Lo que nunca te dije, crush (+16)

8

Transcurrieron dos semanas en las que nos habituamos a ignorarnos. Tú, por inmaduro –¿realmente me ignorabas sólo porque denegué tu incitación a besarnos?–, y yo, porque simplemente eras un idiota. Y fuiste tú quién lo decidió así, yo no había pensado en hacerlo, pero tampoco iba a ir detrás de ti cuando me percaté de que habías decidido no dirigirme la palabra.

Fue gracias a aquella noche fatalista que nuestra especie de relación cambió. Aún no sé cómo Andy se las arregló para llamar a Walter en medio de los gritos y del ruido de cosas romperse originándose en la habitación de nuestros padres; sólo sé que apareciste junto a él en mi puerta, bajo la lluvia. Eras una completa ternura; con tu nariz levemente enrojecida por el frío, tu cabello rubio oscuro roseado por el diluvio, y tus ojos tintados de una preocupación encantadora.

Fuiste tú quién me sostuvo y me impidió volver cuando vi que dentro del plan no estaba el hecho de que mi hermano fuera con nosotros. Yo no podía simplemente dejarlo dentro de una casa que estaba haciéndose pedazos. Y aunque no recuerdo del todo cómo me arrastraron hasta la habitación de Walter, si cómo me abrazaste cuando rompí en llanto, rogándole a nuestro amigo que volviera por mi hermano.

¿Recuerdas cómo me acariciabas el cabello mientras me susurrabas que todo iba a estar bien? Tenías a un príncipe azul habitando en tu interior; era tan perfecto, y me costó tanto acostumbrarlo a salir al comienzo…

Tu manía era retroceder dos pasos justo después de haber avanzado uno, ¿cierto que sí?

Esa noche, con tus caricias me dormí durante pocos minutos, con la cabeza apoyada sobre tu estómago, cosa que me provocó cierto dolor de cuello, recuerdo bien. Cuando desperté y tomé asiento a tu lado contra el cabezal de la cama de Walter, después de informarme que mi hermano y nuestro amigo seguían en mi casa intentando calmar a mamá después de que papá se fuera, quisiste entablar una conversación normal. Sé que tu intención fue distraer mi mente. Siempre lo hiciste. Después de cada episodio nocivo de mis padres, me hacías hablar, y te digo: lo lograbas porque hablarte a ti sobre alguna nimiedad de mi vida, de mi día, o de mi rutina, era sedativo.

Pero volviendo a esa noche en la habitación de Walter; me hiciste hablarte de mis clases de ballet, y de lo mucho que me gustaba cantar. Tú me contaste sobre tu hermanita menor, Lucy, y la pasión inquebrantable que sentías por las artes plásticas.

Pero tu lado coqueto siempre salía a relucir con todo esplendor, y cuándo me confesaste sobre los dibujos que hacías en la pacífica soledad de tu habitación, quise verlos. Y, tras una invitación sutil a tu habitación y un comentario juguetón sobre dibujarme, al que interpreté con toda la inocencia que había en mí y que descifré cuando te inclinaste buscando besarme; porque no te dabas por vencido, pero te pasabas de menso.

La verdad, recuerdo que siquiera lo pensé, fue un mero impulso poner mi mano sobre tu boca y alejarte de mí. Aunque luego fue muy divertido, y nos estuvimos riendo de ello.

Pero, recalco, no te dabas por vencido. Bastó con ir al baño a lavarme la cara para que tú me siguieras, apareciéndote en el cuartito, trasuntando un poco la puerta detrás de ti; sólo para decirme que Andy y Walter finalmente habían vuelto, y que mi hermano me llevaría a casa. Pero te acercaste tanto, y vi tanta determinación en tu mirada bonita que los nervios se me dispararon fuertísimo. ¿Lo recuerdas?, ¿recuerdas nuestro primer beso?, ¿puedes recordar el “lo siento, Leigh” justo antes de besarme?

Ay, crush mío, aún puedo recordar la tibieza y suavidad de tus labios. Tu forma de besarme, como si conocieras mis labios de sobra, como si supieras cómo me gustaba, es tan netamente imposible de olvidar. Tan difícil desdibujarte buscándome tontamente una segunda vez, en la biblioteca de la escuela. Y una tercera vez, arrinconándome en un vacío y oscuro salón de clases. Una cuarta vez, en los últimos asientos de un bus, una tarde que regresamos juntos del colegio. Y una quinta vez, en la cocina de la casa de Walter, una noche de pizzas y juegos de mesa y verdad o reto, justo antes de que tu amiga Tami entrara, ya que te alejaste de mí, porque nadie podía vernos.

Por eso fue la quinta y última vez, porque me dí cuenta de que me buscabas cuando estaba sola, cuando nadie conocido nos veía. Porque públicamente tú y yo solo éramos simples amigos, porque todo era un secreto que debías mantener.

 




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