Lo que nos trajo el muerdago

17. La chica de mis sueños.

Jacob López.

Ha pasado cinco años, diez meses y doce días desde que conocí a Malorie Vélez. La primera vez que la vi fue mágica. Todas mis funciones se congelaron, mi mundo se detuvo y comenzó a moverse a una velocidad vertiginosa cuando ella habló. Cada palabra que salía de su boca estaba bien, tenía la razón, y era tan jodidamente dulce que no pude evitar caer rendido en sus encantos el primer minuto. Corrección los primeros ochenta y dos minutos de conocerla.

El enamoramiento no hizo más que crecer, al igual que los malentendidos, cada uno de ellos devastando el camino hacia el corazón de Malorie. Alejándome más de ella y dejándola en los brazos de Dean, sí estaba comprometido cuando ella llegó al hospital. Pero nunca hubo amor entre mi ex-prometida y yo. Nunca fue algo serio. Solo beneficios mutuos. Así que no me importa terminar con ella y esperar a que Malorie se fijara en mí; ella estaba de acuerdo. Ninguno de los dos quería un matrimonio, solo los beneficios que obtendríamos en ello. Pero el amor llegó y no puede evitarlo. No iba a dejar a la mujer que amaba, a la que calzaba en mí con tanta precisión por tontos benéficos.

Cinco años después, el verla en mi apartamento, usando mi ropa, oliendo a mí. Me dio las esperanzas que había perdido en el camino; se estaba esfumando, apagándose con cada discusión que manteníamos. Porque Malorie me odiaba, deseaba mi muerte, mientras lo único que yo hacía era desearla a ella. Puede que Vélez pensara que la odiaba con el mismo fervor, que el sentimiento fuera mutuo por todas las veces que fui indiferente, que rechacé sus avances. Maldición, nunca quise rechazarla; ella me volvía un tonto incapaz de pensar, de ser cordial y ganar los avances.

Aún sigo siendo un tonto incapaz de pensar, un tonto que está enamorado de Malorie Vélez desde hace cinco años; ahora que he probado la dulzura de Malorie, sería incapaz de dejarla ir, no por segunda vez. No, cuando ningún otro hombre la merece, me resigné cuando Dean apareció, cuando él parecía hacerla feliz y ella estaba ilusionada por la boda. Deseaba estar en el lugar de Dean, tener su cariño, sus besos y sus buenos tratos. Yo solo conseguí su desprecio y lo merecía, aunque doliera tanto.

Pero Dean se equivocó y yo sigo acá. Con la chica en mi apartamento, con sus besos enloqueciéndome y haciendo que mis palabras pierdan fuerza con cada segundo que pasa. Porque lo único que puedo pensar es en las curvas que hay debajo de esa camisa mía, esas curvas que he sentido, he probado y me he detenido por amor. Porque no deseo tener sola una noche, ser una aventura y darnos placer. Deseo más que unas horas y estoy dispuesto a conseguirlo. Esa camisa que cubre y hace pequeña su persona.

—Buenos días, López—saluda con una sonrisa adormecida, sus ojos encogidos y enrojecidos. Las mejillas marcadas por las sábanas y el cabello desordenado son una imagen que quiero guardar en mi retina y conservar hasta los últimos minutos de esta—. Te ves bien.

—No mejor que tú, dulzura.

Malorie sonríe aún más; por primera vez aquella sonrisa va dirigida solo a mí. No hay desprecio, ni desde aquella tentativa curva. Doy dos pasos delante, tomándola entre mis brazos, sujetándolo con fuerza y necesidad. Las manos me pican, el corazón late enloquecido y no le resisto a la tentación a probar esa boca dulce de nuevo. Así que lo hago, comienzo la mañana probando su boca, y deleitándome con los dulces gemidos que deja escapar. Como sus manos se adhieren a mí y me enloquecen.

—Buenos días, dulzura. Así es como lo espero cada mañana—murmuro contra sus labios, robándole un último beso antes de alejarme y dejarla prepararse para el día.

—Exiges mucho, López.

—Exijo lo justo, dulzura. He esperado mucho tiempo, y no iré con suavidad y lentitud. Te quiero, lo he dejado claro, pero si quieres que baje la potencia lo haré. Pídelo, dulzura.

—Estoy bien.

—No quiero forzarte, así que detenme —ella sonrió, negando con suavidad. Sus manos pequeñas y delicadas se envuelven alrededor del cuello, tirándome una vez más hacia el manjar que representa sus labios.

—Estoy bien, López, te detendré si es demasiado. Pero por ahora solo deseo una cosa, otro de esos besos y un rico desayuno.

Cumplo con su petición; captura su boca en un beso lento, un suave que explora cada sabor, gemido y sensación de su boca. Malorie puede gritar y suplicarme con cada movimiento y reacción; puede que ella no pueda ocultar sus emociones y lo mucho que me desea. Tengo ventaja en ese sentido, pero qué ventaja ahí, cuando estás jodidamente enamorado, cuando tu corazón solo late por ella, cuando los pensamientos están inundados de ella. No hay ventaja, cuando has caído tan fuerte y rápido que la vez en cada centímetro de tu vida. Porque Malorie Vélez está en cada centímetro de mi vida, está en lo más profundo y superficial.

Nuestros cuerpos chocan. Sus manos impacientes se sumergen debajo de la camisa, delineando los contornos del abdomen. Malorie chilla e impacta su lengua contra la mía, envolviéndome en su suavidad y dulzura, creando una red de deseo y pasión a mi alrededor. Ella me empuja hacia los hilos finos y hábilmente tejidos, robándome la oportunidad de alejarme y huir de sus garras.

—Tendré tu desayuno listo, después de que te des un baño.

— ¿No quieres bañarte conmigo?

—No me tientes, dulzura—murmuro dándole la espalda, alejándome de la atención que ella significa.




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