Ése primer verano de vacaciones juntos fue difícil; mamá y Andy tuvieron que partir de la ciudad a visitar a la tía que crió a mamá y se encontraba muy enferma. Yo tuve que quedarme en casa debido a mis ensayos para la obra teatral de ballet, papá puso a su trabajo como excusa y se quedó haciéndome compañía, aunque seguiré creyendo que lo hizo para mantenerme vigilada y no por la importancia de su bufete.
Si bien seguía sin aceptarte, para esa fecha ya permitía que fueras a visitarme a casa, en un horario para todo público, como él lo llamaba, y con su presencia en medio de ambos. Se ponía en modo gruñón cuándo yo tardaba en tu casa, y cuándo salíamos juntos me llenaba la barra de notificaciones con mensajes de texto. Me sentía en la época pasada, y seguiré agradeciéndote tu paciencia en ese asunto.
Puedo decir que en esas vacaciones –a pesar de papá– te disfruté un montón antes de que te fueras a la Universidad y no volvieras junto a mí a la escuela; al principio fue un tanto extraño el no verte a cada momento, pero supongo que luego me acostumbré. En un comienzo se te hizo muy fácil tomar tiempo para mis tutorías de química, para mí y para nosotros. Nunca te lo dije, pero era hermoso cuando te desocupabas temprano y pasabas a por mí al colegio; cuando combinabas tus ocupaciones de la Universidad y mis tareas de la escuela solamente para pasar tiempo juntos; y cuando tus fines de semana libres de asignaciones eran solo de ambos, y de vez en cuando, de nuestros amigos, pero siempre como prioridad: nosotros.
Pero a quién no haya fascinado la vida universitaria, es porque realmente no la ha vivido. Más tarde que temprano comenzaste a estar más atareado, a tener menos tiempo libre para nosotros. Tu nuevo círculo de amigos era una ilusión total, las fiestas eran una fantasía y tu entorno social era un sueño hecho realidad. Si valoré el hecho de que intentaras integrarme a tu grupo de nuevos amigos, pero ese todavía no era un ambiente para mí; me hacían sentir incómoda, porque yo aún era una colegiala.
Dejaste de dictarme tutorías de química y de ir a la escuela a por mí, así tuvieras un tiempito libre para hacerlo. Dejaste de visitarme a casa. Tus fines de semana se volvieron un auge intenso de fiestas universitarias que ocasionaban que asistieras a clases con resaca los lunes por la mañana. Dejaste de interesarte por mis ensayos para la obra teatral de ballet que era tan importante para mí, así como dejó de interesarte cualquier otra cosa, como escucharme cuando te hablaba, por ejemplo, y solo llamarme exagerada cuando te reprochaba.
Y ahí un grave error: nadie, jamás, debe exigir atención. Y muchísimo menos una que ya es tan evidente que no volverá.
Dejé de quejarme y reprocharte, estuvimos un par de semanas sin vernos y por chat solo me respondías, más no me hablabas. Tú atención había dejado de estar, y yo sólo me preguntaba la razón. Me costó aceptar que estabas deslumbrado por tu ingreso al mundo universitario, y que a mí me habías dejado atrás.
Te rogué un montón de veces que no faltaras al estreno de la obra en la que yo interpretaba a una de las bailarinas del templo; era un sueño hecho realidad para mí y era importantísimo que estuvieras allí. Pero fue a medianoche que me enviaste un mensaje de texto, disculpándote porque había surgido algo a última hora; cuando ya para ese entonces yo estaba hecha un desastre en la habitación Steffi, con el helado que esta tenía en su frízer y el vodka que había conseguido Saory, porque tus redes sociales me habían mostrado que tu improvisto se trataba de una de esas tantas fiestas.
Me di cuenta de que mi decisión ya había estado tomada desde hacía semanas, pero que esperaba por ésa última oportunidad que terminaste desechando por otra noche de alcohol y amigos universitarios. Me hiciste el trabajo un poco más fácil cuando al siguiente día me telefoneaste y me pediste que fuera a verte. Tenías resaca y yo también. Sin embargo te lo negué cuando me lo preguntaste tras notarlo, y frunciste el ceño porque no te pedí explicaciones. Diste por sentado que no quería hablar sobre el estreno y la noche anterior, entonces me hiciste el amor.
Fue tan triste como hermoso, porque por un momento sentí que todo había sido una pesadilla y que estábamos bien, pero entonces cuándo me abrazaste al terminar y tomaste conciencia de mis lágrimas, la realidad me golpeó con fuerza. Te preocupaste por la presencia de ellas, hasta te alarmaste pensando que me habías lastimado, ¿de verdad no te diste cuenta de que el daño ya estaba hecho? Pero no, por supuesto solo te referías a la condición física.
Casi me arrepiento cuando me dijiste que me amabas, después de besarte como respuesta a todas tus preguntas sobre si estaba bien. Pero sabía que nada de lo que había pasado podía ser cambiado, ni mucho menos nada volvería a ser igual. El dolor, las lágrimas, la sensación de ser un estorbo, de ser dejada a un lado…, nada de eso iba a ser reemplazado, nada de eso iba a olvidarse. Nadie merece nada de eso.