El desayuno está listo. Me sirvo y mientras platico con mi familia miro la montaña, sonrío en silencio, pues a mamá nunca le ha gustado que realice actos similares. No quiero preocuparla con mis locuras.
Levanto la mesa y me encargo de asear la vajilla. Mientras la lavo, me doy cuenta que mi madre a usado la vajilla que guardaba para ocasiones especiales. Me acerco a ella y le pregunto el ¿por qué? de usar la vajilla éste día.
-No existirá en mi vida un día más especial que éste, pues mis hijos están a mi lado- su respuesta me hace sentir importante y a la vez querido
Tomo los cuadernos de la universidad, analizo la tarea, repaso los ejercicios que realizamos en clase, estudio el tema anterior y analizo un poco el tema para la próxima clase.
Miro mi celular y leo uno de los mensajes que Liz me envió hace seis días. Sonrío.
Camino por la sala, mientras escucho un poco de música. No recuerdo que en el repertorio que posee mi teléfono esté una de las canciones que cantó papá aquel domingo, pero escucharla me hace recordarla.
- ¿Fuiste a la fiesta de cumpleaños de Liz? -pregunta el universo.
-En efecto, pero recuerda que la conocí un domingo y su cumpleaños era el próximo sábado, así que durante esa semana decidimos conocernos un poco.
El martes, mientras hablábamos le pedí que me cante una canción, pues ella supo mencionar que amaba la música. Después de insistir por varios minutos, accedió. La canción que eligió me pareció adecuada, como para expresar, por parte de los dos, lo que, sin darnos cuenta, empezamos a sentir. A pesar de no habernos conocido, de no saber de dónde veníamos, o a dónde íbamos, algo dentro de nosotros nos decía que todo lo que mencionábamos era verdad. Supo manifestar lo emocionada que se encontraba con la idea de que, por su cumpleaños, sus primos le preparen una fiesta. Pero aun no era seguro que se iba a llevar a cabo en Quito. Ambos pedíamos que así sea, pues de ser así, existía una gran probabilidad de que podamos viajar juntos.
La noche del martes, después de leer, le envié un mensaje, en el que le deseaba que sueñe conmigo, recordando el día que nos conocimos.
-No hace falta que me pidas eso pues ayer soñé contigo, y sé que hoy lo volveré hacer- respondió.
No faltaban halagos por parte de ambos durante el miércoles, que lo único que me dedicaba a hacer era ver pasar el tiempo en el reloj que colgaba en mi habitación, pues si todo marchaba bien, podría viajar, tal como se lo había prometido, a su fiesta de cumpleaños.
-Mi prima me invitó a Quito, no me dijo nada sobre una fiesta para mi cumpleaños, pero tampoco negó que me realizaría una, así que pronto te podré ver- mencionó al mismo instante en que vi como la luna trataba de darme un mensaje con su resplandor.
-Estoy realmente emocionado Liz, ya quiero mirarte otra vez -y claro que estaba emocionado con verla, pues en medio de las conversaciones que teníamos topamos el tema del beso.
- Parece que en aquella tarde perdí el miedo a querer, y siento que te quiero. Sé que aún es muy pronto para manifestar un sentimiento, pero no he podido dejar de pensar en ti- mencionó-
Aquellas palabras me motivaron para interpretar el mensaje que la luna.
´´No tengamos miedo a los sentimientos inusitados, pues en ocasiones éstos son los que dan valor a la vida´´
Confirmamos que el viaje lo realizaríamos el viernes por la tarde. Yo viajaría hasta su ciudad, y desde allí, continuaríamos juntos.
La noche de aquel miércoles me sentí querido, y de seguro Liz se sintió de la misma manera, pues es innegable que Dios puso en mi vocablo las palabras adecuadas para mencionar lo que empecé a sentir por ella - ¡cómo no sentir algo por Liz, si sus palabras hacían que de mi ser se escape, a cada instante, un suspiro! -
El feriado termina hoy, así que debo preparar las cosas para retornar a la ciudad en la cual estoy viviendo. Sin darme cuenta la hora de viajar ha llegado, el universo se expande, pues debe conocer otras historias, espero que regrese para que me diga si es correcto sentir lo que estoy sintiendo por ella.
El viaje dura cuatro horas, aprovecho el tiempo para conversar con mi hermano sobre los planes que tenemos para nuestra vida futura. La lección de éste día es que debemos aprender a plantearnos metas, recordando siempre que ninguna es más grande que otra, y que todas son realmente importantes.
Aprendí a amar a mi país y a la gente que lo habita cuando miré cómo el conocimiento nos otorga valor para que podamos vencer ideales pasados, los mismos que en varias ocasiones acabaron con la esperanza de forjar un futuro digno para todos los ecuatorianos.
Al llegar a casa, la noche me invita a leer el libro que dejó mi madre sobre la mesa del comedor. Ha permanecido ahí desde hace más de doce días, es tiempo de leerlo, pero antes de hacerlo, quiero analizar lo que le he contado este día al universo.
Conocí a Lizbeth (Liz) un domingo, en que no esperaba que suceda algo fuera de lo común.