Lo que los ojos no ven

Capítulo 19.

CAPÍTULO 19

“SOFÍA”

- ¿Cómo estuvo tu fin de semana? –Inquirí luego de un par de minutos de caminata por el parque junto a Hugo. Él parecía apagado. Hablaba mucho menos que de costumbre y me hacía sentir que no se sentía cómodo a mi lado.

-Confuso. –Respondió sereno y con voz casi perdida. 

- ¿Confuso? Voy a necesitar mucho más contexto. 

Lo escuché soltar una nube de humo, pero no hacia mí, porque el humo nunca chocó contra mi rostro.

-No importa. Solo son estupideces. –Espetó desganado. 

Su actitud me estaba matando. Quería preguntarle qué era lo que le pasaba, pero sabía que obtener una respuesta sobre ello era prácticamente imposible. No sabía qué más hacer, o qué decir. Y sin más oportunidades, simplemente me rendí.

- ¿Podemos volver a mi casa? –Pregunté deteniéndome de pronto. No quería mostrarme molesta, así que simplemente no ejercí ningún tipo de expresión.

- ¿Te aburriste?

Podía sentir su incomodidad. Como si quisiera estar en algún otro lugar que no fuera ese, y la verdad no sé qué hacía ahí si no quería verme. Llegó a enojarme, pero no podía ser tan egoísta y pensar solo en mí. Debía pensar en lo que él sentía. Estaba pasando por algo muy fuerte, y lo que menos quería era fastidiarlo.

-Olvidé que debía hacer algo. –Mentí. Me mordí el labio inferior con suavidad y giré sobre mi eje sin esperar una respuesta suya. 

Seguimos el camino de vuelta a casa sin decir absolutamente nada. Hugo había terminado de fumar unas calles antes de llegar a casa, así que pensé que estaría listo para hablar, pero una vez más pequé de ingenua.

-Llegamos. –Dijo al llegar a la puerta de la casa–. Sobre lo que pasa… –Estaba por decir algo. Estuvo a un segundo de soltar una explicación, pero se detuvo. Se contuvo por miedo o simplemente por su ego. No lo sé. Lo siguiente que dijo solo fue para evadir sus propios sentimientos, los cuales no tenía derecho a juzgar porque no los conocía. –No. Nada. Solo tengo un mal día.

-Claro. –Respondí serena e ingresé. 

Por primera vez extrañé el malhumor del chico, sus burlas, sus comentarios desatinados y su pesimismo. Extrañé su esencia y todo lo que significaba ser él… Entonces comprendí el porqué de ello. Comprendí mis sentimientos y solo los acepté.

Hugo Adams se metió en mi corazón.

 

“HUGO”

Noah no se había dado cuenta de que volví a fumar, a pesar de que en los últimos días había aumentado el número de cigarrillos por día, pasando de uno a casi cinco. Y podría pensar que se hacía el que no lo ve, si no lo conociera, pero todo parecía indicar que yo hacía un gran trabajo ocultándoselo. Tampoco era tan tonto como para fumar en mi apartamento. El olor sería evidente. En cualquier otra circunstancia me daría igual hacerlo, pero se lo había prometido y no quería verle la cara de decepción al notar que rompí mi promesa. Era la última persona que me quedaba y no podría soportarlo si él se iba.

Me levanté de la banca tras darle la última calada a mi último cigarrillo del día y apagarlo con la suela de mi zapato. El cielo empezaba a pintarse de un color naranja encendido y la noche acechaba. 

Un par de niños pasaron rápidamente junto a mí, montados en patineta. Los vi alejarse y en ellos vi el reflejo de lo que alguna vez fuimos Sergio y yo. Solté una risita suave al recordar un momento de nuestra niñez. Un momento en el que todo estaba bien y daba la esperanza de que perdurará hasta el fin de los tiempos, pero en realidad todo era una ilusión porque cuando se es niño no se comprende nada de la vida ni lo que significa.

Seguí con mi camino hacia mi apartamento, con la intención de lavarme los dientes para quitarme el olor a tabaco, pasé junto a un anuncio de cervezas y se me hizo agua la boca al ver el líquido dorado del vaso ilustrado en la pared. Y por un carajo, cómo extrañaba su olor y, sobre todo, su sabor. Maldije la promesa que le hice a Noah y aceleré el paso para contenerme, hasta llegar a mi apartamento.

Metí la llave en la puerta y la abrí, topándome con la mirada de Noah al ingresar. 

- ¿Qué es esto? –Inquirí frunciendo el ceño al divisar a la rubia sentada en el sofá. 

-Prometiste no volver a fumar. –Pronunció Noah con una lóbrega mirada que me mostraba lo decepcionado y frustrado que estaba. 

Abrí los ojos un poco más de lo común ante la sorpresa. Noah había descubierto que volví a fumar y solo encontré una culpable, y estaba en la misma habitación. Mi mente se vio nublada por la ira de saber que Sofía había roto la poca confianza que le tenía. El que fuera desleal y el que no respetara lo que sentía a pesar de todo. Me nubló y no comprendí su intención ni nada de lo que podría venir de ella. Me enojé porque se metió en mi vida sin razón ni motivo. Simplemente me enojé y me dejé llevar por ese sentimiento.

Me acerqué a la rubia presionando la mandíbula con furia, ignorando a Noah por un momento.

- ¿Fuiste de chismosa a contárselo? ¿Qué mierda pasa contigo? –Espeté con furia y casi sin uso de razón.

-Hugo, no la metas en esto. –Interfirió el rubio poniéndose en medio.

-No me jodas. –Solté una risa cínica–. Pero si fuiste tú el que la metió en todo esto. La metiste en mi vida sin importarte lo que pensara, así que no me digas lo que no tengo que hacer.

-Noah no me metió en tu vida. Yo quise hacerlo por decisión propia. –Habló desde el sofá, por detrás de Noah. Mantenía la cabeza agachada, lo que intuí que era por vergüenza–. No sabía por lo que estabas pasando, pero que llorara por ti significaba que era grave y quería ayudar.

-Por Dios, qué estúpido. –Volqué los ojos agotados y me di la vuelta para darle la espalda.

-Mentiste sobre que tienes cáncer terminal. –Mencionó con voz pasmosa, una que me hizo quedar inmóvil por un segundo–. Mentiste sobre que no hay nada que se pueda hacer para salvarte la vida.




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