.

—Soy el doctor Mathews, su neurólogo. Le operamos y le extirpamos un tumor. ¿Lo recuerda?

¿Recordar? ¿Tumor? ¿Pero de que me está hablando? No recuerdo nada, tengo la mente en blanco, totalmente en blanco. Un momento me ha llamado «señora», ¿estoy casada? ¿Rogers? Ese nombre no me suena de nada.

—A —agua… —logro pronunciar a duras penas. Me arde la garganta.

Noto como colocan algo en mis labios y al notar la cañita, empiezo a beber con ansias. Tengo sed, demasiada sed.

—Por ahora ya es suficiente señora. Dígame, ¿recuerda la operación?

Niego con la cabeza y suspiro.

—No veo, no puedo abrir los ojos —susurro con la voz medio afónica a causa del ardor que aún siento.

—No se preocupe, es normal. Ahora le retiraremos los apósitos que le hemos colocado y todo irá bien.

Asiento con la cabeza y me lanzo a hacerle la pregunta que más intrigada me tiene.

— ¿Por qué me llama señora Rogers doctor? ¿Acaso estoy casada? ¿Cuál es mi nombre? ¿Cómo me llamo?

Escucho una fuerte inspiración y un Carraspeo.

—Alyna. Te llamas Alyna.

— ¿Quién es usted? —digo empezando a ponerme nerviosa —. ¿Cuántas personas hay aquí conmigo? ¡Quíteme lo de los ojos doctor! ¡Quiero ver, quiero ver! Por favor, ¡quítemelo, quítemelo!

Empiezo a gritar y a forcejear, quiero que me quiten lo que sea que tengo en los ojos. Intento levantar las manos, pero me es imposible. ¿Acaso también estoy atada? Lo intento nuevamente y nada, no puedo mover las manos, las tengo amarradas al colchón.

—¡¡¡Soltadme hijos de la gran puta!!! ¡¡¡No tenéis derecho a atarme a una cama, ningún derecho joder!!! ¡¡¡Soltadme ahora mismo!!! —grito con la respiración agitada. Oigo los pitidos de la máquina acelerarse y como el médico pide a gritos un calmante a alguien.

—Cielo tranquilízate, por favor, tranquila. No estás atada por nada en particular, era por simple precaución, para evitar que te hicieras daño por si lograbas salir del coma, y lo has logrado.

—Señor Rogers, yo de usted no…

—Doctor, es mi mujer y tiene todo el derecho a saber qué es lo que le ha pasado, le guste a usted o no. ¿No ve que está de los nervios? ¡Acaba de salir del coma y usted ya pretende dormirla! Déjeme hablar con ella. ¡Déjeme aclararle toda la maldita situación de una vez!

—Muy bien señor Rogers, hágalo; pero quiero que sepa que no me haré responsable de lo que suceda después, ni de la reacción que tenga su esposa cuando lo sepa todo. ¿Le ha quedado claro?

—Perfectamente claro. Ahora por favor, salga de la habitación y déjeme a solas con ella.

Madre mía sí que tiene carácter mi marido. Ojalá pudiera verle la cara, me gustaría saber cómo es el hombre con el que se supone que me he casado. ¿Por qué no puedo recordarlo? —suspiro de frustración.

—Alyna, escúchame. Te voy a contar una historia. Ante todo, y por muy difícil que te resulte de creer; te juro que es totalmente cierta cariño, totalmente. Solo te pido que me dejes hablar, y que no me interrumpas hasta que haya acabado, ¿de acuerdo?

Uys, cuanto misterio, ¿no? Bueno, que me cuente lo que quiera mientras me aclare qué hago aquí. Con eso me basta, por ahora.

—Ok señor Rogers, cuéntemelo todo por favor.

—Me llamo Duncan, Alyna; y bueno, verás, todo empezó hará unos seis meses. Llegaste a casa llorando; se suponía que venías del trabajo. Eran las ocho de la tarde pasadas. Cuando te vi, me quedé estupefacto. Estabas con la ropa bastante desgarrada, los pantalones tenían un corte que te iba de la rodilla al tobillo y se veía una herida que sangraba mucho. Cuando me recuperé de la sorpresa al verte aparecer en ese estado, corrí hacia ti, te senté en el sofá y lo primero que hice fue llamar a una ambulancia. Tú solamente decías «lobo, lobo, lobo» mientras te mecías de adelante a atrás con la mirada perdida en algún punto. Te puse una manta por encima de los  hombros y te abracé, intenté darte consuelo, pero tú seguías diciendo lo mismo, las tres mismas palabras todo el rato «lobo, lobo, lobo». Por mucho que intentara que me contaras que te había sucedido, nada salía de tu boca, nada, salvo «lobo». Cuando llegó la ambulancia y vieron tu estado automáticamente te llevaron al hospital. Esperé cerca de tres horas a que saliera alguien a comunicarme que pasaba contigo, que tenías. El médico me dijo que a parte de una gran mordedura en la pantorrilla y unos cuantos arañazos que te ya te habían curado, que físicamente no tenías nada más, pero lo que les preocupaba era tu estado mental. Me dijo que te daría el alta al día siguiente si pasabas la noche sin problemas y eso fue lo que pasó. Al día siguiente te dieron el alta. Pero tú empezaste a cambiar con el paso del tiempo Alyna. Tu carácter cambió, perdías la paciencia a menudo, incluso te ponías muy agresiva en ocasiones. Cuando…, ejem…, cuando manteníamos relaciones sexuales, querías estar al mando, se tenía que hacer todo a tu manera, como y cuando tú querías. Con el día a día en casa era igual. Yo ya no tenía ni voz ni voto en el matrimonio. Todo lo decidías tú, todo.



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En el texto hay: relatos, relatos cortos

Editado: 18.04.2018

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