ANTHONY
Bajo las escaleras mientras muchos pensamientos y preguntas se revuelven en mi cerebro.
Llego hasta la sala y salgo, esperando poder ir y hablar con Isabelle pero mientras avanzo, ralentizo el paso. Justo cuando estoy a unos metros de su puerta, me detengo.
No sé qué le diré ahora.
Veo hacia la ventana que es de su habitación y me pregunto si ella está ahí, con miedo de verme de nuevo o piensa que no me di cuenta. Sé que sí, sé que fue su manera de confesarlo al igual que Hugo.
Me duele mucho la cabeza ahora mismo.
No sé qué voy a hacer ni qué le voy a decir, pero ahora mismo no puedo. Regreso lentamente a mi casa, con los hombros caídos y un vacío en mi corazón. No sé qué se supone que debo hacer ahora.
Por lo que leí, ni Hugo ni Isabelle quieren estar juntos y se arrepienten pero, ¿eso me tendría que hacer sentir mejor?
Cuando entro a la sala de nuevo, mi abuelo está ahí. Me ve y me sonríe. —Buenos días.
Intento saludarlo de la misma forma. —Buenos días.
Me dejo caer en el sofá, mi abuelo se acerca y se sienta a mi lado. — ¿Cómo estas hoy?
Lo miro. —Yo debería preguntarte eso —paso las manos por mi cara—. Abuelo… voy a terminar el libro y, luego… digo, tú deberías contarme tu historia.
Coloca su mano en mi espalda. —No te presiones.
Trago saliva con dificultad. — ¿Por qué las personas guardan secretos? —pregunto—. ¿No es más fácil decir la verdad?
Suelta una pequeña risa. —No siempre es fácil.
Me recuesto en su hombro, como si de pronto yo soy aquel niño pequeño de ocho años que podía encontrar consuelo en él, porque me parecía un hombre fuerte y eterno.
Ahora es solo mi abuelo, está muriendo y se irá pronto.
Mis ojos se llenan de lágrimas otra vez. —Abuelo —aclaro mi garganta—. ¿Quieres ir a desayunar algo? Vamos solo nosotros.
—Claro —acepta sin rodeos.
Me levanto de un salto y estiro mi mano hacia él. —Vamos entonces.
Sonríe, divertido. — ¿No deberíamos arreglarnos un poco?
Miro hacia abajo, llevo unos pantalones sueltos negros que uso para dormir y una camiseta blanca. Mi abuelo se colocó un pantalón y lleva una camisa ancha, con un suéter marrón.
—Creo que… no me importa, ¿vamos? —le digo.
Porque realmente no importa. No importa si te arreglas para desayunar o no, importa la persona con quien estás. Importa que estaré con mi abuelo y ya.
—Está bien —dice, levantándose con cuidado.
A pesar de todo, mi abuelo parece estar bien.
Según mamá, el doctor estaba asombrado del estado físico de mi abuelo. El problema no está afuera, sino adentro pero aun así, mi abuelo no ha presentado muchos síntomas y casi pareciera que se han equivocado.
Pero no, después de todos esos exámenes, es obvio que no.
Aunque me pregunto si mi abuelo está fingiendo por nosotros, ¿Qué tal si siente dolor y no lo expresa? ¿Y si se oculta? ¿Y si soy el único que no sabe lo que está pasando?
Salimos hacia mi auto y doy un último vistazo hacia la casa de Isabelle. Ella no está aquí, a pesar que suele salir temprano para ir a la escuela conmigo. Ni siquiera le avisé que no iba a ir hoy.
Quizás se siente culpable.
Me duele la cabeza de solo recordar todo eso. No puedo creerlo.
— ¿Qué te pasa, Tony? —mi abuelo habla tranquilo.
Termino de ajustarme el cinturón de seguridad. Mi mente está saliendo de la concentración y ahora lo hago todo en piloto automático. Ni siquiera me di cuenta que ya había entrado al auto.
—Ah, nada, estoy bien —aclaro mi garganta—. Entonces, ¿Qué quieres desayunar?
Mi abuelo suelta una pequeña risa. —Dame algo con tocino, seré muy feliz.
Enciendo el motor. — ¿Estás seguro? ¿No es malo?
Coloca su mano sobre mi brazo. —Tranquilo, estaré bien.
Trago saliva. Sé que no estará bien. Sé que si fuera a estar bien, no se iría tan pronto. No sé cuánto tiempo se supone que tienen que durar los abuelos pero no estoy listo para decirle adiós.
—Abuelo —lamo mis labios—. ¿Alguna vez has sentido que todo está mal? Digo… sé que ahora…
Él suelta una risa. —Ahora no estoy mal —afirma—. Ahora mismo estoy con mi nieto y estoy vivo. No estoy mal.
Hago una mueca, ese positivismo viene de familia y aunque me ha ayudado ser así a lidiar con los momentos tristes, a veces me fastidia un poco. A veces no quiero ser feliz.
— ¿Qué sucede, Tony? —Pregunta—. Yo sé que algo te sucede, esos ojitos azules siempre brillan y hoy no están así, sé que la noticia de ayer fue dura pero, te noto distinto. No dejes que esto te robe tu sonrisa, eres un gran chico.
Suspiro. —No quiero que mueras —parpadeo rápido para evitar que salgan las lágrimas—. Siento que sin ti, nada será igual. Tú… no puedes morirte ahora.
Mi abuelo, como siempre, se ríe. —Mi Tony, tengo que irme algún día.
Presiono mis labios un segundo. —Yo sé pero, ¿Ahora? Abuelo… no… digo, ¿No hay algo que te haga enfurecer? ¿No sientes que podrías quedarte más tiempo? ¿Por qué no estas deprimido?
Me detengo en un cruce. No hay muchos autos.
—Soy feliz —afirma—. Y he sido feliz, fui una persona feliz porque a veces, no tienes nada y lo pierdes todo y lo único que te queda, es tu decisión. La decisión de ser feliz o rendirte, nunca me rendí y no me rendiré —suspira—. No hay un momento correcto para morir, Tony. Hay una vida y eso es todo, pero no puede determinar cuánto tiempo tenemos. Eso no es algo que podamos evitar.
—Pero…
Coloca su mano en mi hombro. —El tiempo es un invento de los humanos, nosotros hicimos que todos creyéramos que a los dieciocho ya eres mágicamente un adulto a pesar que unos meses atrás aun eras un jovencito en la escuela, que a los veinticinco tienes que casarte y antes de los treinta, tener un hijo o dos. ¿Por qué? ¿Por qué tantas reglas para una existencia que es individual?