Vaso tras vaso voy controlando mis ganas de vomitar. Sé que debería dejar de beber, pero no puedo permitirme perder contra un egocéntrico. No creo que él lo haga por divertirse, él lo hace por ganar. Quizás si le gano, tenga su admiración o por lo menos hiera su ego para que vea que soy una chica dura de pelar y quiera hablar más conmigo. Así puedo sacarle información.
Veo como comienza a ponerse a rojo y se ríe de la nada, sin razón. ¿Qué le pasa?
—Tienes mucho aguante Elia —sonríe—, pero creo que voy a dejarte ganar. No hace falta que te tomes más vasos -pestañea varias veces y frunce el ceño. Trata de disimular su mal estar soltando un chiste que, en mi opinión, es muy malo.
—Me duele mucho tener que rechazar tu oferta Cuervo, pero no voy a permitir que esto sea un empate —sonrío inocente y me tomo los tres vasos restantes y el último de su ronda en menos de un minuto. Se me queda mirando sorprendido.
—Mis respetos señorita. —Hace una torpe reverencia debido a la gran cantidad de chupitos que se ha tomado. Yo me he tomado uno más que él. Sus amigos van a sujetarlo. Las chicas hace un rato que se han ido al no poder soportar que ya no sean el centro de atención.
Halcón no ha aparecido, y creo que no lo hará ya que en la conversación que estaban teniendo antes de que yo llegara daban a entender que él no sabía que estaban aquí.
Las aves me miran todavía sorprendidos al ver que no presento ningún síntoma de borrachera, bueno, eso es lo que ellos creen.
Mi hermana me enseñó como beber chupitos para aguantar lo máximo. Los primeros hacerlo despreocupadamente, sin prisas. A partir del quinto o séptimo ir bebiendo agua después de cada uno. Así evitas que haya mucha concentración de alcohol en tu organismo e hidratas el cerebro para no tener resacas, o al menos la mínima. Es de lógica, ya que la resaca se produce por la ausencia de agua en tu cerebro. El alcohol reseca, el agua hidrata.
Están a punto de cerrar el local, ya es de madrugada. Voy al perchero a por mí chaqueta de plumas y me la coloco por encima. Doy las gracias al camarero por el tremendo trabajo que le hemos dado y me sonríe amablemente.
—Para ser poli, no está nada mal novata. —Cóndor se acerca a mi sonriendo. Levanto una ceja
—Ya te he dicho que no soy poli —mi tono suena demasiado ridículo, lo que provoca la risa de él.
—Hasta la próxima my lady —me coge la mano, y tal como hizo en la barra al principio, la besa. Cuervo se despide de mi con la mano y una sonrisa boba. Parece que se le ha subido el alcohol más rápido de lo que pensaba.
Las cuatro aves salen del establecimiento, muy a pesar de Buitre, quien quería quedarse más tiempo con las rubias. Parece mentira que los mafiosos sean tan divertidos. Quizás sí que son parecidos a los de las películas.
Descarto esa idea rápidamente. Han sido agradables porque uno de ellos quería algo conmigo, o eso parecía. Además, no me he presentado como policía o les he preguntado por sus vidas. Eso los habría puesto nerviosos y, por ende, violentos.
Salgo a la calle y camino disimuladamente hacia la avenida principal, donde están ellos. Llamo a un taxi y en pocos minutos aparece uno.
—Siga a ese coche, por favor —digo indicándole el "Mercedes Benz" donde se han subido las aves. El taxista se gira para mirarme desconcertado.
—No puedo señorita —frunzo el ceño—, lo tengo prohibido. —Ahora soy yo quien lo mira confusa. Respiro hondo y trato de pensar en una solución.
—¿Sabe a dónde se dirigen, por algún casual?
—No puedo llevarla allí, sólo acercarla y dejarla en un hotel cercano para que pase la noche. —Su propuesta es buena, así que la acepto.
Mientras va conduciendo, voy mirando todos y cada uno de los lugares por los que pasamos.
Cuanto más avanzamos, menos edificios veo. Parece que está en las afueras, supongo que, para más seguridad, así evitan tener atascos o persecuciones en plena ciudad si algo sale mal. Aunque no deberían temer si tienen media ciudad con pinchada. ¿Qué les dará por su silencio? ¿Dinero? ¿Amenazas? Las aves son inteligentes y yo creo que por se pusieron esos apodos de las distintas clases existentes.
El taxista parece nervioso y tenso al tener que llevarme hacia allí. Entiendo su miedo, yo también lo estaría si no conociera a la persona que estoy llevando en mi taxi. Podría ser una infiltrada que pueda fastidiar todos los planes del mafioso más peligroso del país. Seguramente esté amenazado.
Después de un largo tiempo pasando semáforos y recorriendo calles, al fin llegamos a un motel. Confío en que no me haya tendido una trampa. Le doy las gracias y le pago lo que le debo. Él sonríe nervioso y se marcha rápidamente.
Camino hacia la entrada del edificio. No es muy lujoso, pero me sirve para una noche, además, debo pasar desapercibida y no lo lograré si me hospedo en un hotel de lujo. Entro y me dirijo al mostrador de recepción.
Una chica joven y muy delgada me saluda amigablemente.
—¡Estás de suerte! Tenemos una habitación para ti a pesar de estas horas —exclama con entusiasmo, pero algo me dice que no está muy contenta de que le haga levantarse su cómodo asiento a las dos de la madrugada.
Me guía hacia mi habitación una vez que le pago la noche.
—Es la 233 —señala una puerta de madera vieja mientras me da las llaves. Le doy las gracias y la abro.
Por dentro es todavía más cutre que la fachada; paredes de color amarillo con un poco de humedad en las esquinas, sábanas parecidas a las de mi abuela, un baño pequeño, una silla de madera y persianas poco cuidadas. No está nada mal para el precio que me han cobrado.
Me quito el vestido negro de gala, la chaqueta y el sombrero elegante y lo dejo en la silla. La calefacción funciona mejor que bien así que no creo que haya ningún problema porque duerma en ropa interior. A pesar de ser invierno la habitación está caliente. Voy a dar una ducha para evitar quedarme dormida.