Alicia no tenía por qué ocultarlo, sin embargo, estaba obligada a hacerlo, la gente en la calle le apuntaba con el dedo, mientras los recuerdos la atormentaban en lo más profundo de su corazón.
Esa noche iba a ser la más feliz de su vida, al fin podría florecer junto al hombre que le quitaba el sueño, estaba dispuesta a entregarse completamente, pues el amor a veces nos lleva de la forma más inocente a seguirlo ciegamente.
Camino a ese maldito mirador en Seattle Park la encontraron, mientras su mente volaba por otros mundos, pensando en el amor de su vida. Eran cuatro hombres y ella, sólo una niña.
A la fuerza la arrastraron, con la maldad en los ojos la atormentaron, y ahogaron los gritos de aquella muchacha con sus grandes y viejas manos. Alicia miraba el cielo, llorando y alejándose de la imagen del amor cultivado con el hombre que esa noche se había quedado esperando.
Él, sin embargo, pensaba en ella con tristeza, creía que sus padres no la habían dejado salir o que sus hermanos mayores se interpusieron ante sus sueños, dispuesto a buscarla, aunque con el alma triste volvía cada día a su casa.
Pero nadie lo recibía, todo el mundo lo evitaba, incluso Alicia que, en su angustia recurrente, diariamente recordaba.
Se reían al verla pasar, incluso cuando iba a comprar, la gente afuera hablaba y ella sollozando no podía evitar que su nombre resonara, ante los ojos de las personas era la vil mujerzuela del pueblo, de esas que se ofrecen a los hombres por dinero.
Los recuerdos de esa noche la llevaban al pasado y la imagen de aquellos hombres que su venganza despertaron, de tristeza se embriagaba y a Eduardo ella evitaba, además por su familia ella era rechazada.
No tenía apoyo de nadie y su melancolía se sentía hasta la China, el suplicio de aquel ultraje, que tuvo que pagar por el resto de su vida.
Cuando se encontró con Eduardo la dulce Alicia se llenó de culpas, ya que la sociedad la reprimía y ella no encontraba una salida. No podía explicarle el sentido de las cosas y menos que esa noche, la agarraron por ir sola.
Un día como cualquiera se enteró de la noticia, donde con mayor razón la mirarían con malicia.
Su castigo era inmenso y ella se preguntaba todos los días, qué era lo que había hecho para perder todo lo que quería.
Tomó unas pastillas de la mesa, para olvidarse de todo para siempre, de esas que, si te las tomas juntas, ya nunca más a la vida vuelves.
En ese momento llegó Eduardo, con sus ojitos caídos y recién enterado de lo que había pasado, la tomó de las mejillas y le dio un beso la frente, esperando que alrededor todo desapareciera por un
instante, no le importaba que dijera la gente, ni lo solos que podían estar ahora, él la amaba y nada ya lo perturbaba.
Ella se alegraba de ver a aquel hombre, tan bondadoso y preocupado, pero lo que él no sabía es que, de aquel acto vil y despiadado, había llegado un castigo para el que no estaban preparados.
Entonces la vida se dio vueltas y la historia de Alicia hasta aquí no llega, aunque todos crean que él era un buen hombre, era una persona de principios, de alta clase, alguien que no quería ataduras ni hijos.
Entonces con el alma en un hilo, Alicia colocó ambas manos en su abdomen, sin saber cómo decirle a él la verdad de lo sucedido.
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