Lo que ocultan las paredes

CAPÍTULO 3

 

Lizzie mordisquea sus labios rosados para no dejar escapar una escandalosa carcajada que se le ha quedado atravesada en la garganta. Su pálida mano todavía me tiene agarrada del tobillo y sigue tironeando de él para llamar mi atención, aunque desde luego, ya la tengo puesta en su excéntrica persona. Con una mueca burlona, arquea una rubia ceja perfecta a la par que escudriña ansiosamente con sus ojos verdes la supuesta expresión de horror que debe mostrar mi rostro en estos momentos.

—¿Te he asustado, Maggie?—me pregunta suavemente, dotando a su aterciopelada voz de niña buena cierto tono implícito de malicia y burla. ¡La muy borde! ¡Cómo le gusta reírse a mi costa!

Tomo aire lentamente y lo expulso. Hasta ahora no me había dado cuenta de que el corazón me martilleaba desbocado en el pecho, a punto de salírseme por la boca. Cuando la respiración se me va normalizando y las pulsaciones de mi loco corazón se van ralentizando poco a poco, enfoco la vista en mi peculiar hermana de dorada cabellera y orbes esmeraldas.

Ella me sostiene la mirada sin pestañear, como si esto se tratara de aquel juego de nuestra infancia en el que nos teníamos que aguantar la mirada fijamente sin ponernos a reír, y quien riera primero era la que perdía y pagaba las golosinas. La enorme diferencia es que ahora no somos unas crías —por lo menos yo, puesto que últimamente Lizzie se ha estado comportando como una— y esto no es un juego. ¡Esto es muy serio!

Una corriente de aire helado me araña las mejillas. Miro al otro lado del salón y veo la enorme puerta acristalada entreabierta. Un golpe de viento introduce dentro de la sala un gran amasijo de hojas secas y broza chamuscada, donde revolotean en espiral durante unos segundos hasta que el fuerte remolino decrece y desaparece de la estancia tan rápido como entró.

—Cierra la puerta—es lo único que le respondo a Lizzie. Ésta frunce el ceño y me mira contrariada desde abajo de las escaleras. Por lo visto no se esperaba mi cortante respuesta.

Qué lástima.

Con un rápido ademán, se echa hacia atrás sus largos rizos dorados y camina en dirección a la puerta de entrada, gruñendo en falsete un «cierra la puerta». De un sonoro golpetazo, encaja el enorme portón de madera con el despellejado marco.

—¡Ha sido el viento!—exclama, furibunda.

Ya, claro. El viento.

—Lizzie...—comienzo, amenazante. No quiero montar un numerito junto con mi hermana delante de la señorita Sullivan, y tampoco quiero que vea que somos más inestables y discordantes que la familia Adams. Por eso pretendo aclarar las cosas ahora que la joven agente inmobiliaria está absorta en sus comentarios sobre las reformas de la casa y no nos ve.

Pero ese sol de hermana que tengo —nótese el sarcasmo— me mira iracunda desde su posición, entornando sus ojos verdes y estrechándolos hasta convertirlos en dos rajas rebosantes de veneno. Me está retando. Me está desafiando con la mirada porque sabe que no voy a formar un escándalo en público, delante de una desconocida.

—¿Va todo bien, señorita O'Brian?—me pregunta la señorita Sullivan desde lo más alto de la escalera. ¿Tan rápido ha subido a la planta superior? ¿En qué momento pasó eso y cómo es que no me di cuenta?

Los ojos azules de la joven empresaria se cruzan con los míos durante unos escasos segundos que, sin embargo, se me hacen eternos. Frunce el ceño al verme parada todavía en mitad de la escalera. Debe pensar que soy idiota, me digo. Idiota o lenta, una de dos. No obstante, su mirada se centra de golpe en Lizzie y la mira de arriba hacia abajo, evaluándola. Su rostro no muestra ninguna expresión.

—Y ésta debe ser la tercera hermana, por lo que veo—dice, cambiando su expresión neutra por una sonrisa de oreja a oreja que muestra su perfecta dentadura inmaculada—. Soy Sandy Sullivan; encantada.

—Elizabeth O'Brian. El placer no es mío—farfulla mi hermana, lo suficientemente bajo para que la mujer trajeada solo escuche un leve murmullo de respuesta, pero demasiado alto para que yo pueda captar el tono hastiado de su contestación y el sobre marcado énfasis que le añade a «no».

En todo momento no ha apartado su retadora mirada de la mía. Y una vez más, es la propia agente inmobiliaria la que rompe la tensión que en cuestión de segundos se ha creado entre nosotras dos.

—Es estupendo que al final hayas decidido entrar a ver la casa, Elizabeth. Te aseguro que cuando hagamos todo el recorrido y te enseñe todas las dependencias, te encantará y no querrás moverte de aquí.

—Sí, me muero de ganas por ver la choza—arremete Lizzie, esta vez sin disimular su desagrado—. Estoy que salto de la ilusión.



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En el texto hay: romance, drama, secretos

Editado: 02.04.2018

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