Lo que nunca dije.

Indiferencia.

Capítulo 5.

– Pensé que el amor de los padres para con sus hijos era infinito, inagotable, que nunca se acababa o cambiaba.

 

Que se les entregaba a su descendencia sin ningún tabú siendo agradable y sincero entregado con sumo amor sin compromiso sino, con gratitud inigualable que para los progenitores es un deleite entregar un pedacito de sus corazones a aquellas criaturas que son fruto del "amor".

 

Cuando mencionaban la tierna y acogedora palabra: "familia", mi primer pensamiento era ver una cálida madre junto a su esposo sonrientes, abrazando a sus hijos que sostienen en brazos alguna mascota, que también forma parte del núcleo familiar.

Se dice que el amor vence todo, que rompe barreras y descongela corazones  pues creo que nos han dicho una gran blasfemia, comentan  que todos los padres aman a sus hijos desde el primer momento en que abren sus ojos, que los llena de alegría una simple sonrisa de recién nacido, sienten una conexión desde lo más profundo de sus almas, afirmando y proclamando amor, compañía, respeto y felicidad hacia sus hijos tratando de evitar que algo les llegase a faltar.

 

"¡Pero resulta que no es verdad!"

Es una maldita mentira, todo lo es.Suspiro pesadamente.

 Una amarga sonrisa brota de mis labios al pensar que lo mejor era que creía que mi familia seria así siempre pero simplemente una mañana la vida, el destino, karma, Dios. 

 

¡El que sea! 

 

Me arrebató a mi adorado padre junto al abuelito, mi abuelito oso, y al parecer no le fue suficiente ya que recibo la peor de las palizas proporcionada por la persona que yo solía llamar "madre".

El oxígeno comienza a abandonarme a como lo hizo mi padre. Trago con dificultad mientras observo como el agua de la fuerte lluvia llena una maceta casi hasta el borde, ahogando aquella flore-cilla que un día fue hermosa y fuerte llena de vida pero al parecer.

Dar mucho de algo, nunca ¡nunca! Resulta ser bueno.

 

Me abrazo a mi misma en busca de calor, ya que tengo entumecidas las puntas de mis dedos, miro el cielo y hago una mueca de frustración, el clima del pueblito de Garabito es bastante húmedo y frío.

Siempre se mantiene nublado, lluvioso y en muy bajas temperaturas.

 

_¡Adara! El almuerzo ya está servido, ¡ven a comer!– me sobre salto de donde me encuentro, sacándome de mis cavilaciones, cuando la voz de mi tía pronuncia lo anterior.

 

¡Ya voy! – contesto casi gritando para que me escuche, siendo sincera no tengo ni una pizca de apetito, pero si me niego a degustar de los alimentos, no serviría de nada, ya que mi tía Evelyn no lo aprobaría y me obligaría a comer aunque sea un poco.

 

Me dirijo hasta la cocina, cuando miro lo que está sobre la mesa se muestra un gran festín, invadiendo mis fosas nasales del aroma de los alimentos , provocando que pierda aún más el apetito.

Reprimo una harcada del asco que siento, me quedo ahí inmóvil viendo la comida, desvío la mirada hasta parar en una taza azul que contiene algo amarillento adentro.

Inmediatamente el pecho me estruja, mis ojos arden , muerdo con brusquedad mi mejilla interna, ¡no quiero llorar! Suspiro entrecortado, no puedo apartar la vista de ese recipiente que contiene caracoles con queso adentro.

 

– ¿Qué pasa cariño?– la voz tan tierna que brota de los labios de Evelyn me quiebra y ablanda aún más, aumentado la agonía que llevo dentro.

Con los ojos aguados miro a tía, abro la boca para contestar pero me he enmudecido, es un intento fallido para pronunciar palabra alguna, es como si los ratones se hubiesen comido mi lengua.

 

Aclaro mi voz, tratando de  que no se quiebre y delate las inmensas ganas de llorar que cargo encima.

 

¡La–a la tacita! – pronuncio con un hilo de voz, dudo que me halla escuchado, señalo con la mano el recipiente.

Ella mira aquel objeto azul y luego reposa sus retinas cafés en mi, la confusión es palpable acompañada con un dije de tristeza, sé que no comprende lo que sucede, pero de igual manera muestra interés en lo que me ocurre.

Suelto un suspiro ahogado mientras bajo la mirada ¡soy tan débil! Hago en jarras mis brazos, tratando de sumar más tiempo antes de soltar lo que me lastima.

 

– La tacita, ti-ti-ene caracoles con queso – reprimo los sollozos, trago con dificultad gracias a la gran bola que se ha instalado en mi garganta– Son los favoritos de Natanael– termino la frase con la voz tan ronca, no soporto más, cubro mi rostro soltando toda ésta opresión que me ahoga. ¡Soy un desastre, odio ser tan fragil tan sentimental!

Sin perder tiempo Evelyn me envuelve en un cálido y reconfortante abrazo que solo ésta mujer me puede brindar, esa misma que me brindo un techo en donde poder vivir. 

Gustosa acepto el mimo y la estrujo acercándola mas a mi ser fundiendo mi cuerpo en su pecho intentando llenar el vacío que siento por dentro, no quiero soltarla, me atemorizada que me deje abandonada como lo hizo papá.




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