Lo llaman Halcón

11

No soy capaz de pronunciar ni una palabra. ¿A su hermana también la asesinaron? Cierro los ojos y trato de ocultar la lástima que me recorre por dentro. No puedo sentirme así por un asesino, y más cuando le ha hecho daño a mi propia hermana. Quizás solo tenías tu merecido Halcón. El karma no perdona.

Me sorprendo a mí misma de tanta mala vibra. ¿Qué soy? ¿Bipolar?

—¿Qué ocurrió? —pregunto dejando paso, una vez más, a la curiosidad.

Halcón suspira profundamente y me mira directamente a los ojos. Y ahí está otra vez, esa mirada penetrante capaz de sacarte el alma.

—Yo la maté —desvío la mirada al suelo. ¿Cómo has sido capaz de eso? Me levanto de su lado tratando de disimular el miedo que ahora, en vez de ira, se ha apoderado de mí. No creí que admitiera sus atrocidades tan deprisa.

—No lo entiendo —suspiro. Su cara de tristeza hace que el miedo mengue, pero no por eso estoy a salvo. No aquí. No con él. —Cuando me pillaste mirando su cuadro se te notaba dolido. ¿Cómo puedes haberla asesinado? —las palabras salen de mi boca sin que sea capaz de reprimirlas. Por una parte, tengo miedo de como pueda reaccionar, pero por otra, creo que se lo merece.

—No es lo que tú crees —su expresión cambia y se nota la rabia que irradia de sus ojos. Se levanta desafiante. Está acostumbrado a que todos te teman, pero yo no le daré ese placer, o al menos pretendo disimularlo.

—Pues explícamelo porque ahora mismo estoy pensando miles de cosas diferentes que quizás no te gustaría oír. —cruzo los brazos.

Hace una mueca y suspira. Comienza a mover el pie de arriba abajo, como la primera vez que lo vi en el gran recibidor. Puedo notar que está nervioso ¿O solo desconfiado?

—No soy un monstruo Elia —se acerca a mí despacio—. Todo lo que ves en esta mansión, todo lo que somos y hacemos no es lo que tú crees.

—Estoy harta de que todos me digan eso y nunca me digan algo concreto. ¿Por qué tanto secretismo? Si no es lo que parece ¿Por qué os escondéis?

Vuelve a sentarse, pero esta vez en la cama.

—Mi hermana murió por mi culpa. Era ella muy fuerte y valiente —sonríe melancólico mirando a la nada—. Si había algo que decir para poner a la gente en su sitio, lo decía sin tapujos — me mira— ella era como tú.

Descruzo los brazos.

—Pero a veces los humanos no sabemos ver más allá, no sabemos apreciar el potencial de las personas y no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. — respira hondo. —O quizás si lo sabemos, pero nunca nos paramos a pensar en que lo podemos perder. Confiamos en que tendremos a la gente que nos quiere para siempre sin importar lo que hagamos, pero no es así.

Lo miro a los ojos. Concuerdo con su razonamiento.

—Su marido se quedó sin trabajo y lo único que hacía era beber y beber. La maltrataba a diario y se iba todas las noches a hacer Dios sabe qué — me mira—. Acudió a mí por ayuda, me contó todo, pero para ese entonces yo era un chaval de 21 años que lo único en lo que pensaba era en fiestas y chicas. Y no le creí. Su marido era el hermano de un amigo íntimo mío y nunca creí que fuera capaz de hacerle eso.

Las lágrimas comienzan a salir de sus ojos. Rápidamente las seca y respira hondo.

—A pesar de todo el daño, ella organizó muchas huelgas. Era como un llamamiento a la autoridad para incitar a creerlas cuando denunciaran un maltrato o un abuso.

—¿Qué ocurrió? —pregunto curiosa.

—El día de su vigésimo octavo cumpleaños, su marido la asesinó. Le dio una paliza que la dejó medio muerta y quemó la casa con ella dentro. La policía dijo que ella estaba consciente en el momento del incendio.

Me tapo la boca de horror. Le cuesta pronunciar las palabras y su rostro está apagado.

—El cuadro que viste es la única imagen que me queda de ella. Todo lo demás se quemó. La habitación que tienes tú era de ella, cuando todavía vivía aquí conmigo y mis padres.

—Lo siento mucho.

—Mi madre no fue capaz de soportarlo y murió dos semanas después de una sobredosis de pastillas. Y de mi padre no tengo noticias desde entonces.

—¿Si te ha pasado todo eso porqué secuestras mujeres?

—Ya te dije que ellas acuden a mí, no las secuestro.

—No consigo entenderlo. Además, no eres el único que ha perdido un ser querido— me mira confuso. —A mi hermana también la asesinaron —clava sus ojos en mí.

—¿Cómo se llamaba? —pregunta con tristeza

—Nattasha Bellafiora —sus ojos se abren como platos. —He asumido el riesgo de venir hasta aquí con la excusa más idiota de la historia para que me mires a la cara y me digas como tuviste corazón para hacerle eso. —levanto la cara y lo miro con aires de superioridad.

No dice ni una sola palabra, solo se limita a mirar al suelo

—Ni siquiera eres capaz de mirarme a la cara. —sonrío de lado— Lo sabía. Eres un cobarde.

Me doy la vuelta y comienzo a irme. Estoy cansada de tener que comerme las agonías de los demás, pero no recibir lo mismo por su parte. Parece mentira que asesinaran a su hermana y el haga lo mismo o incluso cosas peores. No entiendo como alguien puede tener tan poco corazón.

—Elia —me llama Halcón cuando estoy a centímetros de la puerta—. Lo siento.

—Con eso no arreglas nada. Mañana haré unas entrevistas a las mujeres y la tuya me la inventaré. No quiero volver a verte la cara. —Me mira con ira. La tristeza a desaparecido y da paso a la rabia.

—Estas en mi casa niña. No vuelvas a hablarme así que ahora mismo estás bajo mi protección. En el momento en que te la quite, date por muerta —me giro y lo encaro.

—¿Qué, vas a matarme a mí también? —la rabia que irradio no es normal. Este hombre es idiota y me saca de mis casillas.

—Sabes que Buitre lo haría si pudiera.

—Ah, eso es lo que haces ¿No? —río sarcástica—. Eres tan cobarde que no eres capaz de matar por ti mismo, sino que tienes que mandar a otros a hacer el trabajo sucio.— me acerco hasta él quedando a solo unos centímetros de su rostro. Levanto la cara para mirarlo a los ojos. — Me das asco.



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En el texto hay: misterio, romance, periodismo

Editado: 13.10.2021

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