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Maya se despertó al sentir el primer rayito de sol y, como cada mañana, corrió a abrir las cortinas. Un pajarito de pecho rojo picoteaba el cristal de la ventana.
—Buenos días, pajarito. Parece que hoy será un hermoso día —sonrió con ternura, al ver que al fin ya no estaba lloviendo. Se puso sus botitas impermeables y un suéter calentito.
Su mami seguía profundamente dormida, y Maya sabía que era mejor no despertarla, al menos no hasta ver a los ponis.
—Tengo que montarme en un pony aunque sea una vez antes de irnos —susurró para sí misma en tono conspirador—. Llevaré el dibujo que le hice al señor de los ojos bonitos, por si lo encuentro, no vaya a ser que mi mami ni me deje despedirme —dijo con una mueca de desaprobación, doblando el dibujo por la mitad y guardándolo en su bolsillo.
Finalmente, salió de la habitación, deslizándose en total silencio.
—¿Eva? —dijo suavemente mientras tocaba la puerta de la niñera. No hubo respuesta, así que decidió entrar sin permiso. Para su sorpresa, encontró a Eva profundamente dormida, roncando como un oso. Aquello provocó una risita en Maya.
—Eva, despierta —le susurró con dulzura, sacudiéndola un poco, pero la niñera ni se movía. Maya intentó de nuevo, pero Eva seguía tan inmóvil como una roca.
Maya resopló con frustración.
Ya que no había manera de despertar a Eva, decidió buscar a Ryan, pero para su sorpresa, no lo encontró. La cama de Ryan estaba perfectamente hecha, como si nunca la hubiera usado, y cada rincón de la habitación brillaba de lo impecable que estaba.
Un poquito desesperada, Maya empezó a morderse el labio. Le había prometido a su mami que no andaría solita por ahí, pero si no iba ahora a ver a los ponis, después sería imposible. Pedirle a su madre que la llevara no era opción; seguramente la apuraría para que se alistaran y se marcharan del rancho.
—Si me voy rápido y regreso antes de que se despierte, no se dará cuenta —se animó, con una sonrisa traviesa, antes de escabullirse fuera del chalet.
El cielo estaba despejado. No había ni rastro de la tormenta que se desató la noche anterior. El césped y las flores estaban cubiertas de rocío y las aves cantaban.
—¡Wow! —exclamó asombrada al ver el helicóptero en el patio. De cerca se veía mucho más grande—. Buenos días señor —saludó educadamente a un hombre con barba de santa claus que se encontraba revisando el enorme pájaro de metal.
—Hola, niña —respondió él, pero no le prestó mucha atención y siguió en lo suyo. Debido a la tormenta no había podido regresar a New York.
Maya se alejó dando brinquitos al tiempo en que tarareaba una canción. En pocos minutos logró llegar al corral en donde vio a los ponis el día anterior, pero tremenda decepción se llevó al no encontrarlos.
El corral estaba vacío.
Se acercó a preguntarle a uno de los vaqueros y él le respondió que habían sido llevados a un potrero.
Maya hizo una mueca y se alejó caminando despacio, decepcionada, con hombros caídos y la cabeza gacha.
Todo lo que quería era montarse en un pony, ¿Por qué tenía que ser tan difícil?
Algunas lágrimas comenzaron a caer de sus ojitos.
—Quiero subirme en un pony —sollozó.
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***
Alaric salió de la habitación, dejando a Kendra dormida. Estaba vestido y peinado de forma impecable. Su rostro lucía fresco e imponente como de costumbre. Nadie que lo viera sospecharía que no había pegado ojo en toda la noche.
Al principio fingió estar dormido para que Kendra no le hablara de absolutamente nada. No estaba de humor para una conversación. Todo en lo que podía pensar era en Hania y en aquella niña, en su sonrisa angelical...
En las cosas que se dijieron con Hania en aquel encuentro en los establos y en los sentimientos que todavía guardaba por ella.
También en el incidente que Hania había sufrido con su primo Vicenzo y que le preocupaba más de lo que quería admitir. Más de una ves se preguntó si debía ir a verla. No directamente, podía hacerlo de lejos y cerciorarse de que ella estuviera bien.
Al final solo se recriminó por tener esos pensamientos y trató de ya no pensar más en ella, si no en la mujer que dormía a su lado, y que en unos días se convertiría en su esposa.
Salió de la casa y fue a buscar al piloto para decirle que tuviera el helicóptero listo. Decidió que no iba a quedarse en el rancho, desde el principio fue un error haber ido.
Se detuvo un momento viendo en dirección al chalet.
«Hania también iba a irse, seguramente era eso de lo que Kendra le quería hablar»
Dejó escapar un suspiro y se llevó las manos a los bolsillos de su pantalón.
La sensación de tener a la única mujer que amó en toda su vida a solo unos metros de distancia y no poderse acercar era una completa tortura.
«Quiero subirme en un pony...»
Aquella vocecita y el llanto que le siguió, lo hicieron girarse en dirección de los establos.
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Editado: 22.11.2024