Lo que las apariencias esconden

III

La última vez que visité a mis tíos por un largo periodo yo tenía 10 años. Mi madre estaba embarazada de Zuzany y no podía hacerse cargo de todos nosotros, por esa razón Aroha y yo vivimos con mis tíos una temporada.

La habitación que me habían asignado esta vez era totalmente diferente. Era perfecta, tenía un gran ventanal por el que entraba mucha luz, una amplia cama, un tocador y un guardarropa tan grande que aun con todas mis pertenencias dentro continuaría pareciendo vacío.

Con prisas por salir a investigar coloqué todas mis cosas sin siquiera esperar a que alguien del servicio viniera a ayudarme. Salí al pasillo y fui directa a los jardines. A diferencia de la basta y salvaje vegetación que envolvía mi casa, los jardines de mis tíos parecían de ensueño. Mi tío era aficionado, al igual que yo, a la botánica, y en general a todo ser vivo poco conocido o de tierras lejanas. Por ello, adentrarse en sus jardines era como viajar, como recorrer el mundo en unas pocas horas.

-Camille… ¿La habitación es de tu agrado?- Me preguntó mi tío haciéndome salir de mi trance.

-Sí, todo es maravilloso- Respondí con sinceridad.- Tío, ese cuadrante de ahí es nuevo ¿verdad?- Pregunte señalando una espesa vegetación totalmente desconocida para mí.

-Sí, en un par de días deberán ser trasplantadas al invernadero. Son plantas de China.- El asombro se debió reflejar en mi rostro, ya que mi tío añadió.- Veo que sigues siendo la misma niña curiosa y deseosa de aprender nuevas cosas.

La verdad es que años atrás, los meses que viví con mis tíos, mi tía Penélope acogió bajo su ala a Aroha y para mi suerte mi tío me cogió a mí. Él fue el que me introdujo en el arte de la curiosidad, de investigar, plantó en mi interior el deseo de recorrer el mundo… Además, cuando le dije que yo practicaba esgrima con mi hermano Beorn, ordenó al profesor de esgrima de mi primo Javier que me incluyera en las lecciones. La verdad… recordaba aquellos meses como unos de los mejores de mi vida. Ahora todo eso quedaba muy atrás, no debía ni podía seguir persiguiendo un imposible, ahora tenía obligaciones. Suspiré recordando esos tiempos.

-Si lo deseas, mientras permanezcas en mi casa puedes seguir entrenando.- Yo lo miré dudosa.- Entrenando tu cuerpo y tu mente.- Añadió.- Mi jardín,  mi biblioteca y la sala de entrenamiento están a tu entera disposición.

-Yo… - No debía, había ido a casa de mi tío a olvidarme de todo eso, a empezar de cero como una verdadera dama, pero en el fondo sabía que yo no era así. Quizás era mejor ir dejándolo poco a poco… ya que si lo dejaba todo de golpe estaba segura de que volvería a caer pronto en mis adoradas aficiones. Por eso respondí.- Nada me haría más feliz, pero...- Añadí dubitativa.- Prométeme que nadie ajeno a la familia lo sabrá.- Mi tío me miró extrañado ante aquella petición, por eso aclaré lo que para mí era más que obvio.- Tengo 19 años, todo lo que me gusta hacer está mal visto… no quiero dar más motivos para que rechacen a mi familia.- Mi tío no necesitó más explicaciones.

-De acuerdo, mi casa siempre ha sido un lugar seguro. La mayoría de hombres con los que trato tampoco desean que revele su título, posesiones o estatus. Así que, estarás en igualdad de condiciones que el resto de huéspedes.- Estaba feliz, muy feliz, hasta que me percaté de que mi plan tenía una enorme falla. ¿Cómo iba a poder diferenciar los hombres que valían la pena de los que no si no conocía sus posiciones sociales?

­­­­­­­­­….

 

Los días fueron pasando y poco a poco me comencé a sentir tan a gusto como en mi casa. Mi plan se iba desarrollando lentamente. Por ahora ya había presentada a un rico mercader, el cual estaba totalmente descartado, no podría fiarme jamás de un hombre con un pendiente. También había conocido a un joven médico muy agradable y al insufrible ayudante de mi tío. He de confesar que las circunstancias en las que conocí a los dos últimos no fueron equiparables ni demasiado apropiadas, pero me alegraba de que no hubieran sido a la inversa, ya que solo deseaba impresionar a uno de ellos.

El día que el joven doctor, el señor Gil llegó a la mansión yo me encontraba en la sala de música tocando el piano, digamos que… con demasiada pasión. No obstante, resultó que el Sr Gil es un amante de la música y quedo encandilado con mi interpretación. Por otra parte, la tarde que conocí a Luís, el ayudante de mi tío (no sé todavía ayudante de qué), fue desastrosa. Yo me encontraba trasplantando en el invernadero una extraña planta cuando me corté. Sin poder evitarlo, y pensando que me encontraba sola, por mi boca salió un gran improperio totalmente indigno de una dama, y cómo no, con tan mala suerte que justo aquel joven entraba en ese preciso instante al invernadero. Lo peor de todo fue que además tuvo la osadía de decirme que aquello no era propio de una dama, ese comentario hizo que dejara de importarme cómo actuar delante de aquel hombre de modales tan escasos.




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