LO QUE ME MANTIENE DESPIERTA, LO QUE ESCUCHO AL DESPERTAR.
Había una vez una pequeña niña llamada Paula, quien desde el día en el que sus padres decidieron que ya era grande para dormir sola, oía por las noches a un fantasma en su ventana.
- ¡¿Un fantasma?! – Exclamó Rafael quedando completamente impresionado por su relato.
- ¡Sí!, ¡Un fantasma! – Aclaró Paula - Cada noche escucho un ruido en mi habitación proveniente de mi ventada – continuó mientras Rafael la observaba maravillado.
Rafael era un gato negro a quien por su naturaleza y sus genes familiares, lo paranormal le parecía bastante interesante.
- ¿Y por qué no avisas a mamá o a papá? – Preguntó Rafael mientras ronroneaba y acariciaba la mano de Paula con su cabeza.
- Porque ya soy una niña grande – Respondió Paula sin más.
Ella creía que al ser una niña grande, debía hacerse cargo de todo lo que ocurría a su alrededor, tal y como lo hacen sus papás, y dentro de todo ese arduo trabajo estaba el de hacerse cargo de sus propios miedos. Rafael entendió.
- Así que esta misma noche, ¡Me enfrentaré al fantasma! – dijo Paula decidida – Pero no puedo hacerlo sola… – Agregó – ¿Gustarías hacerme compañía? – Preguntó a Rafael.
- ¡MIAU! – Exclamó él dando un salto hacia ella y apoyando su pequeña nariz húmeda en su mejilla.
- Imagino que eso es un sí jeje – Dijo Paula sonriendo. – Entonces, ¡Está decidido!, ¡Ahora solo queda equiparnos! – Agregó con energía.
Fue así que después de desayunar, ambos buscaron algo con qué atrapar al fantasma, o simplemente algo con el que puedan golpearlo.
- Es mejor estar preparados para cualquier cosa – Decía Rafael mientras rebuscaba por las habitaciones.
- Pero no creo que arrojándole un manojo de sal funcione… – Respondió Paula tras verlo sostener una bolsa de sal con los colmillos; Ya que el miedo al fantasma no superaba el miedo que le causaría su madre al enterarse que ensució su habitación; – Quizá deberíamos pedir ayuda a alguien con más experiencia… – Agregó después de un momento al darse cuenta de que ellos dos solos no podrían con algo tan grande como un fantasma.
De modo que decidieron pedir ayuda a Mamá Fidelia, quien con sus pelos blancos y sus tantos años de vida, podría tener la respuesta para este inconveniente, lo malo era que no hablaba demasiado pero Rafael podía saber lo que decía y más aun lo que pensaba con tan solo verla a los ojos.
- …entonces decidimos capturarlo para que así pueda volver a conciliar el sueño en paz. – Finalizó Paula quien contaba con entusiasmo todo lo que le había pasado hasta ahora.
Mamá Fidelia miró a Rafael y sonrió.
- Rafael, ¿Qué es lo que dice? – Preguntó Paula intrigada por el silencio entre ellos.
- Dice que se enorgullece que enfrentes tus miedos… – Respondió. – Y que en su mesita de noche hay un amuleto que nos ayudará a atraparlo – Agregó mientras Mamá Fidelia asentía con la cabeza.
Paula se levantó y corrió en busca del amuleto para acabar con el desdichado.
- ¿Esto me ayudará a atraparlo?... – Preguntó tras extraer el extraño objeto.
- Te protegerá en tus sueños – Respondió Mamá Fidelia, con una voz pausada y dulzona.
Inundada por la emoción de escucharla Paula contenta apuró a darle un abrazo como muestra de agradecimiento.
Quizá el amuleto (un atrapa sueños) no fue el arma potencial que se imaginaba para la solución de su problema, pero fue suficiente como para saber que Mamá Fidelia creía en su historia y que se preocupaba por ella. Ambos se despidieron contentos y continuaron con su búsqueda para atrapar al desgraciado.
Pasaron las horas y llegó la noche, Rafael y Paula estaban listos para enfrentarlo, consigo traían una red aérea, dos collares de dientes de ajo (uno para cada uno), una cacerola vieja y el amuleto de la Mamá Fidelia. Estaban preparados.
Ambos se posicionaron encima de la cama bajo la luz de una pequeña linterna y esperaron pacientemente durante un largo tiempo.
- ¿Cuándo llegará? – Preguntó Rafael.
- No lo sé, - Respondió Paula. - A veces me despierta en las primeras horas de sueño y otras veces muy a la madrugada – Aclaró.
- Entonces vayamos a dormir – Dijo Rafael quien se encontraba ya muy cansado. – quizá si te apresuras en dormir tenga más ganas en venir – Agregó acurrucándose entre las almohadas.
Paula tras observarlo un instante, tomó su cobija estampada (con estrellas) y se envolvió junto a Rafael dejándose caer en un sueño profundo.
Los segundos, minutos y horas pasaron, no se sabía nada de aquel desdichado, hasta que Rafael percibió algo.
- ¡Paula!, ¡Paula! – Exclamó intentando despertarla golpeando suavemente su nariz con sus patitas.
- Humm… ¿Qué pasa Rafael? – Preguntó Paula mientras se frotaba los ojos.
- Ya está aquí… – Susurró.
Rafael quien hasta el momento se mostraba valiente y audaz desde horas de la mañana, ahora temblaba como un cachorro desprotegido en pleno invierno.
- Estaremos bien – Dijo Paula tomándolo en brazos.
Respiró profundo y despacio, tomó los objetos que habían conseguido y bajó de su cama lentamente en silencio.
- Ten cuidado – Susurró Rafael quien se aferraba cada vez más a ella con sus garras.
Paula continuó desplazándose cuidadosamente a escondidas por los rincones de su habitación, hasta estar muy cerca de su ventana. Una vez allí acomodo a Rafael en uno de sus bolsillos, sujetó con fuerza la cacerola con una mano y con la otra la red.
- Atacaremos a las TRES – Susurró Paula decidida a enfrentarlo. - Uno… - Inició - Dos… - Rafael tembló. – y… - se quedó en silencio por un momento - ¡TRES! – Gritó dando un salto con la cacerola en alto hacia la luz de la luna, arrojó la red, giró el collar de ajos con una mano y con la otra golpeó muchas veces al desdichado.