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Charlotte
Es curioso ¿No? El cómo el ser humano tiene un don demasiado poderoso, con el cual, es capaz de destruir a las personas. Desde una simple oración hasta una simple palabra, son capaces de destruirte; de desmoronarte y romperte en mil pedazos, de dejarte vulnerable ante los demás.
Una palabra es capaz de cambiarlo todo, ya sea para bien, o para mal, de romperte o armarte, algo considerado insignificante, es un arma de doble filo; algo digno de admirar. El cómo se puede usar en tu contra y usarse en otra persona, está a tu favor y en tu contra a la vez.
«Las palabras se las lleva el viento.» Sí. Se las lleva el viento, se transforman en un ácido recuerdo y solo eso; una experiencia más. Pero, arden, arden en ese mismo momento, cuando las escuchas y queman todo en tu interior, como un gran tornado que llega para destruirlo todo dentro de ti.
Como fuego arrasando con todo lo que está a su alcance, resumiéndolo todo a grises cenizas y, tristemente, no somos como un Fénix. No renacemos de las cenizas como esas hermosas criaturas mitológicas, solamente podemos tomar las cenizas de lo que fuimos y somos, para mejorar, para cambiar y, tal vez visto de esta forma, si renacemos de las cenizas, pero no siendo pichones como lo hacen ellos.
— Murió. — Murmura la madre de Tamara, provocando que todo mi mundo se ponga de cabeza, lagrimas comienzan a picar en mis ojos, mi pecho arde fuertemente, un nudo aprieta mi garganta fuertemente haciendo que se me complique respirar, la castaña se percata de que tenía el altavoz encendido y lo apaga rápidamente, pero es en vano, ya la escuchamos.
— ¿Qué? — Murmura en shock, pero siento como me desconectó de mi cuerpo, deje de escuchar, lo único de lo que soy consiente es de mi dolor, quiero gritar, pero no puedo, quiero patear todo hasta lograr desahogarme de sentimientos destructivos que se arremolinan en mi interior.
Salgo corriendo hacia el jardín, no hago caso a los gritos, solo corro hasta llegar al escondite que descubrí hace más de tres semanas.
Subo a la vieja casa del árbol, la cual, está cubierta de hojas y ramas que la mantiene oculta de la vista de las personas, curiosos, entro al pequeño cuarto de madera, buscando refugiarme en ella.
Me hago ovillo en una esquina y lloro como no lo he hecho en tanto tiempo, lloro como si no hubiera un mañana, lloro lo que no he llorado durante todo este mes, sollozos incontrolables se me escapan, cierro los ojos fuertemente, pidiendo que todo sea una terrible pesadilla, pero no lo es.
Me atraganto con mi propia saliva en varias ocasiones, pero eso no alivia mi dolor, golpeó el piso una y letra vez, intentando concentrarme en ese dolor y no el interior, pero no me es posible. El dolor está allí y no se puede ignorar.
No soy consiente si pasan minutos u horas, pero no he dejado de llorar. Mis ojos arden al igual que mi garganta, quiero dormir y que al despertar todo sea una broma de mal gusto, como las que ella solía hacer.
—Oye chicle. — dice en voz baja, siendo cuidadoso con ellas, sonando tan sutil y cálido, como si supiera que lo necesitara. Como si supiera lo que siento, como si buscara comprenderme y ayudarme.
— Vete. — logro decir con un hilo de voz, sé que sueno patética, pero no me importa, no ahora, no lo quiero escuchar, solo quiero quedarme aquí hasta que deje de sentir.
—Lottie...— Vuelve a intentar, usando el diminutivo que le desagrada, sin embargo, sabe que me reconforta y eso logra detonarme.
— ¡Qué te vayas! ¡AHORA! — Grito al ver que no hace ademán de irse, no quiero que me vea vulnerable.
— Los demás creen que fui a comprar un refresco. — Murmura, se sienta a unos centímetros de distancia de mí, no me muevo, solo nudo más mi cabeza entre mis piernas, evitando que vea mi rostro. — Nadie sabe que vienes aquí... — Continua. — Exceptuándome claro, sé vienes con la vaga excusa de "voy con mis amigas" y...
— ¡VETE YA! ¡NO QUIERO ESCUCHARTE! — le grito entre sollozos, cansada de que este aquí intentando empatizar conmigo.
— No es necesario que me escuches, solo hablaré, si gustas ignorarme hazlo, pero yo sé que no puedes hacerlo, porque esto — Señala mi corazón cuando me levanto un poco. — se acelera cada vez que me ve, late con fuerza por mí, Charlotte y no puedes evitarlo. Al igual que esto, —señala su pecho. —lo hace.
Miro como se inclina a la salida, dispuesto a irse y por más que me cueste admitirlo, tiene razón, termina murmurando algo más y mi corazón da un vuelco para comenzar a bombear sangre tan rápido que duele.
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Me siento de la patada, como si hubieran golpeado cada parte de mi cuerpo con un bate de béisbol. No, mejor aún, como si un camión pasara sobre mi cuerpo durante toda una hora completa.
La pesadez es demasiada en mi pobre y lastimado cuerpo, mi mente baila en el limbo de la conciencia y la inconsciencia, escucho un constante pitido, que comienza a volverse irritante.
El olor a farmacéuticos y hospital no pasa desapercibido por mí sentido del olfato, soy consciente de que me duele una parte del cuerpo aún más que lo demás, pero de tanto dolor no se cual es.
Intento desesperadamente abrir los ojos, pero me es imposible, no lo consigo por más que lo intento, termino por rendirme, la pesadez es bastante.
Después de lo que creo un largo tiempo, logro abrir mis ojos, la luz blanca me encandila, provocando que vuelva a cerrar los ojos con fuerza, comienzo a parpadear para acostumbrarme a la iluminación.
— Doctor Draco Stevens a la habitación 170. Se solicita al doctor Draco Stevens en la habitación 170. — Logro escuchar, en menos de un minuto alguien entra a la habitación, es un doctor joven, no ha de pasar los veinticinco, me mira con sus ojos oscuros antes de mirar el tablero en sus manos.
— Katherine Evans, ¿Me equivoco? — Hago el ademán de contestar, pero algo que está dentro de mi boca me lo impide. — Tomaré eso como un sí. Soy el doctor Draco Stevens... veamos... la presión arterial está bien... también los latidos...— Dejo de escucharlo para comenzar a mirar a mi alrededor, estoy en un hospital, la habitación es luminosa y hay bastantes utensilios médicos.