Era el día de su boda, la excitación, ansiedad, nervios y felicidad se encontraban en sus máximos niveles. Nadie podía borrar la gigante sonrisa en su rostro mientras llegaba a la iglesia. Bajó del auto tomando la mano de su padre, quien con sumo cuidado limpio una lágrima que caía por su mejilla izquierda y subieron lentamente por la escalinata.Sentía que tenía un huracán de emociones en su estómago, se paró frente a la puerta, acomodando su velo y en cuanto la abrieron se oyó un grito y sonido ensordecedor.
Sintió un fuerte dolor en su corazón y cuando bajó la vista observó un largo camino escarlata a lo largo de su pulcro vestido blanco. Al alzar nuevamente la vista, la cual se encontraba borrosa por las lágrimas, observó al amor de su vida con un arma, abrazando a su mejor amiga.Esa fue su última imagen antes de cerrar sus ojos por última vez y desfallecer sobre los brazos de su padre.
Cuando abrió los ojos ya no había dolor, ni lagrimas. Estaba desnuda, recostada de lado en la iglesia donde debería haber sido el día más feliz de su vida. Se levantó lentamente y observó su pecho, donde había un pequeño agujero, y del cual salían pequeñas raíces negras. Raíces que parecían querer consumirla, muy lentamente.Caminó por el largo pasillo entre los bancos, acercándose al altar, donde escuchaba a alguien llorar. Dio la vuelta lentamente, y sobre sus rodillas, frente al vestido teñido de rojo, se encontraba él. Sollozando, con la mirada perdida, las manos convertidas en puños apretando fuertemente el vestido. Intentó tocarlo, pero su mano lo atravesó.
Se agachó frente a él y observó que de su cuello colgaba una cadena de oro con dos anillos, sus alianzas. Nuevamente intentó tocarlas pero su mano las atravesó. Sin embargo, él elevó su mirada, percibiendo algo, sabía que no estaba solo.
—¿Estás acá verdad? —Se paró, girando sobre sus pies, observando hacia todos lados desesperado—. Déjate ver. Por favor, Alma.
Ella daría todo por que la vea, por que la sienta, por que la oiga. Necesitaba una explicación. Porque a pesar de tal dolor, el amor seguía ahí. Latente, dañado pero intacto.
—No quería hacerlo. Te lo juro por el hijo que llevabas en tu vientre ese día. Yo no quería hacerlo —cayó rendido—. Me hipnotizó. Perfidia me hipnotizó, no sé cómo, pero lo hizo. —Su mejor amiga era una famosa hipnotizadora, nadie lo sabía, sólo ella. Se mostraba ante el mundo con una máscara.
Alma deseaba explicarle, deseaba aplacar el dolor que el estaba sintiendo. Se arrodilló frente a Yuanfen y en un último intento acercó su mano a su rostro para limpiar una lagrima. En cuanto lo hizo, sintió una presión en su pecho, bajó la vista y las negras raíces habían crecido. Toco nuevamente una lágrima y pasó lo mismo.
El dolor de Yuanfen alimentaba la muerte de Alma. La consumía. La volvía sombras. Ella no dejaba de limpiar sus lágrimas, y la oscuridad no dejaba de crecer. Hasta que paró, porque observó como emergían del cuello de él, las mimas raíces. El se dio cuenta, abriendo su camisa.
—Perdón. No sabía que te lastimaba a ti también —exclamó ella. Y el la oyó, elevando su mirada.
—Sigue, Alma, deja que esto crezca en ambos —se recostó lentamente sobre el vestido, sin dejar de llorar—. Recuéstate sobre mi.
Ella lo hizo, colocando una mano sobre el corazón de él y la otra en su rostro. Él no la sintió. Ella se dejó consumir por la oscuridad, por la deslealtad y maldad de quien decía ser su mejor amiga. Y él por ella. Ambos cuerpos estaban casi cubiertos por completo cuando ambos soltaron en un pequeño y sutil susurro un dulce Te amo.Y así desaparecieron en las tinieblas, tinieblas a las que fueron condenados.
Perfidia había amado en la juventud a Yuanfen, cuando eran amigos, pero cuando el escogió a Alma, y ella lo escogió a él, aún sabiendo lo que ella sentía, su corazón se rompió, se volvió maldito. Ese día su espíritu se volvió negro, cuando había sido un arcoíris, y juró infelicidad y dolor sobre aquellas personas que habían borrado todo rastro de alegría sobre ella. Ella estaba maldita, nadie nunca la deseaba, nadie nunca la amaba, nadie nunca la esperaba. No podía sonreír, reír o ser feliz, entonces ella no dejaría que nunca nadie a su alrededor pudiera serlo.