Lo que nunca sabras

El principio del principio

Su padre vaciló un instante ante una puerta cerrada.

—¿Quieres aguardarme aquí fuera? Será solo un momento.

Hye-seong se sentó en una silla. Miró el pasillo desierto. Todas las puertas estaban cerradas. Quería escaparse. La puerta se abrió apenas una rendija y su padre le hizo una seña desde el interior de una habitación ondol tradicional, con el suelo calefaccionado desde abajo. Hye-seong titubeó, preocupado por sus calcetines empapados de sudor, se desenlazó las zapatillas deportivas y sintió el olor que rezumaban sus dedos sudados.

La flamante madre estaba acostada, pero se había incorporado apoyándose sobre los codos; una posición que no parecía precisamente cómoda. Estaba tapada con una manta blanca. Mientras Hye-seong la contemplaba le vino a la memoria una imagen desdibujada de la mujer que el año anterior había cenado con ellos. No destacaba por su belleza y sus rasgos anodinos irradiaban una dulzura femenina tan común y simple como los tallarines fríos estilo Pyongyang que habían comido aquel día. No hizo denodados esfuerzos por congraciarse con los hermanos y tampoco se mostró distante. Su padre, en cambio, se había mostrado nervioso y había bebido varios vasos de soju. Eun-seong, la hermana de Hye-seong, había adoptado una actitud fría y no quiso probar ni un trocito de carne asada. Ella, y no su padre, que se emborrachó antes de poder anunciar oficialmente su relación con esa mujer, fue quien los acompañó en coche de vuelta a su casa y se despidió de ellos con un «Espero volver a verlos pronto», como una amable azafata al pie del avión.

Pero en la mujer que ahora tenía delante, cuyas cejas ya no estaban dibujadas con lápiz y parecían interrumpirse en medio de la frente, nada había de la vitalidad de aquella primera vez. Estaba pálida e hinchada, como una masa con demasiada levadura. Unas veinte horas antes había estado luchando con los dolores del parto que amenazaban con romperle la pelvis y había sobrevivido. La mitad inferior de su cuerpo se había desgarrado por el esfuerzo que había hecho para traer al mundo un cubo lleno de fluido amniótico y sangre y un bebé de más de tres kilos. Hye-seong nunca había estado tan cerca de una puérpera.

—Gracias por venir —dijo con una amplia sonrisa.



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En el texto hay: misterio, violecia

Editado: 08.07.2024

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