Lluvia de Fuego: La Era del Fuego 1

Capítulo 3: Gianna

I-II

—¿Y te gustan las serpientes? —preguntaba Gianna, sentada a la orilla de un riachuelo.

—No demasiado, prefiero las aves. Envidio su libertad algunas veces —respondió Jaed, quien estaba sentado junto a ella. Tenía una voz tranquila y profunda.

—Oh sí, las aves también son hermosas —dijo la joven—. Yo tenía un periquito cuando era niña, pero un día, cuando abrí su jaula para alimentarlo, escapó y no lo volví a ver.

—Eso está bien —dijo el joven sin pensar, pero al ver la cara de desconcierto que puso la chica, se apresuró a agregar—: Digo, no el que hayas perdido a tu periquito. Bueno sí... pero no en ese sentido. Lo que quiero decir, es que las aves no deberían estar enjauladas, son seres libres.

—No te preocupes, creo que entiendo tu punto —dijo la chica, que comenzaba a rendirse en su conquista, pues parecía no tener nada en común con el joven.

Los últimos rayos del sol dejaban de reflejarse en la cristalina agua que corría junto a ellos. Las aves comenzaban a hacer sus llamados nocturnos, acurrucándose entre las ramas de los árboles, uniéndose al sonido de las cigarras.

—¿No crees que deberíamos volver? —preguntó Jaed. Parecía impaciente.

—¿No te gusta mi compañía? —se arriesgó la chica, al ver que perdía su oportunidad.

Jaed desvió la mirada, llevándose la mano a su brazo, frotándolo, nervioso.

—No es eso, me pareces una persona muy agradable. Creo que podríamos llegar a ser... buenos amigos.

Gianna se quedó pasmada.

—¿A-amigos? —su voz se quebraba.

—Sí, ¿o será que...? —dijo el joven, que parecía estar comprendiendo de que iba el asunto.

El silencio se apoderó de la escena. Sólo el viento meciendo las copas de los árboles, y el sonido del agua corriente, tenían presencia. Jaed miró fijamente a la chica. A Gianna le temblaba la barbilla y parecía estar a punto de romper en llanto.

—Oh no... por favor, no llores, creo que ya entiendo —dijo él, bajando la mirada—. N-no funcionaría.

La chica lo miró. En sus ojos húmedos se podía distinguir una gran decepción. Se levantó, llevando su antebrazo al rostro, ocultando sus primeras lágrimas. Respiró hondo y, con un movimiento rápido y fuerte, empujó a Jaed al agua. El sonido del chapuzón fue aplacado por una enfurecida voz.

—¡Amigos! —exclamó Gianna—. ¡¿Sólo amigos?! Finn tenía razón, eres un tonto. Es que no te gusto, ¿verdad? ¿Te gusta alguien más? ¿Cuál de todas las lagartonas con las que siempre estás? —Jaed hizo un gesto de incomodidad mientras se arrastraba fuera del agua. No estaba enojado, pero sí algo sorprendido—. ¡Creí que yo te gustaba! ¡Siempre estas mirándome! ¡Rodeado de tus amiguitas y mirándome! Y ahora heme aquí, rebajada a intentar coquetear contigo. Atrapada en tus garras de... sensualidad. Y tú sólo... sólo me rechazas sin más. ¡Pues no! ¡Ni pienses que te rogaré o lloraré! No haré nada de eso.

—Gianna... Gianna, tranquilízate —decía él, aterrado, tratando de tomarla de los hombros.

—¡No me digas qué hacer! —la chica se libró del intento de contacto con un manotazo—. Tenía esperanzas, creía que por fin podría entablar una relación con alguien y ahora... tú has acabo con eso. Siempre es lo mismo, los hombres son unos tontos.

—¡Ya veo por qué no puedes entablar relaciones! —dijo el chico, frunciendo el ceño y perdiendo la paciencia.

—¡¿Qué has dicho?! —respondió Gianna, abriendo los ojos como platos y abalanzándose sobre Jaed.

El muchacho apenas alcanzó a cubrirse el rostro con sus brazos, pero la chica se detuvo antes de tocarlo, respiró profundo, y decidió tranquilizarse. Una vez más, el silencio reinó por unos segundos. Jaed abrió sus ojos con timidez, ambos se quedaron mirando el uno al otro. Gianna se sentó en el pasto, y suspiró.

—Está bien, lo siento. Tú no tienes la culpa... —continuó la joven—... de ser un miserable...

—Gianna... —quiso interrumpir Jaed.

—... y tonto.... —seguía ella.




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