Sobresaltada aun por la escena que había protagonizado, no me percaté de que en lo que parecía la cocina de un restaurante se encontraba una mujer de unos cincuenta años y una piel oscura y castigada por el tiempo pero unos ojos color miel preciosos, estaba preparando la comida, y se había girado quedándose mirando con cara de pocos amigos, supongo por que le estaba empapando todo el suelo impoluto.
—¿Pero niña que le ha pasado?— dejo el cuchillo y se acercó hasta donde yo estaba— ¿usted debe ser la señorita Ariadna no?— avergonzada asentí con la cabeza y recibí la primera sonrisa de esa mujer, un simple gesto que me indicó que esa mujer era alguien dulce y cariñosa y no huraña como parecía a simple vista.
—Lo siento, si me permite lo limpiaré todo, solo necesito cambiarme, los imbéciles malcriados de ahí fuera me han tirado un balón y he terminado dentro de la piscina.
—No se preocupe de verdad, no sabe como esos muchachos ensucian la casa a diario con sus juergas y visitas.
—Puede llamarme Ariadna, se me hace extraño que alguien me trate de usted.—Su sonrisa volvió a invadir su rostro.
—De acuerdo Ariadna, subamos a la que será tu habitación, y tu también me puedes tutear me llamo Aquilina.—acercándose a mi cogió las dos maletas y se encaminó hacia el interior de la casa.
Nos adentramos en un inmenso salón muy minimalista, los tonos blancos y grises daban un toque más diáfano de la estancia, dos grandes sofás ocupaban gran parte del salón, pero lo que resaltaba por encima de todo era la barra de bebidas que se encontraba pegada a la gran cristalera por donde se podía observar parte del jardín trasero, donde se encontraban los que momentos antes me habían echo pasar un momento bochornoso.
Pasando por un pasillo donde habían colgadas diversas fotos del matrimonio Walker y algunas en las que también estaba un pequeño que debía ser Nicholas cuando era tan solo un niño, rubio y parecía feliz, nos adentramos en una escalera con moqueta color beige y una lampara a lo alto del techo con sus miles de cristales que adornaba y daba una gran luminosidad a la zona estando incluso apagada.
Aquilina me indicó una vez en el piso de arriba cuales eran las habitaciones, señalándome el dormitorio principal que era privado para el matrimonio a una ala de la casa y a la parte opuesta se encontraba el del señorito Nicholas, y en otro pasillo se encontraban las habitaciones de los invitados y un gran baño que sería el que yo utilizaría.
—¿Solo hay un baño para todas las habitaciones?— quise preguntar escandalizada por imaginarme la poca privacidad que tendría si el baño era también usado por el impertinente del que sería mi primo a partir de ahora.
—No te preocupes, las dos habitaciones principales tienen su baño particular, este lo podrás usar tu sola, a no ser que haya más invitados, pero no es lo habitual, el señorito no invita a pasar la noche a ningún amigo o amiga.
Me tranquilizó escuchar esas palabras, ya me veía yo poniéndome la alarma para ducharme a altas horas de la madrugada.
Cuando me abrió la puerta de la habitación me quedé plantada en el sitio, sin duda la habitación como ellos consideraban de invitados era tan grande que el piso en el que había vivido durante tantos años podía caber ahí dentro. Una cama con dosel de madera clara adornaba la habitación, en ella también había un escritorio un pequeño sofá de dos plazas con una mesita y una tele de pantalla plana que daba a la pared y un gran ventanal con vistas inmejorables. El mar con todo su esplendor dejaba una estampa desde aquellas vistas que ni en mis mejores pensamientos se podría superar.
—Ahora dúchate y descansa creo que el viaje ha debido ser agotador, y la bienvenida del señorito no ha sido la apropiada, pero no te preocupes, es un buen chico, dale tiempo y ya verás como te terminará cayendo bien, solo necesita centrarse y volver a ser el chico que tanto amor y cariño daba a todo el mundo.
—¿Te puedo preguntar algo Aquilina?— le dije ante las palabras tan bonitas que acababa de pronunciar sobre el hijo de los dueños de la casa.
—Claro estoy para lo que necesites jovencita.
—¿Desde cuando trabajas para la familia Walker?— al escuchar la pregunta sonrió, debiendo imaginar su paso por aquella casa.
—No se decirte ni los años que llevo aquí, pero lo cierto es que le cambiaba los pañales a señorito Nicholas y lo he visto crecer, hasta día de hoy.
—Toda una vida sirviendo a la familia, deben ser buenos jefes— comenté en voz alta sin darme ni cuenta.
—Eso no lo dudes, el matrimonio Walker se ha portado siempre de manera inmejorable, no puedo tener queja de ellos, me han ayudado muchísimo.— Se fue hacia la puerta de la habitación y con esa mirada dulce y acogedora me sonrió.— presiento que serás un aire muy fresco para la casa y también para la familia, y no dudes en pedir lo que necesites, la cocina está a tu disposición y yo también.