— ¿Le ofrezco más café, señora? —Pregunto Amparo, Magdalena negó con la cabeza y le sonrió.
—Gracias, estoy bien.
— ¿Y a usted señor?
Cristóbal no había despegado la mirada del periódico desde que bajo.
—No, estoy bien.
Amparo asintió y se retiró del comedor.
— ¿Ya le has comentado a Isabel?
Cristóbal doblo el periódico a la mitad y lo deposito en la mesa.
—¿Desde cuándo necesito darle razones a Isabel? Ella solo debe obedecer.
Se engullo un pedazo de omelette.
—Lo comprendo, pero si usted lo hace quizás ella estará más consiente de...
— ¿De qué? Ella va a casarse no veo lo complejo en esa oración.
—Si me lo permite, yo podría hacerlo.
—Podrías estropearlo, mujer. Pero está bien, si tanto deseas que Isabel lo sepa, se lo diré.
Magdalena sonrió y tomo un sorbo de su café.
—A todo esto ¿Dónde está?
—Probablemente en el jardín o en su habitación con Guadalupe.
—Bueno— Cristóbal se limpió la boca con el pañuelo y se levantó —ya es hora.
— ¡Niña Isabel! —grito Guadalupe mientras apresuraba el paso por alcanzar a Isabel quien corría por todo el patio. Isabel sujetaba con sus manos el vestido para poder correr mejor, aunque no le ayudo mucho.
— ¡Ven, Guadalupe! —grito Isabel mientras seguía corriendo, el peinado trenzado de Isabel revoloteaba por todos lados, un cabello sedoso y finamente cuidado de color miel al igual que sus ojos, ojos color miel y una piel tersa. Su diminuta figura le daban apariencia de una muñeca de porcelana. Se detuvo en seco cuando vio a sus padres frente a ella.
—Padre... madre—musito.
—Debo asumir que así te diviertes. ¿Has hecho tus practicas?
Isabel coloco sus manos detrás de su espalda y asintió.
—He estudiado todas las reglas de ética y modales tal y como me lo ha pedido, padre.
—Niña Isabel—dijo con voz entrecortada Guadalupe quien había llegado hasta su ama.
Cristóbal miro a Guadalupe y después poso su mirada en Isabel.
—Sería correcto que Guadalupe se fuera, esto no le concierne. Pero debido a que es tu dama de compañía me haría el favor de tenerte lista a tiempo.
—Si me permite cuestionar, padre...—Isabel trago saliva —¿Para qué debo estar lista? ¿Algún evento?
Cristóbal junto sus manos y sonrió.
—El señor Adolphe Rousseau y su familia llegaran mañana en la mañana, ellos radicaran por un tiempo en nuestro hogar.
— ¿Debo estar lista para recibirlos?
—Isabel, debes estar lista para recibir a tu prometido.
Isabel dejo caer sus manos a sus costados y estuvo por perder el equilibrio.
—¿Me ha comprometido?
—En algún momento tenía que pasar.
—Lo sé, pero... padre, no estoy preparada.
—¡Tonterías! Eres joven y digna de ser una esposa.
—Yo...
—Acata a la orden, Isabel. —La señalo con el dedo y después miro a Guadalupe quien se sobresaltó—Mantenla lista mañana en la mañana, debe estar presentable.
—Sí, señor. —Dijo con voz queda Guadalupe.
Cristóbal se adelantó.
— ¿De verdad mi padre me ha comprometido? —murmuro Isabel hacia su madre. Ella se acercó a Isabel y la tomo entre sus brazos mientras asentía.
—Debes aprender a buscar la felicidad, mi niña. Recuerda que tú haces tu destino.
—Mi destino ya está hecho, madre. Está hecho por mi padre.
—Él solo quiero la mejor opción para ti—Acaricio la mejilla de Isabel.
—Quiere la mejor opción para su fortuna, madre.
—Isabel, te prohibió hablar así de tu padre—regaño Magdalena.
—Lo siento, madre—susurro Isabel.
—Guadalupe, la quiero espectacular mañana. No olvides tus modales, Isabel.
Magdalena se giró y con paso elegante se adentró a la casa.
Guadalupe sostuvo a Isabel quien estuvo a punto de desplomarse.
—Es el fin, Guadalupe.
—No diga eso, niña.
Isabel observo a Guadalupe y suspiro.
—Tienes la fortuna de poder elegir con quien deseas esposarte, Guadalupe.
—Niña Isabel, no se agüite. (1)
Isabel negó y suspiro.