Lo que callaron los faroles

Capítulo VIII: El caso Valladares

Un domingo de febrero las puertas de la parroquia se abrieron nuevamente. A diferencia del padre Cristobal Mejía, el nuevo sacerdote era alto y delgado, con dientes de porcelana y  facciones equinas, los ojos se le hundían en la piel como dos agujeros sin fondo, hablaba despacio y puntualizando lo que consideraba importante, los feligreses se sintieron intimidados. Graciela dió orden a las mujeres de vestir oscuro hasta los tobillos y a los hombres de afeitarse y planchar sus mejores camisas. Llegaron un poco antes de que comenzara la misa, ese día, se volvieron a llenar los asientos de ateos y religiosos, de niños y ancianos, pobres y ricos, todos atraídos por los vientos europeos  del cura sucesor.

Mateo había comenzado a desconfiar de todo el mundo, la muerte de Franco Valle pasó sin penas ni glorias en la capital, donde no tenía familiares ni amigos, nadie pudo relacionarlo con el envenenamiento del padre Cristobal, excepto el joven monaguillo-jardinero, que había comenzado a ver señales incluso donde no las había. Interrogó a Nicholas Franser inquisitivamente por una hora, sin conseguir más datos que los propios que había dado aquella noche. Graciela desmintió con absoluta certeza semejante desatino y todos parecieron convencidos y conformes.

A pesar de lo molesto que resultaba adaptarse a un nuevo lider religioso, los católicos estuvieron de acuerdo que sería mucho mejor el cambio que continuar con la parroquia cerrada, sabían que el sucesor llegaría algún día, solo que se anticipó a lo que todos habían esperado. Las beatas no se atrevían a pasar al confesionario porque Cristobal Mejía había adquirido tanta familiaridad con cada una de ellas, que contarle las impotencias del marido era como hablarse a si mismas. La extrañeza era notable, nadie fue voluntariamente a leer un pasaje de la biblia y el coro no cantó sino hasta que el padre Hilario Berrantes les lanzó una mirada legislativa por encima de los espejuelos de media luna. Solamente Dorotea Ponce se acercó al confesionario y allí estuvo durante media hora.

Como todos los domingos, la misa era la excusa de muchos para ocuparse de  sus asuntos sociales, algunos hombres conversaban a la salida de sus nuevos planes de negocios, las mujeres más remilgadas comentaban de los atuendos que vestían, otras o de el te de las 3 de la tarde en casa del embajador Ruso, donde los perros se sentaban en el sofá , de las alfombras turcas y la porcelana francesa, otras más ilustradas conversaban de lectura y situaciones políticas <<eran estas últimas las que caían en boca de las anteriores>>, las jovencitas salían a tomar helados y los niños trepaban árboles o jugaban con las estatuillas de los santos a los enamorados, ante las miradas acusadoras de padres ajenos. Graciela Valladares había asistido con su nuevo y multitudinario personal, fueron el comensal de las beatas, la llegada de tanta gente constituía un misterio que una vez desencadenado e incluso en la actualidad adquirió nombre y apellidos "el caso Valladares",titular de todos los periódicos del país en la década del 90 y que con el término de esta historia, abrirá su origen por primera vez al conocimiento público.

Benjamín se había provisto de una pequeña agenda donde escribía todo lo que le resultaba importante y atractivo para su investigación, aunque aún no hallaba los pies ni la cabeza de su muñeco. Un hombre con dedos de martillo se acercó a Mateo, le entregó un sobre y antes de marcharse dijo que ya había cumplido con su parte del trato y pidió de favor que lo sacara del asunto. Benjamín Yáñez, que ya había decidido ponerse alerta con todas las irregularidades previendo el fracaso de su tesis, escuchó la breve conversación e intentó acercarse al muchacho en busca de datos relevantes.

- ¿Las vueltas que da la vida no ?

- ¿A qué te refieres?- respondió Mateo prestándole más atención al sobre que a la charla

- Es curioso como hemos llegado a este punto,  tu vienes de una iglesia, Sade y su padre recién emigrados de Nigeria, Paula y Federico de la costa este, Nicholas Franser ya nisiquiera tiene lugar en el mundo<<esto último provocó risas>> mientras que Danilo y yo venimos de una universidad en un país  Nórdico, pero ahora estamos todos aquí , en esa mansión misteriosa que casi todas las noches nos desvela a gritos.

- Tienes razón, la vida es una gran casualidad

- Pero no todo se puede tomar a la ligera , hay muchos tipos de casualidades, por ejemplo, los lamentos nocturnos que se escuchan en la casa comienzan a inquietarme ¿ no te ocurre lo mismo a tí?

Mateo levantó la cabeza como iluminado por una divinidad, había encontrado por fin a la persona que lo secundaría en sus tenebrosas dudas, una media mañana helada de febrero, forjaron una amistad que sin saberlo entonces , un día les salvaría la vida. Acordaron reunirse en un sitio más privado luego de la cena, cuando las labores del día se dieran por terminadas y antes del toque de queda de las 10 de la noche.

Federico regresó a la mansión con una jaqueca que a pesar de ser domingo también, esta vez no levantó sospechas, pues ya se habían reanudado las clases en el despacho del segundo piso y el niño parecía sentirse a gusto. Intentó pretender que dormiría una siesta, pero el ir venir de los quehaceres en los cuartos del patio estropeó sus planes, entonces recordó que Graciela le había dicho que cuando necesitara estudiar, podía subir siempre y cuando no tocara nada, a lo que el accedió en una promesa de dedos cruzados a la espalda. Tomó varios libros y en uno de ellos escondió los pergaminos de Nicholas Franser, que cada vez lucían más translúcidos y carcomidos, nadie se alarmó cuando lo vieron subir la escalera de caracol. En el despacho hacía más frío que en el resto de la casa, habían unos antiquísimos muebles de caoba barnizados y acolchonados en piel negra, un escritorio corpulento de 6 gavetas cada una bajo llave, encima una lamparita y un pisa papeles, todo parecía amplio y vacío, oscuro y húmedo, olía a Graciela Valladares. Tuvo la intención de hojear uno de los tantísimos libros que empotraban las paredes, tenía la cubierta roja y no se veían letras por ninguna parte, pero luego recordó a lo que había ido y pareció lo suficientemente ilícito como para buscarse más problemas. Se sentó en la punta de una silla para que los pies le tocaran el piso y se decidió a revizar los papeles. Con la curiosidad que solo un niño de 10 años puede tener los puso uno por uno tapizando el escritorio por completo, para llevarse al término de su minuciosa labor una terrible decepción, no entendía nada de lo que estaba escrito, parecía el dibujo de una edificación, pero Federico no tuvo tiempo de descifrar cual era, sin embargo, Dorotea, que llevaba dos minutos silenciosa a sus espaldas, ya había identificado la proveniencia y lo llevó de la oreja hasta la puerta



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En el texto hay: misterio, suspenso, paranormal

Editado: 29.06.2020

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