Intentaste una sexta vez en la plazoleta frente a la fuente de agua, cuando nos topamos de casualidad y me tomaste de la mano, deteniéndome, comprobando que efectivamente no quería hablarte.
–Eran solo besos, –me dijiste, cuando te reclamé por la clandestinidad que nos otorgaste sin razón–, no era como si te fuera prometido príncipes y castillos.
Y me dí cuenta que la culpa era mía, por anteponer mis sentimientos y esperar algo que evidentemente no me podías dar. Tú, don solo obedezco a mis impulsos, te quería besar y lo hice, fin.
Creo que perdí la cuenta de la cantidad de veces que la rabia me invadió gracias a ti, pero ésta fue una de las veces que jamás olvidaré precisamente por lo que vino después; pero iré por partes, para hacerlo más interesante.
Un par de días después, tu amiga Tami ensució la camisa blanca de mi uniforme con un batido de mora, justo después de una serie de miradas mal disimuladas que estuvo dirigiendo hacia mí. Lila te reclamó a ti por ello, y tú permaneciste en tu papel de en líos de chicas no me meto.
Una semana después, Elliott vino de visita, justamente después de que todo el grupo se enterara de que tú y yo nos habíamos besado en varias oportunidades. Como consecuencia, Saory se peleó con Lucas con quién estaba saliendo, ya que había sido él quien extendió el chisme. Elliott también se enteró, por supuesto, y tú nos oíste cuando él desempeñaba su papel de buen amigo conmigo. Después me reclamaste a mí en el colegio, solamente porque le dije a Elliott que mi error había sido permitirte besarme.
–Te gustó, los disfrutaste y te mueres por repetirlos, así que no es un error, porque no puedes arrepentirte. –Alardeaste, con un ego fácilmente visible por los cielos.
Sólo tú podías creer que yo iba a querer volverte a besar cuando estabas comportándote de esa forma tan patán, y te lo hice saber, ¿lo recuerdas? Juro que deseaba saber qué clase de cosas rondaban tu mente como para que te comportaras así. Y me dejaste en paz por unos días, hasta el cumpleaños de John, al que Lila, Steffi y Saory me rogaron ir.
Gran parte de la fiesta, durante la que estuviste sobrio, logré sentirme tranquila. Pensé que ahí era cuando todo cesaba; yo podría establecer la suficiente distancia contigo para poder enfocarme en mí y todo lo que debía superar. Pero no. A altas horas de la madrugada me buscaste, ebrio, con la misma historia de querer besarme.
Mi hermano, Walter y John, te aconsejaron que me dejaras tranquila, cuando no podías ni mantenerte de pie sin ayuda. Pero tú únicamente repetías: “solo quiero hablar con ella”.
Yo sólo pensaba qué tan tóxico se estaba volviendo esto.
Me convencieron de escucharte, pero ni mi hermano ni mis amigas quisieron permitirte hablar a solas conmigo cuando estabas tan alcoholizado.
Me pediste perdón delante de todos: por haber sido tan cruel aquella tarde en la plazoleta, por haber permitido que tu mejor amiga me humillara delante de toda la cafetería de la escuela, y por haber sido un completo idiota la última vez que habíamos hablado.
–Pero no puedo dejarte en paz, –mascullaste, como si te tuvieras rabia a ti mismo. Sostenías la botella de cerveza por el cuello de la misma, y por lo enrojecido de tus ojos, me pregunté por qué nadie te la arrebató–. Tú me gustas, Leigh, pero no para lo que tú quieres.
Te observé acabarte la cerveza de un sorbo, tú evaluando mi expresión, como si esperaras algo. Yo me mantuve en silencio, de brazos cruzados, clavando mis uñas en las palmas de mis manos debido a la ansiedad y los nervios que me estaban triturando el estómago. Steffi y Saory me sacaron de allí, recuerdo, justo después de tus últimas palabras. Andy quiso abalanzarse contra ti y John lo detuvo. Walter te sacó a ti de ahí.
Ése tenía que ser el fin, me dije. Y dejé que mis sentimientos me absorbieran por esa vez, porque no siempre podemos ser fuertes, y porque tenía a mis mejores amigas ahí sosteniéndome.
Yo te quería para un tiempo largo y tú a mí para un ratito. Y tenía que superarlo.